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jueves, 21 de noviembre de 2013

La romanización

Además de la lengua las élites adoptaron frecuentemente las formas exteriores distintivas de los romanos, vestido, estilo, religión, costumbres formales, etc. Esa adopción de elementos materiales romanos requiere frecuentemente el uso la importación y/o producción de productos típicamente romanos, lo cual frecuentemente implica también la importación de la tecnología para producirlo localmente.

En resumen las fases del tema serían:
  • Adopción del latín, primero de forma oficial e inicialmente por parte de las élites.
  • Penetración de las costumbres: ropas, arquitectura, etc.
  • Penetración de las religiones existentes en Roma, tanto la propia como las orientales: cultos a Cibeles, Mitra y Jesús.
  • Adopción de bienes materiales romanos y progresiva introducción de las materias primas y tecnologías necesarias para producirlos. Eso comporta además la adopción de la moneda y el sistema de unidades de medida romano, etc.
  • Adopción progresiva del latín por parte de los estratos populares.
  • Aceptación generalizada del derecho romano.
  • Abandono definitivo de ciertos elementos autóctonos y homogeneización de la cultura material con la metrópoli romana.
El culmen de la romanización llegó en algunos lugares con la concesión de la ciudadanía romana a los habitantes del lugar, que fue general en el año 212.
Hispania fue una de las provincias del imperio más romanizadas. Buena prueba de ello fue que varios emperadores nacieron en la península (Trajano, Adriano). También hubo importantes filósofos como Séneca y escritores como Quintiliano y Marcial.
La arquitectura de la Antigua Roma es probablemente uno de los testimonios más significativos de la civilización romana. Se caracteriza por lo grandioso de las edificaciones y su solidez que ha permitido que muchas de ellas perduren hasta nuestros días. La organización del Imperio Romano normalizó las técnicas constructivas de forma que se pueden ver construcciones muy semejantes a miles de kilómetros unas de otras..

Alimentos romanos

El romano que podía hacía un gran consumo de leche, de cabra o de oveja. Así como de las aceitunas. La carne más consumida era la de cerdo, a la que con el tiempo se le fueron sumando las de buey, cordero, oveja, cabra, ciervo, gamo y gacela. Incluso la de perro.
La dieta del romano durante la República apenas alcanzaba las 3.000 calorías, de las que al menos 2.000 procedían del trigo. Los ricos se aficionaban al consumo de carne condimentada con una serie de productos que iban determinando las características de la futura gran cocina imperial: pimienta, miel, coriandro, ortiga, menta y salvia.

Los romanos comían tres o cuatro veces al día:
  1. Desayuno (ientaculum),
  2. Almuerzo (prandium),
  3. Merienda (merenda) y
  4. Cena (cena)
Esta última era la más importante. Se hacía en familia, al final de la jornada. Uno de sus mayores placeres era una buena conversación en torno a la mesa. De la cena diaria a base de lechuga, huevos duros, puerros, gachas y judías con tocino se pasaba a una sofisticada cena de convite con invitados dividida en tres partes:
  1. El gustus o aperitivo para abrir el apetito (melón, atún, trufas, ostras,…),
  2. La prima mesa (cabrito, pollo, jamón, marisco, ….) que era el plato fuerte, 
  3. La segunda mesa, los postres.
Los bocados de lujo eran el loro y el flamenco. Se evitaban las carnes de ibis y cigüeña porque devoraban serpientes, y la de golondrina, que comía mosquitos. En la época imperial nadie ponía coto a la gula ni al derroche en la mesa: pollos, gallinas y ocas se engordaban con harina hervida y aguamiel o con pan empapado en vino dulce. El pescado más apreciado fue el salmonete. Los pobres que no podían aspirar a las especies de mar o a las procedentes de los bulliciosos vivideros se consolaban con degustar las morrallas en salmuera (maenae).

Los ricos comían mucho en casas de amigos, en los banquetes. Los pobres, por el contrario, a menudo lo hacían en la calle puesto que no siempre disponían de fogones ni pucheros en los que cocinar. Las algarrobas y los altramuces formaban parte de su dieta.

La plebe solo accedió al consumo de carne en la época de Aureliano (siglo III), cuando se repartía gratis. Era de burro. La carne de buey se reservaba para la mesa de los pudientes.

A modo de curiosidad, la llamada moretum, cuyos principales ingredientes eran queso de oveja, apio y cebolla, era la primera comida que hacían los recién casados.

Vías romanas



Las vías de comunicación dentro del Imperio Romano tejieron una amplia red por gran parte del territorio, uniendo entre sí y con la capital, Roma, las principales ciudades y puestos militares estratégicos.

El centro de todas estas vías de comunicación era Roma. La vía Aurelia, la vía Ostiense o la vía Tiburtina son algunas de las grandes avenidas que hacia y desde el centro de la ciudad la ponen en comunicación con puntos neurálgicos del imperio. Pero es sin duda la vía Apia (año 312 a.C.) una de las más conocidas y que mejor muestra el arte constructor de los romanos.

En su inicio fueron simples caminos, que libres de vegetación y de grandes obstáculos facilitaban enormemente el avance de los carros o la marcha rápida de ejércitos pero pronto comenzaron a realizarse mejoras, en especial en aquellos que unían los puntos más importantes.


Algunos caminos se reforzaron con adoquines o losas de piedra que permitieron transitar por lugares que la lluvia y el lodo impedían con anterioridad. Otros se convirtieron en prolongaciones de las avenidas de entrada y de salida de Roma, que a lo largo de cientos de kilómetros constituyeron las vías principales.




Constaban de una base apisonada sobre la que colocaban los adoquines y las losas sementadas, reforzándose los bordes con piedra formando arcenes y bordillos. La estructura de las vías principales era de gran robustez hasta el punto de que todavía en la actualidad son transitables.






Cómo y para qué hicieron la Via Appia




Miles de kilómetros para civilizar gente a la fuerza. Una obra mucho más impresionante y valedera que las pirámides.



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