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sábado, 29 de noviembre de 2014

La Tercera Roma

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El término Tercera Roma describe la idea de que alguna ciudad, estado o país europeo es la sucesora del legado del Imperio romano (la "Primera Roma") y su estado sucesor, el Imperio bizantino (la "Segunda Roma").

La semilla de este concepto fue lanzada por Constantino el Grande, cuando mudó la capital de Imperio de Roma a Constantinopla, que pronto pasó a ser denominada "la Nueva Roma."

El águila bicéfala, escudo de armas de la última dinastía imperial del Imperio Romano de Oriente (Patriarcado Ecuménico, Constantinopla).
Moscú es la Tercera Roma. Y no habrá una cuarta". Esta famosa declaración, escrita en 1511 por el monje Filoteo al zar Basilio III, habla de dos Romas anteriores: la imperial e italiana, la primera Roma, y la oriental e imperial Constantinopla, la segunda. Moscú sería la heredera de esta tradición de imperio "y no habrá una cuarta Roma".

No habían transcurrido unas pocas décadas de la Caída de Constantinopla a manos de Mehmed II del Imperio otomano el 29 de mayo de 1453, cuando ya algunos nominaban a Moscú como la "Tercera Roma", o la "Nueva Roma". Las raíces de este sentimiento comenzaron a gestarse durante el reinado del gran duque de Moscú Iván III, que había contraído matrimonio con Sofía Paleóloga. Sofía era sobrina de Constantino XI, el último Emperador bizantino e Iván podía reclamar ser el heredero del derrumbado Imperio Romano de Oriente (Imperio bizantino).

Mehmed II entra por las Puertas de Constantinopla, por Fausto Zonaro.
Luego de la caída de Constantinopla, Mehmed II se auto proclamó Kayser-i Rum, literalmente César de los romanos.
Mehmed II Fatih también conocido como el-Fātiḥ, الفاتح, "el Conquistador" en turco otomano (30 de marzo de 1432 - 3 de mayo de 1481), hijo de Murad II, Sultán otomano entre 1451 y 1481. Fue el séptimo sultán de la casa de Osman (dinastía de los Osmanlíes). En 1453 tomó Constantinopla, provocando la caída final del más que milenario Imperio Bizantino.
Inicialmente, la noción de la "Tercera Roma" no era necesariamente de naturaleza imperial, sino apocalíptica. Su propósito era destacar el rol de Rusia como el último recordatorio "en la selva", de la que alguna vez fue la grandiosa civilización cristiana, la mayoría de la cual había sucumbido ante la herejía -el Catolicismo romano era considerado herético por muchos creyentes ortodoxos-. Por lo tanto Rusia era considerada comparable a los siete mil israelitas que se habían rehusado a adorar a Baal durante la época del profeta Elías, una figura bíblica inmensamente popular en la Ortodoxia.
Moscú se encuentra emplazada sobre siete colinas, al igual que Constantinopla o la Roma auténtica.
La antigua convicción de que Moscú es la Tercera Roma es una constante de la historia rusa y la contrapone a la tendencia occidental de la misma historia. Pedro el Grande fundó Petrogrado (San Petersburgo, Leningrado) como una ciudad italiana del norte de Europa. Catalina La Grande trató de imponer una arquitectura neoclásica al país de las cúpulas bizantinas. La emperatriz se llamó a sí misma "La Semíramis" del Norte, y a su capital, "Palmira".


Moscú

Que estas tendencias "occidentales" de la vieja Rusia chocaran con la posición "eslavista" que veía en Rusia un mundo aparte del Occidente, la reserva del mundo eslavo frente al resto de Europa, no es sino una manifestación aguda del secular conflicto ruso: ¿dónde termina Europa y empieza Rusia?, ¿es Rusia parte de Europa o aparte de Europa? La respuesta a esta pregunta ha enriquecido la literatura y promovido el debate. De Dostoievski a Solzhenitsin, Rusia es presentada como algo aparte, "La Tercera Roma", el país del dolor que se transforma en salvación, la nación portadora de la salud del alma.

Sólo que al mismo tiempo, Rusia se abre a la influencia de la filosofía alemana de Hegel (la historia culmina en el Estado) y de Marx (la historia culmina en la revolución internacional de la clase trabajadora). El Estado soviético se afirma y se debate entre el internacionalismo marxista y el nacionalismo eslavista. La Internacional Comunista expresa a aquél; el socialismo en una sola nación, a éste. Stalin trató de ser a la vez internacionalista y nacionalista. Al cabo, optó por la dictadura personal para resolver las oposiciones. Los partidos comunistas de Occidente conocen auge y decadencia (Francia, Italia). Los de oriente establecen dictaduras "proletarias" (China, Corea, Vietnam). Pero al cabo, se transforman en sistemas de capitalismo autoritario, en tanto que en el Occidente el comunismo se funde en una izquierda muy cercana a la social-democracia.

¿Y Rusia? La caída del rígido sistema post-stalinista dio lugar a una peculiar y muy difícil transición encabezada por Mijaíl Gorbachov. En una extraordinaria entrevista concedida a EL PAÍS, Gorbachov habla de acuerdos de transición con Occidente que Occidente no cumplió. La promesa norteamericana a Gorbachov de que la OTAN no se expandiría hacia el Este si Rusiaapoyaba la unificación de Alemania ha sido violada. La debilidad (y frivolidad) del Gobierno de Yeltsin permitió que Rusia fuese parcialmente desmembrada y que el Occidente se instalara, con todo y misiles, en la antigua esfera de influencia soviética.

Gorbachov no anda con rodeos para decir que el gobernante georgiano, Saakashvili, no se hubiera movido si el Gobierno norteamericano no sólo lo autoriza, sino lo empuja, a invadir Osetia del Sur con armas proporcionadas por los EE UU. La respuesta de Putin desenmascara esta acción y permite a Rusia restablecer su zona de vigilancia en el Cáucaso. La respuesta occidental es tibia. McCain primero pedía una "liga de democracias" contra la Rusia de Putin. Después del conflicto del Cáucaso, se limita a pedir "oraciones". Obama, con tibieza también, se hace eco, y Bush, origen del conflicto, menea un tímido dedo para decir que "Rusia no puede salirse con la suya".

¿Cómo que no? Lo hizo y no existe, hoy, poder que se lo impida. La razón de Putin es clara y es histórica: Rusia ha regresado como gran potencia al escenario internacional y reclama una zona de seguridad que, a su entender, le había sido arrebatada por los EE UU y sus socios europeos. Moscú alega que su intervención en Georgia es comparable a la intervención occidental en Kosovo. Pero esto no explica ni excusa la sangrienta intervención rusa en Chechenia.
¿Autonomía de las antiguas repúblicas soviéticas o sometimiento a Moscú, la Tercera Roma? Éste es el dilema que limita, al cabo, la novedosa política de fuerza del zar Putin y le obliga, a la larga, a hacer un acomodo político tanto con Europa como con los EE UU de la era pos-Bush. Al cabo, Europa depende de la exportación de petróleo y gas rusos, y Rusia depende de que se lo compren.

En medio de estos intereses a la vez complementarios y opuestos, Gorbachov propone la creación de un Consejo de Seguridad Europea. Que Europa resuelva en la medida de sus fuerzas los problemas de Europa. Que los EE UU no demoren la agenda. "Reconocemos el poder de los EE UU, pero no su liderazgo", dice Gorbachov. "No tenemos por qué seguir las instrucciones norteamericanas".

Las palabras del padre del glásnost y de la perestroika confirman la nueva realidad internacional que una y otra vez he evocado en estos artículos. El unilateralismo ha terminado. Condoleezza Rice, que hace siete años declaraba que los EE UU no necesitaban amigos y se bastaban a sí mismos, hoy debe hacerle la corte a tiranos tan desagradables como Muammar el Gaddafi y reconocer, disfrazándolo para ingenuos, el fracaso de la absurda e innecesaria guerra de Irak.
¿Puede el próximo presidente de los EE UU devolverle a Washington un papel de fuerza constructiva y asociada al orden internacional -el legado de Roosevelt y Truman-?

¿Y puede Rusia encaminar su transición a un orden de libertades democráticas y alejada del autoritarismo mesiánico y nacionalista de la Tercera Roma?
Bush el ingenuo dijo que un día miró a los ojos de Putin y vio el alma del ruso. Putin debió reír. Para él, Rusia no tiene alma. Tiene intereses. Lo mismo dijo Foster Dulles de los EE UU después de la invasión de Guatemala. Quienes leemos la historia a través de las culturas mantenemos la fe en el alma de los EE UU -Melville, Dickinson, Faulkner- y en el alma de Rusia -Pushkin, Dostoievski, Pasternak-. Ésta es la Roma de la cultura y nos pertenece a todos.

Fuente: El Pais - Carlos Fuentes es escritor mexicano.(2008)

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