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domingo, 4 de enero de 2015

Isabel I de Rusia o Isabel Petrovna (III) - La Princesa Tarakanova

Yelizaveta Alekseyevna Tarakanova

Turbio asunto el de la Princesa Tarakanova que sacude los cimientos del trono de la emperatriz rusa Catalina II “la Grande” a lo largo de dos años, no el único aunque si el menos conocido.

En 1772, aparece en París una hermosa y misteriosa mujer que se presenta entonces en sociedad con el nombre y el título de Aly Emetey, princesa Vladimir. De ella nada se sabe apenas, solo que afirma no haber conocido a sus padres, que fue raptada en Alemania y luego enviada a Persia. Siempre según esta mujer aparecida de la nada, en Ispahan, un príncipe le revela su identidad noble y la convence para que regrese a Europa a fin de conquistar su destino.


Rodeada de personajes sospechosos e intrigantes, lleva una vida extremadamente lujosa en París, Londres y Berlín, lugares donde se encargará de propagar el rumor de que ella es la hija de la difunta emperatriz Elisabeth I Petrovna de Rusia, muerta diez años atrás (en 1762) y de su favorito cosaco con el que se casó en secreto, el conde Alexei Razumovski. 


Efigie en relieve de la Princesa Yelizaveta Alekseyevna Tarakanova (1753-1775), único retrato contemporáneo de la pretendiente que ha llegado hasta nuestros días.

Su hermosura y gran atractivo seducen y conquistan a un gran número de personalidades que acabarán por unirse a su causa, entre ellos el príncipe polaco Oginski y el conde francés de Rochefort-Valcourt, ambos perdidamente enamorados de ésta.

Sorprendentemente, y a causa de un sonado escándalo, la princesa Vladimir abandona Francia para instalarse en Alemania, donde conoce al príncipe de Limburg-Stirum, el cual se enamora y le propone en vano unirse a él en matrimonio. Intrigante o mujer de legítimas razones, su objetivo es nada menos el de pretender abiertamente al trono de todas las Rusias. Afirma con vehemencia que es hija de la difunta emperatriz Elisabeth I Petrovna y del conde cosaco Alexei Razumovski -su esposo morganático desde 1742-, y de cuyo matrimonio habrían nacido dos hijas según algunos, y según otros un hijo y una hija a los que se les impusieron los títulos de príncipe y princesa de Tarakanov. La emperatriz Elisabeth, supuesta madre de la pretendiente, está muerta desde 1762, y su marido morganático Alexei Razumovski se reunió con ella en 1771… y ella se hace llamar Tarakanova, aunque en verdad adoptó ese título después de hacerse pasar por la señorita Franck o la señorita Scholl. 

Sea como fuere, la supuesta princesa Tarakanova cuenta con numerosos partidarios prestos a ayudarla por odio a la zarina reinante Catalina II, y tiene la suerte de encontrarse en una situación que le favorece, puesto que desde 1773 un campesino llamado Pugatchev provoca levantamientos populares en las provincias y suscita el entusiasmo de muchas ciudades rusas al pretender ser nada menos que Pedro III, el asesinado esposo de Catalina II. Semejante asunto desestabiliza seriamente el gobierno de la emperatriz y, en ese ambiente de júbilo que rodea el ascenso del impostor, una mujer joven que se declara hija de la zarina Elisabeth tiene todas las posibilidades de ser creída.



La Taraknova cuenta también con los magnates polacos exiliados desde la partición del reino de Polonia en 1772 que, por legítimos resentimientos, intrigan contra Rusia y ven en la princesa Tarakanova, un excelente medio para destituir a Catalina II, a la cual odian profundamente por gobernar con mano de hierro una parte del territorio polaco. Mejor que urdir un asesinato a través del cual se desacreditarían ante el resto de Europa, optan por apoyar a una pretendiente al trono ruso. Uno de esos magnates polacos, el principe Karol Stanislaw Radziwill, será encargado de entrar en contacto con la Tarakanov.

A principios del año 1774, la supuesta pretendiente Tarakanova se traslada a Venecia, en cuyos aristocráticos salones es tratada como una personalidad de gran importancia, por no decir como si fuera una auténtica zarina rusa.



Desde el principio bien informada sobre la célebre “impostora Tarakanova”, Catalina II acaba por perder paciencia ante semejante afrenta y decide hacerla traer a Rusia por cualquier medio. Empezará entonces a anudar, con el conde Alexis Orlov (Aleksei Orlov), los hilos de una trama ingeniosa para que la Tarakanova se meta en la boca del lobo y caiga en sus redes. Orlov es entonces comandante de la flota rusa en el Mediterráneo.

Alexis Orlov se encargará entonces de hacer correr el rumor de que ha caído en desgracia en San Petersburgo. La pretendiente, al oír la noticia y siempre en busca de nuevos y más numerosos apoyos, le envía entonces una misiva donde le relata sus orígenes imperiales.La princesa Tarakanova ha enviado un correo al conde Orlov, comandante de la Flota Rusa en el Mediterráneo, tras enterarse de que éste ha caído en desgracia en San Petersburgo. En aquella carta, la Tarakanova le relata sus orígenes imperiales y le deja entrever que, si Orlov, persona non grata en Rusia, le ofrece su apoyo (que no es poco, sabiendo la influencia de los hermanos Orlov en San Petersburgo) en sus pretensiones de reclamar su herencia imperial, ella a cambio, le colmará de honores y prebendas. La pretendiente ha caído en la trampa de Orlov y Catalina II, y de una manera tan ingenua que sorprende.

Cuadro de Konstantin Flavitsky (1864) en el que se muestra la leyenda de la muerte de la princesa tras la inundación del Neva 
Dado que la flota rusa se encuentra anclada en el puerto de Livorno y la supuesta princesa en Pisa, Orlov le propone que se conozcan. Fijan entonces un lugar neutro para una cita. En el momento del encuentro, el asunto adquiere proporciones de un flechazo recíproco; el conde parece caer rendido ante las hermosas prendas de la pretendiente. Orlov jurará defender y apoyar su causa, ofreciéndole el trono de Catalina II y, ni corto ni perezoso, con el corazón ardiente de pasión por ella, le pide su mano. Sorprendentemente, la Tarakanova parece estar prendida del conde, y accede gustosamente a contraer matrimonio con él, del mismo modo en que da su visto bueno para que la unión se celebre días más tarde en el buque de Orlov, es decir, en territorio ruso. Todo parece ir a pedir de boca… pero, es demasiado bonito para que sea real.
Apenas sube la princesa Tarakanova, vestida de novia con sus mejores galas, a bordo del buque insignia, el encantador y ardiente semblante de enamorado del conde Orlov se torna en una mueca cruel que, con sequedad, ordena que la arresten en nombre de Su Majestad Imperial Catalina II. Apresada por los soldados, es encerrada en un camarote y Orlov, que ya lo tenía todo minuciosamente planeado, ordena levar anclas y fijar rumbo a San Petersburgo.
La princesa Tarakanova es llevada pues, hasta la desembocadura del Neva y de allí trasladada en bote, bajo una fuerte escolta, a la fortaleza de San Pedro y San Pablo, erigida en medio del río que divide la capital de los zares desde Pedro I “el Grande”, de manos del conde Orlov y siguiendo al dedillo las instrucciones dictadas por la propia emperatriz Catalina.


 La fortaleza de San Pedro y San Pablo 
Encarcelada en una lúgubre celda de la fortaleza de San Petersburgo, Catalina II nombrará al Canciller Imperial, Príncipe Dimitri Galitzin (o Golitsyn), para presidir los interrogatorios de la prisionera, con el fin de sonsacarle toda la verdad. Pero la Tarakanova no hará más que darle la misma versión de los hechos, hechos que siempre sostuvo desde que se declaró hija de la difunta zarina Elisabeth I y del conde Razumovski. Vive en la vana esperanza de que, al final, sus carceleros la liberarán convencidos de su buena fe. Se equivoca. Su obstinación en repetir una y otra vez la misma historia le resultará nefasta.



Como los interrogatorios no aportan pruebas concluyentes y no convencen a la emperatriz, ésta ordena que sea encerrada de por vida en la fortaleza. Su confinamiento es casi un emparedamiento: su celda, húmeda y lúgubre, con apenas luz exterior, contribuyen lentamente al empeoramiento de su estado de salud, y se declara la tuberculosis pocos meses después.

Ante tamaña crueldad, el propio Galitzin, conmovido por las horrendas condiciones de la Tarakanova, pide a Catalina II que suavice la pena de la prisionera, dando cuenta de que, si sigue así, morirá. La soberana se negará y la misteriosa princesa Tarakanova muere finalmente el 4 de diciembre de 1775
Los diversos informes entregados a Catalina II, en base a los interrogatorios, no harán más que repetir la misma versión, una y otra vez, de la prisionera sobre su verdadera identidad: sostiene ser la hija de Elisabeth I Petrovna. Otros informes, éstos proporcionados por espías, darán otras versiones sobre la Tarakanova: uno afirmando que sería la supuesta hija del dueño de un cabaret de Praga, otro que lo sería de un panadero alemán, e incluso una judía polaca. Ninguna de esas hipótesis parece probable. Como no se puede excluír que los hijos secretos de la fallecida emperatriz Elisabeth con Razumovski, hayan existido, nadie puede hoy día afirmar que la Tarakanova no haya sido quien pretenda ser. Si se diera en efecto el caso, entonces Catalina II habría dejado morir expresamente a la legítima heredera del trono de Pedro I “el Grande”.

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