La gran ola de Kanagawa (1830 - 1833), grabado de Katsushika Hokusai, Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
La gran ola de Kanagawa, es la obra más conocida de Hokusai y la primera de su famosa serie Treinta y seis vistas del monte Fuji. Esta estampa representa una tempestad en alta mar en el momento que la cresta de una ola está a punto de romper sobre la barca de unos marineros, justo en el centro y al fondo se ve el monte Fuji. Esta vista «tomada» desde alta mar, se duda que Hokusai alguna vez llegara a verla.
Fue autor de una obra inmensa y variada. Por ejemplo, en el Hokusai Manga (1814-1849) muestra la vida diaria de su población, con una gran exactitud y sentido del humor.
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Hokusai Manga |
El shunga («imágenes de primavera») es un género de producción visual japonés que tiene como tema principal la representación del sexo. La gran mayoría de los ilustradores de ukiyo-e realizaron este tipo de imágenes debido, entre otras razones, a que tanto artistas como editores obtenían buenas sumas de dinero de la venta del material, incluso a pesar de estar vigente alguna prohibición, por lo que existe una gran cantidad de imágenes que fueron realizadas por ilustradores de renombre. Por otro lado las mismas prohibiciones llevaban a sus creadores a no firmar sus trabajos, pero a modo de que la gente supiera el autor, desarrollaron una serie de artimañas, como poner en las imágenes sobrenombres o señales apenas perceptibles, que eran fácilmente identificables para el público de la época.
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Shunga de Katsushika Hokusai, perteneciente a la serie Fukujusō (planta de adonis), xilografía tamaño ōban, c. 1815. |
El sueño de la esposa del pescador (Los pulpos y la buceadora) es una xilografía erótica perteneciente al género ukiyo-e realizada en 1814 por el artista japonés Katsushika Hokusai. Hokusai desarrolló una iconografía durante el siglo XVIII alrededor de la leyenda de Taishokan. Siguiendo el ejemplo de artistas como Katsukawa Shunshô, Katsukawa Shunchō o Kitao Shigemasa, la obra de Hokusai muestra a una joven buceadora Ama entrelazada sexualmente junto a dos pulpos, el más pequeño de ellos envuelve con uno de sus tentáculos el pezón de la muchacha y la besa, mientras que el más grande practica un cunnilingus. El pulpo grande se llama Oyakata (Jefe) y es coach del pulpo pequeño.
Hokusai creó El sueño de la esposa del pescador durante el período Edo, cuando resurgía el sintoísmo; esto tuvo influencias sobre el animismo y sobre la actitud pícara ante la sexualidad en la obra. Es un célebre ejemplo de shunga y ha sido recompuesto por numerosos artistas japoneses y temas similares de humanos teniendo relaciones sexuales con animales marinos, que se han manifestado desde el siglo XVII en los netsuke japoneses, pequeñas estatuas esculpidas de unos pocos centímetros de alto y a menudo muy elaboradas. Igualmente, a partir de finales del siglo XIX, gracias al desarrollo del japonismo, artistas europeos como Rodin y Picasso realizaron nuevas versiones eróticas de esta obra de Hokusai.
Tras la apertura de Japón a Occidente, a mediados del siglo XIX, el arte japonés contribuyó al desarrollo del movimiento conocido como japonismo. Diversos artistas europeos coleccionaron shunga, entre los que destacan Aubrey Beardsley, Edgar Degas, Henri de Toulouse-Lautrec, Gustav Klimt, Auguste Rodin, Vincent Van Gogh y Pablo Picasso, contando éste último con una colección de 61 estampas de artistas japoneses reconocidos, mismas que le sirvieron de inspiración durante los últimos años de su vida.Se dice que el shunga ha servido, además, de inspiración para las imágenes del hentai, el cual también es sexualmente explícito.
Ukiyo-e, la magia del grabado japonés Durante un breve e irrepetible período, un reducido grupo de artistas japoneses transformó el arte de la xilografía en uno de los más gloriosos movimientos de la historia del arte. A principios del siglo XIX, cuando los importadores europeos de vajillas orientales recibían sus platos y vasijas envueltos en hojas de papel adornadas con imágenes impresas, sonreían ante las “bárbaras” figuras y las tiraban a la basura. Hasta que se presentaron grabados japoneses en color en la Exposición Internacional de Londres, en 1862, a la que siguieron otros certámenes oficiales en París y Nueva York, los amantes del arte en Occidente no captaron su valor intrínseco. Allí tenían una nueva manera de ver, un modo de evocar brillantemente una imagen mediante un mínimo de líneas espontáneas y macizas superficies de color, un medio de aprehender la intimidad y la naturalidad de la vida cotidiana. No cabía duda de que aquellas eran obras de grandes artistas.Así empezó el idilio entre Occidente y las xilografías japonesas. Actualmente, un grabado japonés puede alcanzar un alto precio en el mercado del arte. Por ejemplo, en la década pasada, el valor comercial de grabados raros en buenas condiciones de conservación se ha multiplicado por doce, sin que el aumento haya llegado a su fin. Al mismo tiempo, por fortuna para los aficionados de pocos recursos, se pueden encontrar originales menos perfectos o menos raros por unos 250 euros. El grabado en color floreció en el Japón sólo durante un breve período: de la década de 1740 a la de 1860. En esos años, aquella nación insular se hallaba herméticamente cerrada al mundo; los extranjeros tenían prohibida la entrada, y los japoneses no podían trasladarse fuera del país. La libertad estaba severamente reglamentada, e incluso una crítica indirecta de los gobernantes podía ser causa de arresto.En semejante atmósfera, los habitantes de Tokio buscaban solaz en el barrio de las diversiones, Yoshiwara, que con sus casas de geishas y restaurantes desarrollaba una gran actividad comercial, y ofrecía a los habitantes de la ciudad una alegría pasajera como compensación de las sombrías frustraciones de la vida en un estado policíaco. Y de este mundo de placeres, embellecido por la luz de la luna y los capullos de cerezo, por canciones y vino y mujeres bonitas, el arte del grabado en color tomó su carácter y su nombre: Ukiyo-e, es decir, “Imágenes del mundo flotante”. Producido casi exclusivamente en Tokio por hombres enamorados de la ciudad y sus habitantes, fue un arte festivo e irreverente. Sus vívidas escenas de la vida urbana, sus paisajes soñadores, sus jóvenes amantes retozones, sus alegres reuniones en barcas, sus actores de entrecejo fruncido, pero, sobre todo, sus bellísimas mujeres, nos transportan a un reino luminoso y mágico.
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