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LOS CARAVASARES Y LAS POSADAS
Los caravasares se xtendieron a lo largo de miles de kilómetros, por todo el mundo de cultura islámica. Eran albuergues, asegurados por fuertes puertas y murallas, tenían, por lo general, planta cuadrada, con habitaciones en torno a un patio en el que siempre había una fuente. En los cuatro lados del cuadrilátero se disponían los almacenes y las cuadras, dormitorios y comedores, así como salas donde hacer negocios con otros mercaderes. Como se ha señalado, este tipo de construcción era típica del mundo islámico, así que casi siempre contaban también con una mezquita, donde los mercaderes pudieran rezar sus oraciones.
Planta de un caravasar safávida.
Los caravasares no sólo servían para descansar y reponer fuerzas y provisiones. Los mercaderes podían co ntratar en ellos a guías e interpretes, comprar nuevos animales de carga, reparar su arreos, intercambiar información, y, por supuesto, vender y comprar mercancías. La contratación de un intérprete era esencial en la Ruta de la Seda. A lo largo del camino se hablaban decenas de lenguas, y era casi imposible viajar sin alguien que estuviera mínimamente familiarizado con alguna de las que se hablaban en la región. Y eso que, en algunos tramos y en algunas épocas, hubo algo similar a una lenua franca. Por ejemplo, en la Baja Edad Media estaba muy extendido, a lo largo del camino, el cumano, una lengua túrquica, pero también era importante conocer el sogdiano, el persa o alguno de los dialectos túrquicos.
Junto a los caravasare, los viajeros y mercaderes podían hallar refugio y consuelo espiritual en los santuarios y en los lugares de peregrinación, como en el complejo de Mogaoku, cerca de la ciudad de Dunhuang, en el desierto del Gobi. En realidad la Ruta de la Seda no era un camino únicamente comercial, sino que también era una vía de transporte elegida por peregrinos, predicadores, en busca de conversos, ejércitos, prisioneros de guerra, colonos, embajadores, administradores de los distintos estados... Cada uno de estos grupos tení necesidades de alojamiento y de aprovisionamiento diferentes.
El enorme caravasar de Deyr-e Gachin (Irán) se le conoce como "La Madre" de todos los caravasares.
Las zonas desérticas estaban recoridas por qanats, acueductos subterráneos que aseguraban el suministro de agua dulce a los caravasares.
‘Qanats’: el agua que fluye por el desierto
Estas infraestructuras de la antigüedad, usadas aún en nuestros días, han permitido hacer habitables lugares donde no era posible hallar ni una gota de líquido.
Gracias a su profundidad, el qanat recogía el agua de los acuíferos y evitaba su evaporación durante el transporte. También podían instalarse diferentes represas para retener su flujo o acumular cierto caudal.
En el interior del qanat también había zonas de reposo para los trabajadores, depósitos de agua y molinos hidráulicos durante su recorrido.
Al ser agua filtrada por la tierra, el caudal era potable y limpio, por lo que resultaba ideal tanto para consumo como para el riego.
Por cierto, las cisternas públicas, llamadas ab anbar eran otra maravilla de la ingeniería, ya que contaban con un sistema de captura de aire para mantener el agua fría, todo un detalle en el desierto.
Lo más curioso de todo es que este milenario sistema de gestión del agua todavía continúa funcionando y permitiendo un reparto equitativo y sostenible del agua de la zona.
Fuentes: Wikipedia, Unesco.org
Un ab anbar ("cisterna") es un depósito tradicional o cisterna de agua potable utilizado en la antigüedad, durante la época de la Gran Irán.
Yazd, la ciudad de las torres de viento
En extremo occidental del desierto, en la zona donde se juntan las tierras de Dasht-e Kavir y de Dasht-e Lut surge una ciudad oasis única. Ninguna otra población de Irán tiene esta misma fisonomía. Multitud de cúpulas redondeadas de ladrillo combinan con los badgir (las torres del viento), que se levantan imponentes por encima de los tejados. Es la ciudad de Yazd, una visión extraída del cuento de las mil y una noches. Detrás de las puertas de sus calles de blanda se esconden grandes casas señoriales con fuentes y patios, como si de pequeños oasis se trataran. "Yazd", un nombre extraño en un primer instante para nuestros oídos, que nos quedará grabado y que a partir de ahora pronunciamos como si siempre lo hubiéramos conocido...
La Puerta de Jade, es el nombre de un paso situado al oeste de Dunhuang, en la actual provincia de Gansu de China. En la antigüedad, este fue uno de los pasos por donde discurría la Ruta de la seda, y era el único camino que conectaba Asia Central y China. Justo al sur fue el pase Yangguan, que también era un punto importante en dicha ruta.
Aunque en chino suele traducirse simplemente como «paso», su significado más específico es «paso fronterizo» para distinguirlo de un paso entre montañas.
Fue edificada alrededor del año 121 a. C. durante el reinado del emperador Wu de la dinastía Han.
El conjunto de Nodir Divan Begi, compuesto de madrasas, khanako y estanque, está estrechamente relacionado con el nombre del visir Nodir Divan-Begi, que servía a Imamkuli-khan, uno de los gobernadores más poderosos de la dinastía de Ashtrajánidas.
La madrasa de Nodir Divan-Begi está ubicada en la parte oriental de la plaza Lyabi-Jauz. A principios del siglo XVII Nodir Divan Begi empezó la construcción del caravasar, pero durante la inauguración del edificio Imamkuli-khan lo anunció como madrasa.
En China, el Imperio no construía caravasares, pero si posadas cuidadosamente reguladas por el poder central. Las posadas chinas proporcionaban alojamiento, ante todo, a los oficiales y funcionarios que se desplazaban al servicio del emperador, y los mercaderes sólo podían alojarse en ellas si obtenían una licencia. Las posadas disponían, por tanto de servicios que sólo un convoy oficial podría demandar, como cárceles para encerrar provisionalmente a prisioneros en tránsito. Por eso muchos mercaderes preferían alojarse en los pequeños albergues y mercados que surgían alrededor de las posadas oficiales, o bien acudir a casa de un socio comercial, o encontrar refugio en un monasterio, donde siempre había espacio para los peregrinos.
La mejor descripción de la que disponemos para resumir la cotidianidad de la Ruta de la Seda en uno de sus períodos de máximo esplendor se la debemos a un italiano del siglo XIV: FRANCESCO BALDUCCI PEGOLOTTI
Francesco Balducci Pegolotti ( fl. 1290 - 1347), también Francesco di Balduccio , fue un comerciante y político florentino .
"En primer lugar, has de dejarte crecer una larga barba y renunciar al afeitado. Cando contratres en Tana (ciudad cerca de la desembocadura del Don) a un intérprete, no has de reparar en gastos, pues los costes adicionales de un buen colaborador son menores que el ahorro que produce. Además sería recomendable llevar, a menos, dos buenos mozos que dominen el cumano. Si el comerciante quiere llevar consigo una mujar de Tana, puede hacerlo. No es necesario ni imprescindible, pero si ventajoso en comparación. También ella ha de estar familiarizada con la lengua cumana, como los mozos. Para el camino de Tana a Astracán debes proveerte de provisiones para 25 días: harina y pescado salado, ya que a lo largo de la ruta encontrarás suficiente carne por todas partes. De modo semejante hay que proceder en todos los lugares de mercado en el viaje de un país a otro. Puedes partir de que un mercader acompañado de una intérprete y dos mozos y que lleva consigo mercancías valoradas en 25.000 florines de oro, ha de gastarse entre 60 y 80 sommi de plata (al cambio entre 300 y 400 florines de oro) en su camino a China. Nada más, si se administra bien. Toda la plata que los mercaderes llevan consigo a China la confiscan los señores de allí y pasa a alimentar sus arcas. En lugar de la plata que trajeron reciben billetes, o sea, papel amarillo provisto del sello de éste soberano".
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