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Por su número destacan las representaciones de la Virgen de Guadalupe, bien sola o con las cuatro escenas de las apariciones, dándose la circunstancia que, en varias ocasiones, estas últimas se han recortado para incorporarlas a un banco de un retablo o a otro lugar. Quizás la pintura de la Virgen de Guadalupe, de cuantas llegaron a Navarra, que mayor culto tuvo fue la que presidió su retablo en la antigua iglesia del Colegio de los Jesuitas de Pamplona, todo ello costeado por don Agustín de Echeverz y su esposa, celebrando por primera vez su fiesta en 1690, el tercer domingo de septiembre. En aquel año hizo el retablo Rafael Díaz de Jáuregui y se le dotó de cortinas para presentar la escenificación de la pintura adecuadamente. Para la fiesta popular se echaron buscapiés, voladores y comportillas y se tocaron chirimías. En lo sucesivo, los sucesores de don Agustín, los marqueses de San Miguel de Aguayo, costearon en años sucesivos su novena y fiesta con la capilla de música de la catedral. Al ser expulsados los Jesuitas, la fiesta y la pintura pasaron a la parroquia de San Lorenzo en donde la familia tenía su enterramiento. Actualmente, el mosaico de la Virgen de Guadalupe del retablo mayor de la citada parroquia no hace sino recordar el culto que a lo largo del siglo XIX aún poseía la Virgen de Guadalupe en el templo. La pintura original de fines del siglo XVII la hemos podido localizar, si bien se encuentra muy repintada.
El Marquesado de San Miguel de Aguayo es un título nobiliario español otorgado el 30 de marzo de 1682 por el rey Carlos II a favor de Agustín de Echeverz y Subiza. (Palacio de Ezpeleta)
Iglesia de San Lorenzo (Pamplona)
Nave interior . Se puede ver la Virgen de Guadalupe |
La Parroquia de San Lorenzo es una parroquia católica en el Casco Viejo de la ciudad de Pamplona, en Navarra. De su conjunto medieval del siglo XIV no hay apenas restos y el elemento arquitectónico más valioso en la actualidad es la capilla de San Fermín.
Es una de las cinco parroquias antiguas que llegó a tener Pamplona. Las otras cuatro son la iglesia de San Juan Bautista (Navarrería), la de San Nicolás, la de San Saturnino y la de San Agustín
San Fermín en su Capilla con el manto, la mitra y el báculo «de diario». |
La imagen del santo es una talla de medio cuerpo en madera probablemente de finales del siglo XV. El óvalo que porta en el pecho contiene las reliquias traídas de Amiens obtenidas en tres ocasiones por significados navarros a lo largo del siglo XVI, así como las correspondientes validaciones eclesiásticas que avalan su autenticidad y veracidad, documentos conocidos como “Las auténticas”. El óvalo fue realizado en 1572 por el orfebre Hernando de Oñate. En 1687, y a instancias del Ayuntamiento de Pamplona, la imagen fue revestida con un manto o capa pluvial de plata repujada, que habitualmente no puede ser contemplada al quedar cubierta por las capas bordadas.
En 1746 el Ayuntamiento de la ciudad encargó al platero local Antonio Ripando la peana barroca en la que descansa la imagen, labrada con una rica decoración y diferentes escenas de la vida de San Fermín, según diseño del platero y grabador zaragozano Carlos Casanova. Los ángeles y querubines de metal dorado de los ángulos fueron añadidos en 1787.
Los mecenas indianos
Felipe Iriarte, indiano residente en México natural de Alcoz, en el Valle de Ultzama, costeó el conjunto de mitra y báculo utilizado por la imagen del santo mártir en las grandes festividades y que luce entre el 6 y el 14 de julio. Se trata de un valioso regalo que salió en 1764 de los talleres de Cantón, en la China meridional, y tras viajar a Filipinas y a México llegaría a Cádiz y finalmente a Pamplona en 1766. En el rico ornato del tocado episcopal de plata sobredorada se entremezclan una labor grabada o cincelada de flores entretejidas, piezas que forman un rosal ascendente cuyas flores sujetan vidrios de colores y piezas de filigrana sobredorada que imitan mariposas y alacranes asegurados por pequeñas espirales que hacen que se mantengan en movimiento, de acuerdo con la mentalidad estética del barroco. Los mismos motivos decoran las ínfulas o cintas que penden por detrás de la mitra y el remate del báculo, cuya vara es de chapa de plata y trabajo en relieve.
Degüello de san Fermín, en una vidriera de la iglesia de Roncesvalles |
Cadenas ubicadas en la colegiata de Roncesvalles que sirvieron de inspiración para formar el escudo de Navarra |
Museo del Prado, pincha aqui (Los enconchados)
PINTURA DE ENCONCHADOS: MIGUEL Y JUAN GONZÁLEZ
Pintores activos en la Nueva España, especializados en la pintura de «enconchado» -cuadros «embutidos de madre perla, y ayudado de colores», como la definiera en el siglo XVIII Antonio Ponz-, Miguel y Juan González protagonizan uno de los capítulos más singulares de las artes novohispanas en la Época Moderna, en estricta contemporaneidad a la obra de Cristóbal de Villalpando, Juan Correa o los Arellano.
La técnica del enconchado, de origen oriental y conocida tempranamente en el virreinato de Nueva España, debido a la presencia de artesanos y objetos llegados de China y de Japón, maduró artísticamente en el ambiente novohispano durante las últimas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII. La peculiar expresión artística de los fragmentos de nácar incrustados en las superficies de madera, cuyos brillos se matizan con tenues capas de pintura; el aprovechamiento pictórico de los resplandores nacarados para añadir relieve y profundidad a indumentarias, cuerpos o pormenores arquitectónicos, inmerso todo en una gama cromática muy amarilla; el ágil grafismo de sus composiciones, de trazo muy suelto, al servicio narrativo de una temática versátil, suministrada a veces por el grabado, en donde tienen cabida asuntos religiosos aislados o seriados en torno al Credo, la vida de la Virgen y de Cristo, y muy especialmente series históricas, como las guerras de Alejandro Farnesio, la defensa de Viena contra los turcos, o la conquista de México, fueron aspectos que contribuyeron a la boga de esta modalidad artística. Como ocurrió con las pinturas de plumas, las lacas mexicanas, las esculturas en cañas de maíz, o los mismos biombos, los «enconchados» adquirieron categoría de alhaja, objetos artísticos buscados y coleccionados por un amplio público y clientela, tanto de la Nueva España como de la Península Ibérica.
Los escudos de monja fueron un género de arte devocional muy popular en los siglos XVII y XVIII en España y en los territorios conocidos en aquella época como Nueva España (hoy México), consistentes en pequeñas piezas pictóricas al óleo o bordados dentro de las cuales se representaban escenas religiosas, que las monjas portaban en el pecho durante la toma de votos y con las que eran pintadas, a su vez, en celebraciones de carácter religioso o conventual. Era usado como accesorio dentro del vestuario de las religiosas que se colocaba al pecho sobre el escapulario o sobre la capa.
Los escudos de monja pertenecen a la tradición de las miniaturas europeas, llevada a América por los colonizadores españoles y adoptada en los círculos conventuales de la Nueva España.
Los escudos eran pintados al óleo, ordinariamente, sobre placas redondas u ovaladas de cobre, con un marco que bordeaba la imagen principal, en el cual se colocaban imágenes de flores u otros motivos de ornato.
Uno de los temas más frecuentes era la Virgen María, lo que identificaba a la monja que portaba el escudo con el ideal de esposa de Cristo, sin embargo, era también común pintar escenas bíblicas o vidas de santos.
Algunos de los mejores pintores novohispanos incursionaron en este estilo religioso, como José de Páez, Luis Juárez, Miguel Cabrera, Zurbarán, entre otros.
Sor Juana Inés de la Cruz, exponente literario y educativo del Siglo de Oro español
(Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id., 1695) Escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español, visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.
Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad versificadora.
Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.
Juana Inés a los quince años de edad, antes de tomar los hábitos |
En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso». La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.
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