jueves, 27 de octubre de 2022

XLVII- (II) Velazquez - Las meninas -- La fábula de Aracne (Las hilanderas) - Mercurio y Argos - El Gálata moribundo

 XLVI - Diego Rodríguez de Silva y Velázquez - Primer estilo -  Venus del espejo (1650), pincha aqui

Las meninas de Velázquez

Nunca antes en la historia de este país se había visto some­tida la vida privada de la fami­lia real a tanto escrutinio como durante los días de Felipe IV. El Imperio español, sangrando por todos los frentes, tenía un mayúsculo problema en su mismísimo corazón: no nacía un heredero. Al rey se le contaban hasta trein­ta hijos bastardos, pero su matrimonio con Isabel de Borbón parecía maldito y casi yermo.

El 15 de noviembre de 1649, sin embargo, entraba en la capital Mariana de Austria, la nueva esposa de Felipe IV. En su prometedora situación familiar, los retratos tendrían una importancia crucial.

Durante 11 años, hasta su muerte, la producción pictórica de Velázquez estuvo dedicada casi exclu­sivamente a inmortalizar a los Austrias, y de ahí surgieron algunos de los mejores retratos de la historia de la pintura univer­sal, incluido La familia de Felipe IV, cono­cido popularmente como Las meninas. Estas son las claves de uno de los cuadros más famosos del pintor sevillano:

La familia de Felipe IV, popularmente conocido como Las Meninas. Foto: Colección del Museo del Prado. Las claves de Las Meninas de Velázquez

La gran ambición de Velázquez fue que su trabajo se viera apreciado como un arte, y no como un oficio manual y envilecedor. De ahí que se haya representado a sí mismo con la paleta y el pincel pensando, meditan­do delante del caballete. Ningún personaje alcanza su tamaño en el lienzo. El pintor siempre ansió la hidalguía, pero ni su cuna ni su oficio se lo permitían. Felipe IV consi­guió las dispensas necesarias para nom­brarle caballero de la Orden de Santiago en 1659. En el lienzo, pintado tres años antes, el artista luce en el pecho la cruz de la or­den, que se añadió a posteriori.

2 Los retratados -- En el espejo se reflejan Felipe IV y Mariana de Austria, con lo cual se intuye que ambos es­tán delante del pintor, posando para él. Que Velázquez se atreviera a hacer este guiño con la imagen de los reyes ha sido interpretado como un signo de la enorme confianza exis­tente entre él y el monarca, que se conocían desde hacía casi treinta años.

3 El servicio -- Las meninas (niñas en portugués) eran las jovencitas, hijas de importantes personalida­des, que estaban al servicio de la infanta Mar­garita. La que le ofrece un búcaro de agua es María Agustina Sarmiento. La si­tuada al otro lado de la infanta es Isabel de Velasco. Margarita es el personaje central de la composición. Por entonces era la única hija de Felipe IV y Mariana de Austria. Detrás de la pequeña vemos conversar a una mujer con hábito, la dama de honor Marcela de Ulloa, con un varón desconocido.

4 El entretenimiento

En el extremo derecho del grupo de personajes que observan el posado de los reyes figuran los enanos bufones Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, quien azuza al mastín propinándole una patada.

5 El lugar -- La escena transcurre en el cuarto del Prínci­pe del Alcázar. De la pared del fondo penden dos lienzos que Martínez del Mazo, discípulo y yerno de Velázquez, copió de los pintados por Rubens para la torre de la Parada, un pabellón de caza en el monte de El Pardo. Ambos cua­dros representan escenas mitológicas en las que dos mortales (Aracne y Marsias) retaron a sendos dioses (Minerva y Apolo) en un ar­te (la tapicería y la música, respectivamente), con nefastas consecuencias para los primeros.

6 El ilusionismo -- Cuando unos ojos vírgenes se posan sobre Las meninas no saben exactamente lo que es­tán viendo. La escena parece confusa. Y, sin embargo, es un juego visual, una magnífica combinación de planos y espacios que culmi­na en un punto de fuga, el lugar último donde se posa la mirada guiada por las líneas de la perspectiva: la puerta en que el aposentador José Nieto acaba de abrir las cortinas.n el centro y fondo del cuadro, pareciendo indicar que es precisamente el retrato de los monarcas lo que estaba pintando Velázquez.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 549 de la revista Historia y Vida.

La paleta de colores que empleaba era muy reducida, utilizando en toda su vida los mismos pigmentos. Lo que varió con el tiempo es la forma de mezclarlos y aplicarlos.

A partir de La fragua de Vulcano, pintada en Italia, la preparación de los cuadros cambió y se mantuvo así el resto de su vida. Se componía básicamente de blanco de plomo aplicado con espátula, que formaba un fondo de gran luminosidad, complementado con pinceladas cada vez más transparentes.

La fábula de Aracne (Las hilanderas)

La fábula de Aracne la pintó para un cliente particular, Pedro de Arce, que pertenecía a la corte. En el cuadro se representa el mito de Aracne, una extraordinaria tejedora, que Ovidio describió en Las metamorfosis. La mortal desafió a la diosa Minerva para demostrar que tejía como una diosa. El resultado fue un empate y se concluyó que el tapiz de Aracne era de igual calidad que el de la diosa. En el cuadro en primer término se ven a la diosa y a Aracne tejiendo sus respectivos tapices. En el fondo se representa el momento posterior, colgados en las paredes los tapices terminados, en que se declaran de calidad equivalentes El motivo representado en el tapiz, el Rapto de Europa, es un nuevo homenaje a sus maestros Tiziano, autor del cuadro, y Rubens, que pintó la copia que se conservaba en el palacio real.


Las hilanderas (1658). La composición se organiza en distintos planos de luz y de sombra muy contrastados entre ellos. Para López-Rey es en este cuadro donde alcanzó mayor dominio de la luz. La mayoría de las figuras están difuminadas, definidas con toques rápidos que provocan esa borrosidad.

En la mitología grecorromana, Aracne (del griego ἀράχνη, ‘araña’) fue una tejedora que alardeó de ser más habilidosa que la diosa Atenea, que tiene su equivalente en la romana Minerva, diosa de la artesanía y la sabiduría. Minerva, ofendida, entró en competencia con Aracne, pero, según cuenta Ovidio, no pudo superarla. Además, el tema elegido por Aracne, los amores de los dioses, fue ofensivo, y Minerva la transformó en una araña.

El rapto de Europa es una pintura del artista italiano Tiziano, pintado ca. 1560–1562. Se encuentra en la colección permanente del Museo Isabella Stewart Gardner de Boston, Massachusetts. Es un gran óleo sobre lienzo de 178 por 205 cm

La pintura se refiere a la historia mitológica del rapto de Europa por Zeus (el Júpiter de los romanos).​ En el mito, el dios asume la forma de un hermoso toro blanco y finge mansedumbre para incitar a Europa a subir en su lomo. Una vez allí, el toro de repente se lanza al mar y se la lleva a Creta, donde reveló su identidad real. Europa se convirtió en la primera reina de Creta, y tuvo tres hijos con Zeus.

Tiziano es inequívoco sugiriendo la violación: Europa está tendida hacia atrás, con la ropa en desorden, las piernas abiertas y expresión atemorizada.

La pintura era una de las "poesías" pintadas por Tiziano para Felipe II de España.

Mercurio y Argos

Hacia 1659. Óleo sobre lienzo sin forrar, 127 x 250 cm

Mercurio, que se reconoce por su sombrero alado y tiene junto a su mano izquierda un instrumento musical, se acerca sigilosamente hacia un pastor al que ha dormido con el poder sin límites de su música. Se trata de Argos, que estaba dotado de cien ojos y había sido designado por Juno para vigilar a Io, la bella ninfa a quien la diosa había convertido en vaca con objeto de sustraerla al acoso de Júpiter, su esposo. Éste sabedor de la estratagema, envió a Mercurio para eliminar a Argos y robar el animal.

Este episodio, que procede de las Metamorfosis de Ovidio, fue el tema de una de las cuatro escenas mitológicas que pintó Velázquez para la decoración del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid, que era el espacio más importante del mismo desde el punto de vista protocolario y representativo y, acorde con esa función, exhibía un conjunto impresionante de pinturas, en su mayor parte retratos de los monarcas españoles de la Casa de Austria e historias mitológicas y bíblicas. 

La datación en los últimos años de la carrera de Velázquez se adecúa también al estilo del único cuadro conservado. El pintor lleva a sus últimas consecuencias su tendencia a disolver las formas en el aire ambiente, destruyendo los límites de los cuerpos y dando, una vez más, ejemplo de su asombrosa capacidad de síntesis, que le permite sugerir vida, movimiento y emociones mediante pinceladas extraordinariamente largas y certeras. Pero para hacer su cuadro, Velázquez no partió de cero y, así, se ha señalado con frecuencia su inspiración en distintas versiones del grupo escultórico romano que representa al Galo moribundo. Al igual que Las hilanderas, esta obra sufrió un añadido, que consistió en una banda de unos 25 cm que recorre todo el extremo superior, y otra más estrecha (unos 10 cm) en el inferior.

El Gálata moribundo, una copia romana en mármol de una obra helenística del siglo III a C. Museos Capitolinos, Roma.

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