El dibujante y guionista belga Fançois Olislaeger convierte en viñeta la aventura del padre del arte contemporáneo "Sigue siendo un visionario que vive entre nosotros", sostiene el ilustrador.
Duchamp burla el arte desde el cómic |
Algunas imágenes del libro 'Marcel Duchamp un juego entre mí y o', de François Olislaeger |
Marcel Duchamp extenuó la vanguardia del siglo XX hasta sus últimas consecuencias. Le bastó tener una idea clara de lo que no era vanguardia. Y extrajo de la calle artefactos y objetos varios para descerrajar con ellos el blindaje de todas las teorías posibles: ruedas de bicicleta, urinarios, jaulas, huesos de sepia, planchas de metal, ovillos de lana. Qué más da. Se trataba de jugar, de enfriar la calentura vanguardista. O, mejor, de darle un fuego nuevo con materiales venidos del hielo. De esa forma de mirar antártica que prestan los objetos desnaturalizados. A eso le dio el nombre de ready mades.
Habla Duchamp hecho cómic: "Debe alcanzarse una indiferencia tal que el objeto no suscite ninguna emoción estética. Resulta bastante difícil elegir un objeto que nos resulte por entero indiferente, porque al cabo de dos semanas terminamos apreciándolo o detestándolo. La elección de los ready mades se sostiene en la indiferencia visual, a la vez que en la total ausencia de buen o mal gusto. El gusto, por así decirlo, es puro hábito. La repetición de algo ya aceptado. Yo rehúso la responsabilidad".
Al partir en dos la historia del arte contemporáneo, Duchamp (Francia, 1887-1968) quebró el belvedere del pensamiento estético. Y de eso trató su expedición, de avanzar sin rumbo cierto con la meta clara de no saber hasta dónde llega el pensamiento ni hasta cuándo dura la fuerza de cuestionar. Esta parte de su obra, de sus muchas preguntas abiertas, residen principalmente en su escritura, que es donde mejor se concreta el laberinto intencional de su descaro, de su valentía, de su risa, de su crítica.
Resulta difícil hallar molde para la aventura (interminable) de su idea del arte. Pero hay en su biografía (junto a sus gestos, actos, piezas y enigmas) algo que ayuda a poner luz en su sala de máquinas: la biografía. En este caso, el dibujante belga François Olislaeger (Lieja, 1978) se adentra en la selva de un modo nuevo. Repasando los pasos en la vida de Duchamp, pero dándole forma de viñeta. De cómic. De malabar de líneas y formas. El resultado es una gran escena circular que recorre el itinerario vital del ¿artista? (quizá es más apropiado decir médium, ¿pero entre quién y qué?). Desde el nacimiento hasta la muerte.
Marcel Duchamp (Blainville-Crevon, 28 de julio de 1887 - Neuilly-sur-Seine, 2 de octubre de 1968) fue un artista y ajedrecista francés. |
Todo en un dibujo sucesivo, dividido en secuencias hiladas, con un sentido cronológico y plegado al final como un fabuloso acordeón. Eso es en verdad un libro. Un fuelle de hojas. Presentado en forma de libro, Marcel Duchamp. Un juego entre mí y yo, editado en España por Turner, este trabajo tiene el calambre lúdico de su protagonista. Esa condición casi malabar del que cruza vida y obra con una necesidad de importura contagiosa. Con una vocación de verdad como el que nace en un susto.
"Dediqué muchos meses a preparar los datos de este cómic. A estudiar a Duchamp. A intentar acercarme. Una vez que tuve el material que requería lo más sencillo fue darle forma, dibujarlo", explica Olislaeger. "En ese ejercicio tardé sólo un mes". - ¿Y por qué llevarlo a cómic?- Es mi forma de decir las cosas. Y no es algo completamente ajeno a Duchamp. Hay alguna fotografía en la que se le ve leyendo un álbum. Además, junto a uno de sus hermanos, comenzó a dibujar en la prensa satírica a partir de 1906, en el Courrier Française y en Le Témoin. Esos son sus orígenes.
Marcel Duchamp, Jacques Villon, Raymond Duchamp-Villon, Puteaux, 1912 |
Nació en una familia que cuidó la vocación artística de sus cachorros. El hermano Jacques fue pintor y Raymond escultor. Marcel se instaló en París, en el Montmartre bohemio y garrafón del cubismo. Aquella atmósfera feliz y desaprensiva impregnó de algún modo su juventud alerta. Pisó algunos terrenos de la vanguardia con la misma cautela o agilidad con que los fue abandonando. Su vida era una fuga. Un escape. Un hallar del otro lado lo que nadie estaba buscando. "Después de estudiar lo que hizo y lo que aún supone creo que lo mejor de su obra fue el uso del tiempo, de su tiempo. Duchamp lo empeñó todo en sí mismo. Hasta sus muchos silencios", sostiene Olislaeger.
En tiempos de confusión y desoriente, Marcel Duchamp se aupó como una baliza capaz de dar cuenta de todo lo improbable que cabe en el probable mundo del arte. Él creía que mejor que explicar las cosas es mostrarlas. Aunque él preparó en paralelo a cada pieza un sustancioso epistolario dando cuenta a familiares y amigos de cada obra y sus motivos. Además de las entrevisats que concedió, de los libros de conversaciones y de los propios textos. «El arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas», decía.
La leyenda generada por él mismo alrededor de los ready mades, los Étant Donnés y El gran vidrio han enmudecido a veces el incalculable itinerario y desafío de Marcel Duchamp. "Por eso en este cómic he querido dejar la secuencia completa de su vida, siempre alrededor de una acción o de una nueva obra", explica el autor. Y no olvida que era un hombre de grandes momentos de soledad y que el ajedrez es la cuerda del reloj de sus días. No sólo el ajedrez como juego, sino como un modo de atomizar el mundo. "Se trata de un tipo de belleza parecido al que ofrece la poesía: las piezas son el alfabeto mayúsculo que da forma a los pensamientos", le gustaba decir.
El artista comienza el Gran Vidrio o Novia expuesta a sus solteros en 1915 y no dejará de trabajar en ella hasta 1926 cuando la pieza sufrió algunos desperfectos al ser trasladada y el artista decidió que ya se encontraba definitivamente “inconclusa”. En 1934 Duchamp redactó una para guiar al espectador en la observación de su obra como si de un libro de instrucciones se tratara, La Caja Verde.La pieza consta de dos grandes hojas de vidrio separadas por una lámina de aluminio en la que ha utilizado elementos como embalajes, papel de aluminio, polvo… Según explica el propio autor la zona superior representa a una mujer que se está desnudando para incitar a sus amantes situados en la zona inferior. Aparece representada junto con la Vía Láctea.Mientras en la zona inferior nueve hombres: un sacerdote, un mensajero, un soldado, un gendarme, otro policía, un jefe de estación, un criado, un repartidor y un sepulturero; tratan infructuosamente de llegar a su amada. Como si de marionetas se tratase, la dama es capaz de mover a sus amantes con un complejo mecanismo de hilos y alambres pero la barrera que separa a ambos, una gruesa lámina de aluminio, es infranqueable de manera que ambos, la mujer y sus nueve amantes, están condenados perpetuamente a la soledad.Son conocidos los intereses de Duchamp por la cuarta dimensión, por lo que algunos historiadores vinculan la iconografía del Gran Vidrio con un aspecto más físico y espacial o incluso con la alquimia.Sea como fuere, lo que sí resulta indudable es que Duchamp ha conseguido una vez más captar la atención del espectador con una obra en la que combina a la perfección el ready-made con los estudios sobre el espacio y un complejo programa iconográfico.
Olislaeger desarrolla aquí un cómic de dibujo intenso, de páginas abocetadas, de planos que se cortan, de escenas que su suman unas a otras. En blanco y negro. "La elección del color está motivada con que eran los de Dadá por influencia de la vanguardia rusa", sostiene el autor. Todo armado con un texto que va dando sentido a cada secuencia y va revelando a un Duchamp que habla en primera persona, que exhibe sus desengaños, sus dudas, sus obligaciones, su pasión por las mujeres. Su excentricidad tan concentrada. "Apollinaire había escrito de mí: 'Quizá le esté reservada a un artista tan despojado de preocupaciones estéticas, tan preocupado por la energía como Marcel Duchamp, la tarea de reconciliar el arte con el pueblo'... Qué risa. ¡Apollinaire decía muchas tonterías! Pongamos que alguna vez intuyese por dónde iba yo, ¡pero reconciliar el arte con el pueblo...!".
París, Nueva York, de nuevo Francia... El nacimiento, la muerte. El deambular anónimo. El éxito. El rechazo primero, el aplauso total. La denuncia de la petulancia artística, el humor como antídoto (lo que aprendió de Jules Laforge). La cristalización de la adolescencia que fue su vida tomada por un juego. La importancia de los amigos. Y de los periodos de desaparición. El juego de seudónimos. La despersonalización. La Mona Lisa con bigote. Una ampolla con aire de París. La manifestación Dadá. Los mensajes telepáticos de Rrose Sélavy (una de sus creaciones). Vivir y respirar. Todo esto es la novela gráfica de Olislaeger. Todo esto cabe dentro de ella.
Jules Laforgue
(Montevideo, 1860-París, 1887) Poeta francés. Es uno de los grandes autores simbolistas. Su influencia se extendió al modernismo y al surrealismo. Empezó a publicar en revistas en 1879. En Berlín fue lector de la emperatriz Augusta (1881-1886). Durante su vida sólo publicó dos poemarios: Las lamentaciones (1885) y La imitación de Nuestra Señora la Luna, según Jules Laforgue (1886). Tras su muerte, apareció Últimos versos (1890).
Air de Paris, por Marcel Duchamp en 1919: el arte del vacío |
"Cada segundo, cada respiración es una obra que no queda inscrita en ningún lado, que no es visual ni cerebral. Una especie de euforia constante", escribió Duchamp. El reconocimiento, incluso el éxito, le pilló en Nueva York. Allí algo hubo de revelación. Todo era más posible. Cuando alguien preguntaba qué era exactamente Duchamp él se definía con precisión quirúrgica: "Nunca he dejado de ser un pintor". Aunque lejos de la pintura.
"El siglo XX no se ha recuperado de Duchamp", apunta François Olislaeger. Quizá lo que llevamos de XXI, tampoco."Sigue siendo un visionario que está entre nosotros. Es el gran espectro del arte contemporáneo. Una presencia que sigue ahí, burlando el tiempo y ordenando el arte".
Atravesó unos años convulsos: Primera Guerra Mundial, el viaje a Estados Unidos, la mecanización, el Crack del 29, la Segunda Guerra Mundial... "Y en medio de ese paisaje él se dedicó a abrir y cerrar puertas. Fue su gran misión. Por eso esta novela gráfica comienza con Marcel Duchamp abriendo una puerta y acaba con él cerrando otra cuando la muerte llega", apunta el autor.La lección de Duchamp, tan extravagante, se podría resumir en una certeza elemental: las ideas nos dicen menos sobre cualquier individuo que las cosas que usa. Un botellero. Un maniquí. Un metro de medir. Un alfil.
Fuente: El mundo
Rrose Sélavy nacida en 1920 en N.Y. ¿apellido judío?,cambio de sexo. Rose era el nombre más ‘feo’ para mi gusto personal y Sélavy el juego de palabras fácil. C’est la vie [Es la vida]. |
Rrose Sélavy fue Marcel Duchamp |
En 1912 pintó la que probablemente sea su obra maestra al óleo, La novia, un lienzo de un erotismo perturbador, donde ya aparecen las características interacciones entre máquinas y formas orgánicas. Mucho antes de abandonar la pintura ya le rondaba por la cabeza la que probablemente sea su contribución más importante al arte contemporáneo: el Gran Vidrio, un enorme panel de cristal donde trabajó más de ocho años antes de dejarlo “definitivamente inconcluso”.
La novia |
Cuando una vez le preguntaron por qué había dejado de pintar, Duchamp se abrió de brazos y dijo: “¿Qué quiere? Ya no tengo ideas”. Cambió la pintura al óleo por el ajedrez, juego que le fascinaba y donde se convirtió en un consumado maestro. Se pasaba las horas muertas frente al tablero, llegó a formar parte de la selección francesa, bajo las órdenes de Alekhine, y una vez le hizo tablas al mismísimo Tartakower.
Con las mujeres, Marcel Duchamp parecía mantener la misma relación distante, civilizada y serena que con su arte. Era un hombre atractivo, divertido e inteligente, que jamás se enamoraba. Le dijo una vez a un amigo que prefería hacer el amor con mujeres feas, porque las feas ponen mucho más entusiasmo en el asunto que las guapas. La verdad es que, a lo largo de los años, tuvo una verdadera colección de hermosas amantes que disfrutaron de su amable compañía sin los estorbos de la pasión. Duchamp parecía llevarlas a todas consigo en el interior de su mente como en un teatro de marionetas, del mismo modo que sus boîte-en-valise, las pequeñas maletas portátiles donde guardaba minuciosas reproducciones de su obra y que vendía a museos y coleccionistas de arte.
Man Ray, Mary Reynolds, c. 1919/50 |
Por eso, en 1927, entre sus numerosos y fieles amigos, sonó como una bomba la noticia de la boda de Duchamp, el eterno soltero. Fue más extraño aun descubrir que la novia era una chica gorda sin ningún atractivo, incluido el del dinero. Duchamp no aguantó el yugo del matrimonio más que unos meses y casi inmediatamente después de la ruptura regresó con su amante de décadas, Mary Reynolds.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Duchamp, al fin, conoció el amor. Ella fue el modelo de la última gran obra de Duchamp, un proyecto póstumo en el que trabajó pacientemente durante veinte años. Pero Maria Martins, esposa del embajador brasileño en los Estados Unidos, nunca abandonó a su marido. Tras esa penúltima aventura y tras la muerte de Mary Reynolds, Duchamp finalmente se casó con Alexina Mattise, ex esposa de un marchante de arte, conocida familiarmente como “Teeny”. Ella fue su compañera durante sus últimos años de vida, cuando Duchamp, con su escepticismo y su ironía habitual, asistió al comienzo de su gloria.
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