lunes, 29 de enero de 2024

(37) ¿QUE ESTÁ PASANDO? - Eduardo Arroyo Rodríguez (Guerrero, satírico y divertido) - El políptico «Los cuatro dictadores» - Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp

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Eduardo Arroyo Rodríguez

Guerrero, satírico y divertido: vida y obra de Eduardo Arroyo, una de las mentes más críticas con España y su tiempo, pincha aqui


(Madrid, 26 de febrero de 1937-Madrid, 14 de octubre de 2018) fue un pintor, escultor y grabador español de estilo figurativo, clave de la figuración narrativa como de la Neoplasticismo (o nueva figuración) española y vinculado al pop art. También dedicó parte de su tiempo a la escritura. 

Simultaneó la escritura con la pintura, pero ya en 1960 vivía de su labor como pintor.

Su actitud crítica ante las dictaduras, tanto las políticas como las artísticas, le empujó a iniciativas controvertidas. Optó por la pintura figurativa en unos años de aplastante dominio de la pintura abstracta en París, y sus primeros temas recordaban a la “España negra” (efigies de Felipe II, toreros, bailarinas) pero en clave cáustica y nada romántica.

Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria

De un uso matérico del color, Arroyo pasaría a una técnica más propia del “pop art”, de colorido vivo y pincelada más lisa. Temprano ejemplo de ello es “Robinson Crusoe”, de 1965 (Lausana, Museo Cantonal de BB.AA.).
La obra de Arroyo puede dividirse en dos etapas claramente diferenciadas por la muerte de Francisco Franco en 1975: durante el exilio (1958-1976) y después del exilio (1976- 1998). Oponiéndose de forma clara y violenta a la dictadura, la obra de Arroyo desafía el clima político español y posiciona estratégicamente su trabajo para adoptar una postura crítica e irónica a la vez. 

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid (España) Los cuatro dictadores
El políptico «Los cuatro dictadores» (dado a conocer en 1963) constituye una de las creaciones más trascendentes en el conjunto de su obra.
Se trata de una figuración artística, derivada de la estética del pop art, con la que Arroyo critica de manera mordaz los cuatro regímenes dictatoriales implantados en aquellos momentos, en diferentes países, y liderados por los personajes que aquí representa, a saber: Franco, Salazar, Hitler y Mussolini
Las figuras aparecen con las vísceras al descubierto. Arroyo metaforiza así la convergencia de miedos, pensamientos y sentimientos de los que estos personajes eran víctimas a la par que ejercían el totalitarismo y una brutal represión.

Su primer impacto público se produjo en 1963, al presentar en la III Bienal de París del políptico Los cuatro dictadores. Mediante una figuración conectada a la del arte pop, con elementos abiertamente expresionistas, el políptico Los cuatro dictadores reúne en imágenes paralelas a Franco, Salazar, Hitler y Mussolini en un gesto asociativo que recuerda los oscuros orígenes, vinculados a los totalitarismos de entreguerras, de los regímenes dictatoriales que perviven en la Península Ibérica y buscan su homologación con las democracias occidentales. Los cuatro personajes aparecen representados como peleles formados por un amasijo de vísceras, decorados con elementos relativos a la iconografía dictatorial construida por cada uno de ellos, y con detalles que remiten a hechos históricos.

El retorno de las cruzadas, 2017, óleo sobre lienzo, 200 x 300 cm © Adagp París 2017. Foto: Adrián Vazquez.

La pintura realizada en 1965 junto a Gilles Aillaud y Antonio Recalcati, titulada Vivre et laisser mourir ou la fin tragique de Marcel Duchamp, se considera un verdadero manifiesto y declaración de las intenciones pictóricas de sus autores. En ella se reivindica la acción de la autoría colectiva, frente al individualismo de una abstracción convertida en tendencia dominante en la época. Asimismo, proyectan la intención de encarnar una alternativa figurativa mediante la cual expresan su rechazo a los paradigmas de la vanguardia histórica, convertidos ya en lenguajes canónicos. Es por lo que representan la muerte de Marcel Duchamp, cuyo entierro es llevado a cabo por artistas que se integran en nuevas tendencias.

Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp, realizada en 1965, hay que entenderla dentro del contexto del momento.
Querían salvar la pintura frente a lo que consideraban la desesperante frivolidad conceptual de algunas vanguardias. Dadá era una, según ellos. Y Marcel Duchamp, su principal representante.

“Duchamp era un teórico, muy inteligente, muy hábil, pero no un artista”, asegura él mismo en la conversación. “Cuando conocimos aquella encuesta nos dimos cuenta de la gravedad de la situación. El resultado anunciaba en lo que se ha convertido hoy la gran mayoría del arte mundial, que venía acompañada de un aparato crítico y una tendencia museística poderosa. Eso ha producido uniformidad, que se abran museos por todo el mundo iguales”, comentó Arroyo.

Eduardo Arroyo fue un artista de gran inteligencia, que, se convirtió, a menudo, en una figura incómoda, difícil de asimilar por las corrientes dominantes del arte.

Arroyo y sus colegas decidieron representar la muerte de Duchamp de una forma teatral, violenta, casi de película.
  • Realizaron ocho cuadros que se exponen hoy en el Museo Reina Sofía como parte de su colección permanente.
  • En ella puede verse una narración, casi, de cómic a través de ocho escenas.
  • Hay tres imágenes que pertenecen a obras del propio Marcel Duchamp, dentro de la secuencia de Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp.
  • Desnudo bajando la escalera, La fuente y El gran vidrio, son recreaciones de las obras de Duchamp.
Desnudo bajando la escalera. Marcel Duchamp

Obra original de Marcel Duchamp. La fuente.

El Gran vidrio. Marcel Duchamp.

Recreación de El Gran vidrio

Duchamp sube la escalera

Duchamp es detenido


Ducham es arrojado por las escaleras.

En la última secuencia es enterrado envuelto en la bandera americana. El ataud lo portean los artistas de pop art con uniformes militares americanos. Es llevado a cabo por artistas que se integran en nuevas tendencias como son: Rauschenberg, Oldenburg, Martial Raysse, Warhol, Restany y Arman. 

Esta “muerte” de Marcel Duchamp, considerado en ese momento el padre de la vanguardia moderna, produjo un auténtico escándalo en la vida intelectual francesa. El grupo surrealista firmó un manifiesto contra los tres autores de la pintura. Es por lo que esta obra significa un punto de inflexión en esta corriente.
Como afirmo en vida Eduardo Arroyo:

“Aquello lo pagamos. No era una broma meterse con él”.

Duchamp vivía, por entonces. Murió tres años después, en 1968.

La provocación les pasó factura en sus carreras, a los creadores de esta obra. El boicot no vino, sin embargo, por parte de los que participaron en la exposición La figuración narrativa en el arte contemporáneo, donde expusieron los cuadros de esta obra. Tampoco de los críticos, en su mayoría, se opusieron a ellos. Mas bien los apoyaron cuando los surrealistas firmaron su manifiesto en contra.

Duchamp nos despreció diciendo que solo buscábamos publicidad, como si él no lo hubiera hecho nunca. Nos cerraron las puertas de galerías y museos”. contaba Arroyo.
«Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp» se considera un verdadero manifiesto y declaración de las intenciones pictóricas de sus autores. En ella se reivindica la acción de la autoría colectiva, frente al individualismo de una abstracción convertida en tendencia dominante. Quieren representar una alternativa figurativa mediante la cual expresar su rechazo a los paradigmas de la vanguardia histórica, convertidos ya en lenguajes canónicos. 

El cuadro se inscribe dentro de una corriente pictórica que se desarrolla en Francia en los 60 llamada «figuración narrativa». Se trata de un estilo pictórico y un movimiento artístico que surgió en oposición a la abstracción y al Nuevo realismo. Se relaciona con la nueva figuración o con el pop art. 

La vida al revés. Elefante. Homenaje a Alvar Aalto, 2016, collage sobre papel, 80,5 x 65,5 cm © Adagp París 2017. Foto: Adrián Vazquez.

‘El buque fantasma’ es una obra de tintes wagnerianos terminada poco antes de su muerte.
Aunque le obsesionara Moby Dick, Eduardo Arroyo no fue un lobo de mar. Más bien un Quijote de tierra adentro y un urbanita callejero, siempre a medio camino entre Madrid y París, que buscaba también el retiro en los montes de León antes que en las costas o los puertos. Pero el destino es juguetón y su última firma la estampó en un cuadro que quiso titular El buque fantasma. En él, un submarino torpón y con ruedas se sumerge entre un mar de máscaras que evocan a uno de sus alter ego, Fantômas, escoltado por dos caballitos marinos que sonríen como dragones poseídos por el día


En el respeto de la tradiciones (1965), una declaración abierta de la dimensión icónica que confiere Arroyo a la pintura. Se trata de una parodia de tres estilos pictóricos sucesivos, en la carrera de la vanguardia artística, puntillismo, poscubista y expresionismo, que reproducen con sus respectivas gramáticas un paisaje original típico de la Escuela de Barbizon para generar una obra cuatripartita de mera repercusión estética.

En el respeto de las tradiciones, 1965, óleo sobre lienzo, 184 x 192 cm © Adagp París 2017. Foto: DR.

La mujer del minero Pérez Martínez llamada Tina es rapada por la policía, 1970, óleo sobre lienzo, 163 x 130 cm © Adagp París 2017. Foto: DR.
Una de las imágenes más emblemáticas del corpus del artista, La mujer del minero Pérez Martínez llamada Tina es rapada por la policía (1970). El significado de esta cabeza de mujer con el pelo al cero, lágrimas y amplios pendientes de la bandera de España, tiene más calado del que cabe esperar. 
A través del título que acompaña a Tina, mujer de un minero, y de los detalles esenciales de su busto se puede inferir que simboliza la represión ejercida por las fuerzas del orden del general Franco en las huelgas de las cuencas mineras asturianas de 1962, pero además es una imagen de otra imagen. Su carga dramática está tamizada por la sátira que envuelve a todo pastiche, en este caso a partir de Retrato de bailarina española (1921) de Joan Miró, quien por aquel entonces era considerado el genio vanguardista por antonomasia en nuestro país, junto con Dalí, y ejemplo de resistencia muda al franquismo desde el llamado “exilio interior”. No en vano, nuestro autor abre aquí otra lectura sobre esta circunstancia excepcional: el consentimiento tácito por parte del pintor catalán al Régimen, pues nunca manifestó su incorformismo de manera fehaciente contra el autoritarismo del dictador e incluso se “dejó querer” por su política cultural. Esta denuncia del conflicto existente entre la historia política y la historia artística, supuso una gran conmoción.


También es objeto de esta reflexión sobre el falso testimonio que es capaz de dar la pintura, el monumental óleo Ronda de noche con porras (1975-1976), una réplica manipulada de la magistral obra de Rembrandt que sigue las mismas dimensiones que el original. Arroyo usurpó al genio de Leiden esta representación de pudientes comerciantes del siglo XVII, en falsas actitudes heroicas como si fueran milicianos, para evocar las acciones represivas de la policía española sobre los insurrectos a finales de la dictadura. Pero además escogió esta obra maestra como proyecto de trabajo estando en Berlín porque esconde una anécdota sobre su vida material que atenta contra el valor testimonial de pintura: la obra resultó amputada en sus dos extremos laterales para hacerla entrar en el ayuntamiento de Ámsterdam. Por este motivo, su réplica restituya estas dos mutilaciones con dos escenas esperanzadoras del amanecer en el paisaje urbano madrileño.

En la Tate Gallery, José María Blanco White está vigilado por un enviado de Madrid, 1979, óleo sobre lienzo, 200 x 230 cm © Adagp París 2017. Foto: DR
Arroyo concibe la imagen como antídoto del olvido. Sus obras han rescatado de la caja de fuerte de la historia hechos silenciados, personas reducidas a meros espectros… Algunas ahondan especialmente en la desaparición del recuerdo, como son las pinturas En la Tate Gallery, José María Blanco White está vigilado por un enviado de Madrid (1979), en cuyas escenas Arroyo ha hurtado el cuerpo del protagonista: solo su pechera blanca almidonada nos recuerda que este teólogo y poeta irlandés huido del régimen absolutista de Fernando VII, fue un completo ausente para esa España represiva.
“La falta de respeto que muestro a veces por la pintura prueba, lo contrario, mi amor por la pintura”, dijo Arroyo en una entrevista una tarde de noviembre de 2007. En el respeto de las tradiciones refleja cómo el artista ha desmitificado la historia del arte y se ha apoderado de la propiedad plástica privada para otorgarse el derecho de pintar a la antigua y de ejercer una pintura bien pensada. Tal vez de niño, en sus excursiones al Prado con su abuelo, vió el aforimo de Eugenio D’Ors tallado en la fachada norte del Cason del Buen Retiro: “todo lo que no es tradición es plagio”, una ida que ha repetido hasta la saciedad.

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