jueves, 5 de junio de 2014

Falsificadores - Han van Meegeren - Elmyr de Hory

Han van Meegeren, la vanidad del falsificador

(10 de octubre de 1889 en Deventer, Overijssel - 30 de diciembre de 1947 en Ámsterdam), más conocido como Han van Meegeren fue un pintor y retratista neerlandés, y es considerado como uno de los más ingeniosos falsificadores de arte del siglo XX.



Han van Meegeren diseñó este barco-casa para su club de remo mientras estudiaba arquitectura,
entre los años 1907 al 1913.

Por: MANUEL VICENT

Miguel Ángel le vendió al papa Julio II como esculturas griegas algunas que él mismo había esculpido de propia mano. Era una estafa, pero no dejaban de ser esculturas auténticas de Miguel Ángel y sin duda con el tiempo fue el Vaticano, como siempre, el que salió ganando. Muchas veces le llevaban a Picasso uno de sus cuadros para que lo autentificara. Hubo casos en que el pintor se negó a reconocer su propia obra si esta ya no le gustaba. "¿Pero, maestro, no recuerda que le he comprado esta pintura a usted en persona en este mismo taller?", exclamó un coleccionista angustiado. "Es que yo también pinto a veces Picassos falsos", contestó el pintor.


La cena de Emaús, Obra de Caravaggio, en la que se basó Van Meegeren para realizar una de sus falsificaciones más famosas.

A principios del siglo pasado el marchante Ambroise Vollard, el descubridor de Picasso, se pasaba el día dormitando en su tienda de la Rue La Boétie a la espera de que cayera por allí algún coleccionista a comprarle un cuadro. Un día sonó la campanilla y entró un americano de Oklahoma. Quería un Cézanne. El marchante le mostró seis óleos del pintor, los únicos que tenía, a quinientos francos cada uno. "Si me hace un precio, le compro los seis", dijo el comprador muy sobrado. "En ese caso le cobraré 3.000 francos por cuadro". El americano quiso saber el motivo de semejante veleidad. "Tiene su lógica", contestó el marchante. "Usted sólo me da dinero y a cambio yo me quedo sin un solo Cézanne". 

Otro día sonó la campanilla y entró en la tienda un clochard muy andrajoso con un pequeño lienzo en la mano. Estaba firmado por un tal Van Gogh y representaba a un tipo de mirada salvaje, la barba rojiza, el rostro anguloso bajo un sombrero de fieltro. Era un autorretrato. El clochard estaba dispuesto a cedérselo por cualquier cantidad que le permitiera comprarse una botella de calvados. El señor Vollard reconoció la figura del lienzo a primera vista y le dijo al clochard que el cuadro era falso. El autorretrato auténtico de Van Gogh se lo había vendido el propio marcharte al barón de Rothschild y estaba colgado en la chimenea del salón principal de su mansión en París. Puesto que era una copia mala que no valía siquiera una botella de calvados el clochard abandonó el lienzo en la tienda y se largó sin dejar rastro. El falso autorretrato de Van Gogh quedó arrumbado en el suelo entre otros cuadros y cachivaches, de forma que desde la mesa Vollard tenía siempre a la vista aquella figura de rostro de cuchillo, que no le apartaba su mirada salvaje como si le recriminara su pasividad disuelta siempre en una continua modorra. 

Después de algunos meses esa figura se había convertido en una obsesión. Aquellos ojos estaban vivos y expresaban una verdad. Para salir de dudas, con el lienzo bajo el brazo el marchante se dirigió a la mansión del banquero y pidió comparar los dos autorretratos. Le bastó un solo minuto para llegar a la conclusión de que el Van Gogh auténtico era el del clochard, pero cuando preguntó por él en Montmartre le dijeron que se había arrojado al Sena.




Todos los cuadros son falsos mientras no se demuestre lo contrario. Cuando André Malraux fue nombrado por De Gaulle ministro de Cultura inició la labor en el ministerio con dos actos simbólicos: primero obligó a limpiar todas las fachadas de París y después se paseó por todos los museos, tiendas de cuadros y galerías, requisó los lienzos falsos de Utrillo y de Corot que encontraba, hizo con ellos una pira en la plaza de Ravignan y así ardieron al menos trescientos lienzos atribuidos a estos dos pintores. Si un ángel exterminador realizara un vuelo rasante sobre todos los museos y pinacotecas del mundo y acercara su espada flamígera a todas las obras de arte falsas o mal atribuidas desde el tiempo de los faraones hasta hoy serían muy escasas las que resistirían la prueba del fuego hasta el punto de que gran parte de la historia quedaría vacía. Pero demostrar que un cuadro es falso es casi tan difícil como demostrar que es auténtico. Este detalle estuvo a punto de llevarle a la horca a Van Meegeren, al falsificador de Vermeer.


El Mariscal del Reich Hermann Göring

Cuando al final de la Segunda Guerra Mundial en la Bélgica liberada comenzó la caza de colaboradores con los nazis la investigación llegó hasta las oficinas de un banquero en cuyos papeles constaba la venta al mariscal Goering de un cuadro de Vermeer, titulado Mujeres sorprendidas en adulterio. El banquero se sacudió las pulgas de encima delatando al verdadero vendedor, un tal Van Meegeren, pintor de tercera categoría, quien fue detenido el 29 de mayo de 1945 y después de un juicio rápido se le condenó a muerte por traición a la patria y colaboración con el enemigo. 







En el juicio Van Meegeren manifestó en su defensa que había falsificado ese cuadro. No sólo ese, perteneciente a la colección privada de Goering, sino también otros del mismo pintor. Durante años se había vengado de la indiferencia que despertaba su talento falsificando al más grande artista holandés del siglo XVII, del que sólo se conocían 37 obras. De hecho uno de sus cuadros falsos, Los discípulos de Emaús, había sido certificado por Brodius, el especialista de más prestigio, como una obra maestra de Vermeer y la Sociedad Rembrandt la había adquirido por 170.000 dólares. Los jueces no le creyeron, dada la perfección del trabajo. Pero en este caso su vanidad de artista entró en colisión con la muerte. Pudo haber repetido la hazaña del general Della Rovere, un impostor que se dejó fusilar como héroe, siendo un simple falsario con dotes de actor que había engañado a los nazis. Aunque a Van Meegeren le halagaba que su talento fuera reconocido públicamente ante un tribunal, no estaba dispuesto a arrastrar su vanidad hasta el pie de la horca.


The Supper at Emmaus by Han van Meegeren (1936)
Para demostrar su inocencia pidió que le llevaran a la celda un lienzo y todos los colores, aceites y pinceles necesarios. Comenzó a falsificar el cuadro de Vermeer titulado Jesús entre los doctores. Dada la habilidad de su mano, a mitad del trabajo, los jueces cambiaron de opinión. La pena de muerte por traición a la patria, malversación del patrimonio nacional y colaboración con el enemigo fue conmutada por una condena a dos años de cárcel por simple falsificación. Viendo que había salvado el pellejo Van Meegeren se negó a descubrir su secreto. Cómo envejecía el lienzo, cómo obtenía los mismos pigmentos que usaba Vermeer, cómo disolvía las tintas viejas, cómo sometía al horno la tela para conseguir el craquelado peculiar del siglo XVII, cómo pegaba al lienzo pelos de comadreja sacados de los pinceles de la época y otras manipulaciones todavía más elaboradas se las llevó Van Meegeren a la tumba.


Van Meegeren paints “Christ in the Temple.”

Queda dicho que demostrar la falsedad de un cuadro es a veces una labor muy ardua. En este caso, más allá de la sentencia del tribunal, el juicio continuó entre historiadores y estetas por un lado, físicos y químicos por otro. Unos seguían defendiendo la autenticidad de los Vermeer, pese a la propia confesión del falsificador. Las palabras que adornan los sentimientos estéticos ante cualquier obra de arte pueden formar un laberinto del que es imposible salir. Así sucedía con el cuadro Los discípulos de Emaús, hasta que fue sometido a un examen químico en un laboratorio inglés donde se demostró que Van Meegeren había usado fenol formaldehído para disolver las tintas secas y el azul cobalto mezclado en el lapislázuli, dos sustancias que no fueron descubiertas hasta el siglo XIX. Finalmente Van Meegeren había sido científicamente desenmascarado, pero de esta afrenta ya no se enteró, puesto que murió antes de un ataque al corazón en la cárcel, en 1947. Algunas esculturas griegas del Vaticano son de Miguel Ángel y en el Rijksmuseum de Amsterdam los falsos Vermeer son tanto a más visitados que los auténticos.



Van Meegeren on trial.


Elmyr de Hory

(Nacido 'Hoffmann Elemér') (* Budapest, 1906 – Ibiza, 11 de diciembre de 1976).

Elmyr de Hory en una fiesta en Ibiza.

Así vivió el falsificador de 1.000 obras de arte.

Fue el más elegante de los timadores. Nacido en una adinerada familia húngara, la II Guerra Mundial le privó de su herencia. Por casualidad, una de sus pinturas fue vendida en París como un Picasso: y Elmyr de Hory encontró el filón. Viajó por el mundo gozando de la vida y huyendo de la ley, hasta alcanzar la increíble cifra de 1.000 obras falsas vendidas. Nacido en 1905, murió en Ibiza tras pasar en la isla 16 años. Una exposición con obras propias le homenajea 30 años después de su muerte. 

Por Alberto de las Fuentes

El escritor Clifford Irving describe así a Elmyr de Hory a su llegada a la isla de Ibiza, en el verano de 1961: "Llevaba un monóculo pendiente de una cadena de oro, sus jerséis siempre eran de Cachemira (...). Lucía reloj de pulsera de Cartier, y se sentaba al volante de un descapotable Corvette Sting Ray de color rojo… Era, así lo hizo saber, ‘un coleccionista de obras de arte’". Añade: "Si había alguna opinión unánime sobre el suave y acicalado húngaro era que nunca había trabajado un día en su vida, ni podría, ni iba a hacerlo".


De Hory y su obra. La revista “Time” le retrató así, en 1969,
en su casa de Ibiza, donde el falsificador pasó
los últimos 16 años de su vida.

Pero nadie sospechaba la realidad: no sólo había sido el falsificador más grande de la Historia, capaz de colocar durante 21 años un millar de obras de artistas como Picasso, Modigliani, Matisse, Renoir, Toulouse-Lautrec, Gauguin, Chagall... Además, su vida había sido de película: siempre en los mejores hoteles e inmerso en los círculos sociales más selectos, siempre huyendo (de los nazis, del FBI, de la Justicia española...).

Pero, ¿quién fue realmente Elmyr de Hory? ¿Cómo llegó a convertirse en el falsificador más importante de todos los tiempos? ¿Por qué el cineasta Orson Welles se inspiró en él para realizar su película-documental "F" de fraude (1974), y hasta la revista Time le dedicó su portada?

Este genio de la falsificación nació en 1905 en Budapest, hijo de dos ricos aristócratas de origen judío. Decidido a ser artista, se trasladó a París, donde trabajaban entonces Matisse y Derain, y por donde aparecía a menudo Picasso. "Como la mayoría de los pintores jóvenes del momento, les conocía a todos", contaba.

La II Guerra Mundial trastornó su mundo. Fue conducido a Alemania y, en un interrogatorio, la Gestapo le rompió una pierna. Trasladado a un hospital en las afueras de Berlín, logró escapar de la manera más increíble: un día notó que la puerta de entrada estaba abierta y se marchó andando de puntillas. Consiguió llegar a Budapest, donde aguantaría hasta el final de la guerra.

Tras el conflicto, volvió a París. Pero ahora era "pobre, pintor y ya no era joven". Entonces, una amiga noble y multimillonaria, lady Campbell, se fijó en un dibujo que él había hecho en 10 minutos y lo confundió con un Picasso. Desconcertado, Elmyr se lo vendió. "Fue tan fácil que no podía creerlo. Ni siquiera me sentí culpable, era una cuestión de supervivencia".

¿Cual de estos arlequines pintó Picasso?

Muy pronto, se dedicó a recorrer Europa vendiendo sus dibujos de Picasso. Tras las penalidades de los últimos años, era maravilloso volver a alojarse en los mejores hoteles, pedir buenos vinos y viajar en primera clase. Cada vez que vendía algo, lo celebraba con Mouton-Rothschild cosecha de 1929.

En agosto de 1947 se trasladó a Nueva York. A la fiesta de inauguración de su nueva casa estaban invitados Zsa Zsa Gabor (a la que había conocido en Budapest), Anita Loos, Lana Turner y René d’Harnoncourt, en aquel momento director del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Empezó entonces un periplo que le llevó de Hollywood a San Francisco, Portland, Seattle y San Diego. En Texas tuvo un éxito inmediato con los nuevos magnates de la industria petrolífera, ansiosos de cultura inmediata. "Yo era una gran atracción", recordaba Elmyr. "Me gustaba Texas y me gustaban los americanos. Me sorprendía lo generosos y sencillos que eran todos".

Pese a algún pequeño tropiezo, su negocio iba viento en popa. Su colección privada pronto incluyó gouaches, dibujos, acuarelas y pequeños óleos falsos de Matisse.

A la manera de Matisse
En los años 50, empezó a vender por correo a museos de arte moderno y galerías de todo Estados Unidos. A menudo, retenían las obras durante varias semanas mientras buscaban asesoramiento de expertos. Pero el resultado siempre era positivo. En todo este tiempo, sólo un par de dibujos fueron puestos en duda.

Finalmente, sucedió lo inevitable. Vivía entonces en Florida, cuando un coleccionista —a quien De Hory había vendido algunas obras— prestó sus dibujos para una exposición que tuvo que ser cancelada porque dos de ellos "no eran originales". Elmyr huyó durante unos meses a México. Después se enteraría de que el FBI había visitado su apartamento, preguntando cuándo volvería.




Fiestas y museos 

Por esa época, el precio de sus obras estaba alcanzando cotas astronómicas. Las piezas ya vendidas iban dispersándose y terminaban a menudo en colecciones particulares y museos. En el de Detroit encontró expuesto un Modigliani salido de su mano. En libros y catálogos aparecían piezas suyas. Todo eso empezaba a deprimirle, más que a halagarle. De regreso a Estados Unidos, Elmyr continuó con su vida de siempre. Dio una fiesta a la que fue Marylin Monroe . "Allí abajo, frente a mi puerta, había tres Rolls Royce". Pero empezaron a circular rumores entre los grandes marchantes que advertían "ten cuidado con un amable húngaro de 50 años con un monóculo y un Matisse bajo el brazo". Entonces empezó a falsificar litografías, más fáciles de colocar, y entre ellas muchas de la serie Tauromaquia, de Picasso.

A la manera de Picasso
Tras un intento de suicidio, en 1959, Elmyr decidió huir de América. En sus 13 años allí se había convertido en el falsificador más prolífico y de más éxito de la Historia. Sus obras colgaban en las paredes de museos e instituciones. Había viajado tanto y había utilizado tantos alias, que nadie, ni siquiera los escasos marchantes que habían detectado alguna de sus falsificaciones, estaba en condiciones de imaginar la magnitud de su trabajo.



Justo entonces, descubrió Ibiza. Unido a dos jóvenes manipuladores, Legros y Lessard, el negocio prosperó más que nunca. En el año 1962, Elmyr asimilaba las técnicas al óleo de grandes pintores, mientras sus socios vendían su obra por París, Nueva York, Chicago, Suiza y el sur de Francia. Al año siguiente recorrieron Río de Janeiro, Buenos Aires, Ciudad del Cabo, Johanesburgo y Tokio.

Las hazañas del trío se sucedían sin descanso. Según contaba Elmyr, Legros llegó a enviar una de sus obras a Picasso para que certificara su autenticidad. Éste, que no estaba totalmente seguro, preguntó: "¿Cuánto pagó el marchante por él?". Le dieron una cifra fabulosa, 100.000 dólares, y Picasso dijo: "Bueno, si han pagado tanto, debe de ser auténtico".



En Tokio, Legros vendió al Museo Nacional de Arte Occidental tres piezas sobre las que el mismo ministro francés de Cultura, André Malraux, fue invitado a dar su opinión (comentó que los precios eran muy razonables para unas obras de tal categoría).

El multimillonario Algur Hurtle Meadows, magnate del petróleo y poseedor compulsivo de obras de arte, les compró en dos años 15 Duffys, siete Modiglianis, cinco Vlamincks, ocho Durains, tres Matisses, dos Bonnards, un Chagall, un Degas, un Laurencin, un Gauguin y un Picasso. Pero Elmyr apenas recibía unos cientos de dólares al mes, mal y tarde. "Teníamos que mantenerle pobre, explicaría Lessard después, para que siguiera a nuestras órdenes". 

A la manera de Van Dongen
La última etapa de su vida tiene aires de sainete. Sus socios dieron en pelearse públicamente y terminaron ante los tribunales en varios países. Eso afectó a Elmyr, cuyos trabajos perdieron calidad. Algunas de sus obras despertaron sospechas y pronto el nombre de Fernand Legros empezó a estar comprometido. Tantos escándalos acabaron escamando al magnate texano que pidió el asesoramiento de cinco expertos. La conclusión fue inapelable: 44 cuadros no eran originales. Meadows se convirtió, según un periodista, en "el hombre que posee la mayor colección de falsificaciones del mundo".
El final. "La falsificación ha terminado", dijo entonces Elmyr, "yo ya he sufrido bastante". Las autoridades españolas habían puesto la vista sobre él y se le abrió una investigación a cargo del Tribunal de Vagos y Maleantes. Le condenaron a dos meses de cárcel por homosexualidad, convivencia con delincuentes y "carecer de medios demostrables de subsistencia".

Elmyr de Hory al estilo de Monet. Colección particular.
Finalmente, todo se serenó y De Hory pudo vivir los últimos años de su vida en relativa paz, en su querida isla de Ibiza. Un año antes de morir, celebró una exposición en Madrid, llena de piezas realizadas "al estilo de" pero firmadas, orgullosamente, "Elmyr". De hecho, se volvió tan célebre, que se dio el caso de artistas que realizaron copias de falsificaciones suyas.


Elmyr de Hory al estilo deModigliani



Van Gogh. Esta obra imita la última época del trágico pintor holandés, uno de los menos falsificados por De Hory.

Modigliani. Era el artista con el que le unía una mayor afinidad espiritual y artística. Este falso Modigliani es un buen ejemplo de la capacidad mimética de Elmyr de Hory.

Matisse. De Hory no tenía una buena opinión de él, y le consideraba “un pintor muy mediocre, muy supervalorado”. De sus obras pensaba que “eran, con mucha diferencia, las más fáciles de falsificar”.

Braque. Este bodegón reúne todas las peculiaridades de estilización y composición del gran maestro del cubismo Georges Braque, un artista al que De Hory imitó con frecuencia.


Lo más asombroso, sin embargo, es que pudiera engañar a tantos expertos durante décadas. Elmyr, desde los comienzos de su carrera, en 1946, pintó unas 1.000 obras de arte atribuidas a maestros desde Modigliani hasta Picasso. Sólo en la etapa con Legros se calcula que ganó 35 millones de dólares. Y si no hubiera sido por los graves conflictos personales de sus dos socios y vendedores, jamás hubiera sido descubierto.
Modigliani. Era el artista con el que le unía una mayor afinidad espiritual y artística. Este falso Modigliani es un buen ejemplo de la capacidad mimética de Elmyr de Hory.

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