domingo, 16 de abril de 2017

(2ª parte) Francisco de Goya - Goya en Madrid (1775-1792) - Cartones para tapices - La Real basílica de San Francisco el Grande - Regina Martyrum - San Antonio de la Florida

(1ª parte) Francisco de Goya - La visión desencantada del mundo - Fernando VII - Carlos IV - Godoy - Luis de Borbón - José Luzán, pincha aqui

Cartones para tapices
La confección de tapices para las dependencias de la realeza española había sido un empeño de los Borbones que se ajustaba al espíritu de la Ilustración, pues se trataba de una empresa que fomentaba la industria de calidad. A partir del reinado de Carlos III, las estampas se esforzarán por representar motivos españoles, en línea con el pintoresquismo vigente en los sainetes teatrales de Ramón de la Cruz.

Busto de Don Ramón de la Cruz en Madrid (L. Coullaut, 1913)
Don Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla (Madrid, 28 de marzo de 1731 — ibíd, 5 de marzo de 1794) fue un dramaturgo español, considerado como uno de los definidores del casticismo madrileño en el contexto del «arte nuevo de hacer comedias» expresado en forma de sainete o entremés.
Para llegar al tapiz había de elaborarse un modelo previo en cartón, que servía de base en el telar y que reproducía un lienzo de alguno de los pintores secundarios que elaboraban bocetos y luego cuadros para tal fin. 

Goya comienza su labor, menor como pintor, pero importante para introducirse en los círculos aristocráticos, con la dificultad añadida de conjugar el Rococó de Tiépolo y el Neoclasicismo de Mengs para alcanzar el estilo apropiado para unos cuadros destinados a la decoración de las estancias reales, donde primaba el buen gusto y la observación de las costumbres españolas; todo ello, además, dotando a la escena de encanto no exento de variedad en la unidad. No es aún realismo pleno —si bien algunos de sus óleos para cartones denotan verismo, como La nevada (1786) o El albañil herido (1787)

La nevada o El invierno es un cuadro de Francisco de Goya conservado en el Museo del Prado y que forma parte de la serie de cartones para tapices que representaban las estaciones.
El albañil herido es un cuadro de Francisco de Goya perteneciente a la tercera serie de cartones para tapices, ejecutada entre 1786 y la muerte de Carlos III en 1788, que representaban escenas costumbristas destinadas a la Pieza de Comer (o comedor) del Palacio de El Pardo del Príncipe de Asturias (el futuro Carlos IV). La obra se conserva y expone en la colección permanente del Museo del Prado.
La obra difunde iconográficamente un edicto de Carlos III que regulaba la construcción de andamios y que fomentaba las medidas de seguridad en la construcción y solicitaba indemnizaciones a los maestros de obras por los accidentes laborales producto de las deficiencias en los andamios. 
La actividad de Goya para la Real Fábrica de Tapices se prolongó durante doce años, de 1775 a 1780 en un primer quinquenio de trabajo y de 1786 hasta 1792 (otros siete años), año en que una grave enfermedad, que le provocó su sordera, lo alejó definitivamente de esta labor. 

El parasol verde, 1777, Francisco de Goya, (Madrid, Museo del Prado). La composición piramidal y las figuras en primer plano reflejan la influencia de la pintura clásica italiana, así como el dominio de las luces y las sombras.
Segunda serie
Tras un periodo (1780-1786) en el que Goya emprendió otros trabajos, como ejercer de retratista de moda de la clase pudiente madrileña y la recepción del encargo de pintar un cuadro para San Francisco el Grande de Madrid y una de las cúpulas de El Pilar, retomó su trabajo como oficial de la fábrica de tapices en 1786 con una serie dedicada a la ornamentación del comedor del Palacio de El Pardo.

La Real basílica de San Francisco el Grande es un templo católico en Madrid (España), en el barrio de Palacio, dentro del centro histórico de la capital de España. Preside la cara occidental de la plaza de San Francisco, configurada por la intersección de la calle Bailén y la Carrera de San Francisco. Forma parte del convento franciscano de Jesús y María, fundado a principios del siglo XIII, sobre una desaparecida ermita dedicada a santa María.
Interior de la cúpula, decorada con pinturas murales alusivas a Nuestra Señora de los Ángeles, facetadas en ocho grandes secciones.
La cúpula de San Francisco el Grande tiene 33 m de diámetro y 58 m de altura (72 m desde el suelo). En lo que respecta a las cúpulas de planta circular, es la tercera de mayor diámetro de la cristiandad, por detrás de la del Panteón de Agripa (43,4 m) y de la de San Pedro del Vaticano (42,5 m), ambas en Roma (Italia).
Supera en diámetro a las cúpulas de Santa Sofía (31,8 m), en Estambul (Turquía); de la Catedral de San Pablo (30,8 m), en Londres (Reino Unido); y de Los Inválidos (24 m), en París (Francia).
El edificio destaca por su cúpula, considerada como la tercera de planta circular de mayor diámetro de la cristiandad; por su suntuosa decoración interior, realizada en estilo ecléctico a finales del siglo XIX; y por su pinacoteca, representativa de la pintura española de los siglos XVII a XIX, con cuadros de Zurbarán y Goya.
La pradera de San Isidro (1788) es un boceto de Francisco de Goya, pintado para una serie de cartones para tapices destinados a la decoración del dormitorio de las infantas del Palacio de El Pardo. Con la muerte de Carlos III el conjunto del proyecto quedó inacabado, y el cuadro, previsto para medir siete metros y medio de longitud, quedó en un minucioso apunte. El boceto pasó a propiedad de los duques de Osuna hasta 1896, año en que fue adquirido por el Museo del Prado. A pesar de su pequeño tamaño, ha llegado a convertirse en el modelo iconográfico del Madrid goyesco.
En él se muestra una vista de Madrid desde la ermita de San Isidro, patrón de la ciudad, el día de la romería. El asunto de la obra, en palabras del propio autor a su amigo de la infancia Martín Zapater,
Es la Pradera de San Isidro, en el mismo día del Santo con todo el bullicio que en esta Corte acostumbra haver.
Tercera serie
La gallina ciega (1789) es uno de los cartones que servían como modelo para las manufacturas de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara de Francisco de Goya y estaba destinado a la decoración del dormitorio de las infantas del Palacio de El Pardo y fue realizado poco después de que accediera al trono de España el rey Carlos IV. Se trata de la cuarta serie de cartones que Goya realizó entre 1788 y 1792, dedicados al ocio y las diversiones campestres. De este cartón se conserva un boceto previo en el Museo del Prado.
Los zancos es un óleo de Francisco de Goya, pintado para la séptima serie de cartones para tapices que realizaba el pintor. Fue emprendido por encargo de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, con destino a ornar el despacho de Carlos IV en El Escorial.
El pelele (1791 - 1792) es un cartón para tapiz de Francisco de Goya (267 x 160 cm), uno de los que ejecuta para tapices destinados al gabinete del rey Carlos IV de España de El Escorial. Se trata de una escena popular. Pertenece al último periodo de Goya como pintor de cartones para tapices.
San Antonio de la Florida
El rey Carlos IV financió la construcción de una iglesia en la madrileña Cuesta de los Areneros -hoy Paseo de la Florida- en los terrenos constituidos por un viejo palacio denominado la Florida que habían sido propiedad del marqués de Castel Rodrigo. Debido a la expansión de la nobleza madrileña por la zona de la Moncloa, especialmente famoso el palacio de la Duquesa de Alba, la reina María Luisa también quiso tener su palacete de recreo.


El 20 de diciembre concluyó los trabajos, inaugurándose la capilla palatina el 12 de julio de 1799. El tema elegido para la cúpula central que preside el templo es un milagro de San Antonio. Estando el santo en Padua, recibió la noticia de que su padre había sido acusado de asesinato en Lisboa. 


Convencido de su inocencia, pidió permiso para ayudar a su padre y un ángel le trasladó milagrosamente a la capital portuguesa. Intentó inútilmente convencer a los jueces de su error, por lo que solicitó al gobernador que el fallecido fuese desenterrado para ser interrogado. La noticia corrió como la pólvora por la ciudad, concentrándose en el cementerio un buen número de paisanos para contemplar el evento. San Antonio, en nombre de Jesucristo, pidió al asesinado que declarase en voz alta y clara si su padre había participado en su muerte, incorporándose el cadáver y proclamando la inocencia del acusado. 


Este es el momento que Goya ha elegido, situando el milagro en Madrid, al que asisten majas, chisperos, embozados y chulapas. San Antonio es la figura vestida con hábito pardo situado sobre una roca y el resucitado aparece siendo sujetado por uno de los enterradores. Tras él se contempla a un hombre y a una mujer que se interpretan como los padres del santo, de origen lisboeta. Tras una barandilla, al estilo de las balconadas madrileñas, se sitúan los diferentes personajes. Este procedimiento ya había sido empleado anteriormente por Mantegna, Correggio o Tiépolo. En la escena goyesca destaca la naturalidad de los personajes en diferentes posturas -cuchicheando, observando atentamente, mirando a otro lado, ...-.


Dicha barandilla sirve de eje para colocar las figuras, acodadas unas, apoyadas otras e incluso subidas en ella como los niños o el mantón. La zona superior se corona con un efecto de cielo y árboles, para crear la sensación de desaparición de la arquitectura. La expresividad de las figuras supone el punto más álgido de la pintura religiosa de Goya, quien ha sabido acercar el milagro al pueblo, haciendo que éste sea el verdadero protagonista, intercalando entre los diferentes personajes retratos de amigos y conocidos. Dicha expresividad indica su abandono del academicismo y su anticipación al Expresionismo del siglo XX.


La tradicional técnica del fresco fue empleada por el aragonés para pintar la llamada "Capilla Sixtina de Madrid". Para otorgar mayor brillantez a los colores también utilizó pinceladas de temple. Precisamente, la pincelada suelta, a base de manchas de luz y de color, sitúa a esta escena a un paso del Impresionismo, al igual que las figuras de Ángeles que decoran la parte superior de las paredes laterales y los interiores de los arcos, creando un conjunto imposible de superar.

Regina Martyrum

Regina Martyrum
Francisco Bayeu fue el encargado por el cabildo zaragozano para asegurar la unidad del conjunto de bóvedas y cúpulas que rodean a la pintada por González Velázquez sobre la Santa Capilla de la basílica del Pilar de Zaragoza. Bayeu pensó en su cuñado Goya para realizar parte de la decoración, confiando también en su hermano Ramón, atendiendo siempre a su dirección. El 5 de octubre de 1780 el cabildo recibe todos los bocetos de la decoración, incluyendo los que Goya había realizado para su cúpula representando a la "Santísima Virgen María Reina de los Mártires".


La idea que preside la obra de Goya es la eliminación de la arquitectura para que el espectador, al elevar su mirada hacia la cúpula, contemple el Cielo, presidido por la Madre de Dios. Hasta este punto no existe ningún problema con el cabildo, surgiendo las tensiones por la ejecución de la obra. Goya hace un planteamiento novedoso, otorgando escasa importancia a las formas, más interesado por las luces y los reflejos, anticipando una técnica pre-impresionista que repetirá en la ermita de San Antonio de la Florida. Las largas y empastadas pinceladas conforman unas abocetadas figuras, creando un atractivo juego de colores, luces y sombras difícilmente superable. Sin embargo, el cabildo no admiró la obra y se enteró de las desavenencias entre los cuñados por el asunto de la cúpula. 

El canónigo Allué es el encargado de apaciguar los revueltos ánimos que se exaltarán de nuevo con el asunto de las pechinas, en las que Goya se tiene que atener a la dirección de Bayeu, lo que provocó su reacción y su inmediata queja, contestada en similares términos por el cabildo; Bayeu debe aprobar los bocetos de Goya. La mediación del cartujo fray Félix Salcedo -que escribe una carta a Goya en la que le invita a calmarse- soluciona el asunto temporalmente hasta que Goya, harto de su inferioridad respecto a su cuñado, regresa a Madrid, escribiendo desde la capital del reino a su amigo Zapater en los siguientes términos: "en acordarme de Zaragoza y pintura me quemo vivo". La tensa relación con Bayeu durará al menos varios años.

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