viernes, 26 de mayo de 2017

Los Vikingos: Muerte y saqueo en Al-Ándalus - Banu Qasi - Batalla de Albelda

Transcurridas catorce noches del mes de muharram, una potente flota vikinga de más de ochenta naves y cerca de 4.000 hombres remontaba el Guadalquivir

En el 230 de la Hégira (844 de nuestra era), esto es, al comienzo del otoño, una potente flota vikinga de más de ochenta naves y cerca de 4.000 hombres remontaba el Guadalquivir para asestar a los almohades de Al-Ándalus un golpe de una audacia sin precedentes. Sus cuernos de combate tocaban a tragedia y una música fúnebre ascendía lentamente hacia la indefensa ciudad unos kilómetros más arriba.
Previamente se habían apoderado de Qabpil (actualmente Isla Menor) y habían dejado un fuerte destacamento afianzando la cabeza de puente. En la localidad de Coria del Río ocasionarían una matanza memorable, no dejando títere con cabeza. Toda la población, estimada en medio millar de almas, fue pasada a cuchillo sin que conste que hubiera superviviente alguno. Esta carnicería no tenía otro objeto que el de evitar en principio que el aviso de su presencia llegara a Sevilla, que era la pieza mayor y más codiciada de esta incursión. Además, la extrema crueldad con que trataban a sus prisioneros era en sí una carta de presentación sobre sus intenciones. Una atmósfera de terror precedía y seguía a todos sus desembarcos. Llegar, golpear y desaparecer antes de que los autóctonos reaccionaran era su modus operandi.
Durante dos meses sembraron el pánico a su antojo entre los andalusíes de la comarca provocando un éxodo cuyos ecos actuaban como caja de resonancia.
Tres días después de su desembarco, esta horda decidió remontar el Guadalquivir hacia Sevilla, conocedores de la fama que albergaba esta ciudad. Sus habitantes se disponían a la defensa inermes ante la que se avecinaba sin caudillo militar alguno que guiara su ejército, pues el gobernador de la ciudad se había dado a la fuga huyendo hacia Carmona, por lo que a los pobladores de este antiquísimo enclave solo les quedaba encomendarse a Alá. Conocedores de esta deserción y de la escasa preparación militar de los defensores, esta fuerza letal llegaría con sus naves hasta los arrabales de la ciudad.
Imagen de la serie de televisión "Vikingos".
La matanza y el saqueo se prolongaron en una orgia de sangre durante una semana. Mujeres, niños y ancianos sufrieron el horror desatado por esta forma de peste humana y la entera población  fue pasada a cuchillo, con el corolario de violaciones, saqueo, e incendio de la ciudad. A los que se les perdonó la vida, el destino les depararía un futuro estremecedor: la esclavitud. Todos los prisioneros provenientes del África negra serian vendidos en Irlanda como un bien exótico. Durante dos meses sembraron el pánico a su antojo entre los andalusíes de la comarca provocando un éxodo cuyos ecos actuaban como caja de resonancia.
Cabezas en picas
Transcurría noviembre para cuando el emir Abd al ­Rahmán consiguió movilizar un ejército digno de tal nombre y enfrentarlos. Para cuando alcanzó la comarca del Aljarafe sevillano, la desolación era patente. En una primera fase comenzaron a fustigar con la caballería e infantería a sus enemigos a los que desconcertarían totalmente. La horda vikinga no disponía de caballos y sus conocimientos ecuestres eran prácticamente nulos. En los enfrentamientos que se sucedieron en días posteriores la caballería del emir estragaría a los nórdicos. El envés del infierno se abatiría sobre estos rudos guerreros-exploradores. La umma (comunidad de musulmanes) podía respirar por algún tiempo.
El general Ibn Rustum ordenó la decapitación fulminante de los prisioneros supervivientes a la vista de sus camaradas. Un millar de ellos fueron enterrados vivos con la cabeza al aire y se ordenó a la caballería almohade pasar al galope en repetidas ocasiones sobre este peculiar sembrado. Más de treinta naves capturadas arderían sin remisión. Algunas cabezas cortadas soportarían grandes candelas que iluminarían durante el ágape con el que sería homenajeado el triunfador. Todas las palmeras de Sevilla fueron profusamente decoradas para la ocasión con más de quinientas cabezas recordando a los sevillanos que el horror había tocado a su fin. Desde aquellas cuencas con sus ojos vacíos, finalmente los normandos contemplarían con sosiego la eternidad.
Nunca más se volvería a documentar en Al-Ándalus más strandhógg, como llamaban en su lengua a estas campañas de saqueo.
Un pueblo de saqueadores
Ya en su primer desembarco en la península, en Gijón hacia el 840, los asturianos con Ramiro I a la cabeza les causaron severísimas bajas en la zona aledaña a la Torre de Hércules quemándoles más de setenta naves, en la que posiblemente sea la derrota más destacada en la historia de las navegaciones vikingas.
Las sagas escandinavas mencionan profusamente esta inveterada afición por el sol y la gastronomía local.
Los cronistas árabes que recogen el más terrible ataque normando de los tres que se produjeron en la península documentaron ampliamente este ataque al sur de la península. Los otros dos se efectuaron en los años 858-861 en los que arrasaron en su remontada por el Ebro y como corolario capturarían a García Íñiguez, rey de Navarra, eso sí, después de pegarle fuego a Pamplona por los cuatro costados. Íñiguez tuvo que pagar lo que no está escrito por su propio rescate. El botín obtenido en esta incursión, histórico por otra parte, generó curiosas anécdotas. Muchas de las naves vikingas en su retirada, dado el peso de las capturas, embarcarían agua en abundancia en su trayecto por el Mediterráneo y se hundirían sin más.
La tercera oleada fue en realidad un sumatorio de pequeñas invasiones que duraría cinco años aproximadamente, iniciada la segunda mitad del siglo X. No obstante, perseverantes, los nórdicos, que ya se habían aficionado a la paella y al gazpacho, todavía volverían hacia el año 1030 al escenario de sus añoradas andanzas. Las sagas escandinavas, mencionan profusamente esta inveterada afición por el sol y la gastronomía local.
Knörr en el tapiz de Bayeux. (Urban)
Los knörr eran barcos de bajo bordo, de navegación suave y habilitados para cuarenta  individuos aproximadamente. Esta excelente embarcación tenía dos extremos iguales, permitiendo invertir la dirección sin tener que dar la vuelta la nave, con la consiguiente complicación de la maniobra. Fuente: El confidencial

859: Desde su base invernal en la Camarga, al sur de Francia, la flota de Björn y Hastein llega a Pamplona tras subir por el río Ebro, y sus afluentes, el Aragón y el Arga, y toman prisionero al rey García Íñiguez de Pamplona.

García I Íñiguez (c. 810-8811 /882), hijo de Íñigo Arista, desde aproximadamente 842 fue regente y llevó la dirección de las campañas militares durante los últimos años de la vida de su padre, que enfermó alrededor de 841-842 y quedó paralítico. Sucedió a su padre en el trono de Pamplona en 851-852
García fue educado en Córdoba. En mayo de 843 ayudó a su tío Musa ibn Musa en su insurrección contra el emir de Córdoba. El resultado fue el ataque de Abd al-Rahman II de Córdoba a las tierras de Pamplona, que terminó el mes siguiente con una rotunda victoria del emir sobre García Íñiguez y Musa.
En 859 fue apresado por una expedición vikinga que había subido por el río Ebro. Liberado tras pagar un rescate de 70 000 monedas de oro, abandonó las antiguas alianzas con los Banu Qasi y se acercó al reino de Asturias. García se alió con el rey asturiano Ordoño I y juntos obtuvieron un importante triunfo ante los musulmanes en la batalla de Albelda en 859-860, que también fue llamada la« batalla de Monte Laturce» o la «de Clavijo».6 Esta victoria cristiana motivó la quiebra del poder de los Banu Qasi y la consiguiente reacción cordobesa.

Busto en honor a Musa II en Tudela.
Musa ibn Musa o Musa ibn Musa ibn Fortun, llamado al Qasaw (el Grande) (c. 800-Tudela, 862), fue un gobernador de la al-Tagr al-Ala, correspondiente a Tudela, Huesca, Zaragoza y Lérida (Marca Superior) de al-Ándalus. Fue uno de los personajes más destacados de la familia Banu Qasi. Era hijo de Musa ibn Fortún y de Oneca, que era viuda de Íñigo Jiménez, padre del futuro rey Íñigo Arista de Pamplona, medio hermano de Musa ibn Musa, quien era biznieto del Conde Casio, quien se convirtió al Islam tras la conquista musulmana de la península ibérica.
Banu Qasi, Beni Casi o Banu Musa fue una importante familia muladí cuyos dominios se situaron en el valle medio del Ebro entre los siglos VIII y X, durante la pertenencia de esta región a la Hispania musulmana. Descendían del conde Casio, un noble visigodo que gobernaba la región del norte de España comprendida aproximadamente entre Tudela, Tarazona, Ejea de los Caballeros y Nájera. El personaje que da origen al linaje se ha creído ver en un conde hispanogodo llamado Casio, que al producirse la conquista musulmana del reino visigodo, se convirtió al Islam y se hizo vasallo de los Omeyas a cambio de poder conservar sus dominios (hacia el año 713). De ahí el nombre de la familia, Banu Qasi: ‘hijos de Casio’.

Mapa de la Península Ibérica a comienzos del siglo X, con la máxima influencia de los Banu Qasi.
Ordoño I de Asturias (Oviedo, 821 - ibídem, 27 de mayo de 866), rey de Asturias entre los años 850 y 866, fue hijo del rey Ramiro I y padre de Alfonso III de Asturias
Batalla de Albelda Se conoce con el nombre de batalla de Albelda a dos acontecimientos bélicos ocurridos en las proximidades de la localidad de Albelda de Iregua en La Rioja en el marco de la reconquista cristiana de la península ibérica. El primero está datado c. 852 y el segundo en 859.
Primera contienda
Hacia el año 852 tropas asturianas y gasconas se enfrentaron a Musa ibn Musa, de los poderosos Banu Qasi, en las proximidades de Albelda. La batalla finalizó con la victoria del ejército musulmán, lo que le posibilitó controlar la práctica totalidad del territorio de la actual La Rioja. Tras esta victoria Musa fue nombrado valí de la Marca Superior (852-859).

"Rodear y conquistar" el Castillo de Viguera
Segunda contienda
Musa ibn Musa, al apoderarse de Huesca en 855, había reunido un territorio tan extenso que se hacía llamar "tercer rey de España". Tratando de proporcionarse una base militar en una zona estratégica de comunicación entre las actuales Soria y Logroño, mandó construir una fortaleza en Albelda o Albaida, entre Clavijo y los montes de Viguera. Según la Crónica de Alfonso III en ese momento García Íñiguez de Pamplona abandonó su tradicional alianza con los Banu Qasi para aliarse con los asturianos. Ordoño I de Asturias se adelantó al peligro que podría suponer la nueva fortaleza y en 859 la atacó y destruyó, causando una gran derrota a los Banu Qasi.
Tras la derrota musulmana en esta batalla, en 860 la monarquía asturiana llevó a cabo la repoblación de Amaya, intensificando de esa manera el fenómeno repoblador en el alto Ebro y los territorios ubicados en la margen izquierda del Duero.

La batalla de Clavijo es un mítico enfrentamiento que se consideró durante mucho tiempo una de las más célebres batallas de la Reconquista, dirigida por el rey Ramiro I de Asturias contra los musulmanes.
La batalla tendría su origen en la negativa de Ramiro I de Asturias a seguir pagando tributos a los emires árabes, con especial incidencia en el tributo de las cien Doncellas. Por ello las tropas cristianas, capitaneadas por Ramiro I, irían en busca de los musulmanes, con Abderramán II al mando, pero al llegar a Nájera y Albelda se verían rodeados por un numeroso ejército árabe formado por tropas de la península y por levas provenientes de la zona que correspondería actualmente con Marruecos, teniendo los cristianos que refugiarse en el castillo de Clavijo en Monte Laturce. Las crónicas cuentan que Ramiro I tuvo un sueño en el que aparecía el Apóstol Santiago, asegurando su presencia en la batalla, seguida de la victoria. De acuerdo con aquella leyenda, al día siguiente los ejércitos de Ramiro I, animados por la presencia del Apóstol montado en un corcel blanco, vencieron a sus oponentes.
Imagen de Santiago Matamoros en Carrión de los Condes.
Estatua de Abderramán II en Murcia
Abū l-Mutarraf `Abd ar-Rahmān ibn al-Hakam, más conocido como Abderramán II (Toledo, octubre-noviembre de 7921 - Córdoba, 22 de septiembre de 852), hijo y sucesor de Alhakén I, fue el cuarto emir omeya de Córdoba desde el 25 de mayo de 822 hasta su muerte.

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