domingo, 28 de febrero de 2021

(II) El imperio Mexica (Los aztecas) - El Templo Mayor de Tenochtitlan - La pirámide majestuosa - El Códice Mendoza - Códex Tovar - Bernardino de Sahagún - Monolito de Coyolxauhqui

El imperio Mexica (Los aztecas) - Leyenda del origen de la cultura azteca - Diego Durán - Moctezuma II - El Palacio de Moctezuma - Hernán Cortés - Ciudad de Tenochtitlán “La Venecia del Nuevo Mundo” - Las chinampas, pincha aqui

El Templo Mayor de Tenochtitlan

Ilustración del Códex Tovar con un templo con dos adoratorios como en el Templo Mayor de Tenochtitlan. El templo mayor de Tenochtitlan
A la izquierda, los dos adoratorios con sus dioses representados, y a la derecha, el Tzompantli, altar recubierto de calaveras humanas.
El Códice Ramírez (o códice Tovar) es el nombre que se le da a dos manuscritos independientes de México central posteriores a la conquista. En realidad son dos versiones manuscritas de un mismo texto: una se conserva en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia; la otra, en la Biblioteca John Carter Brown, de Rhode Island, y contiene algunas láminas ilustradas.
En general, cuando se habla del «Códice Ramírez» la referencia es el manuscrito de 1587 de Juan de Tovar. 
Juan de Tovar (1543 - 1623) fue un sacerdote jesuita y escritor novohispano.

Aunque existen diversas versiones sobre su lugar de origen, los mexicas –englobados en el término historiográfico aztecas– fundaron uno de los estados más extensos y poderosos de Mesoamérica (parte de México y Centroamérica). Su diversidad étnica propició migraciones que alimentarían diversas ciudades-estado por el territorio. Una de las más importantes fue Tenochtitlan, que fundaron en 1318 o 1325, según las crónicas. Sobre ella se asentaría Ciudad de México.

La leyenda cuenta que se establecieron en esta pequeña isla del lago Texcoco al encontrar allí un águila posada sobre un nopal, con las alas extendidas al sol, devorando una serpiente. Los símbolos indicaban el lugar de la tierra prometida.

Primera página del códice, donde se muestra la alegoría fundacional de México-Tenochtitlan
Representación alegórica de Tenochtitlan en el Códex Mendoza. TERCEROS
El Códice Mendoza (o Mendocino) es un códice de manufactura mexica, hecho en los años 1540 en papel europeo. Posterior a la Conquista de México, fue elaborado por tlacuilos (escribas pintores) mexicas, quienes usaron el sistema pictoglífico antiguo sobre un formato de tipo biombo. Después, un escriba español añadió glosas en escritura alfabética y en español interpretando lo plasmado por los tlacuilos con ayuda de intérpretes indígenas.
Debe su nombre al hecho de que fue encargado por el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, que desempeñó su cargo de 1535 a 1550, para enviar a Carlos V informes sobre los mexicas.

Eran unos grandes estrategas, destacaron en el arte de la guerra y celebraron importantes alianzas matrimoniales. También seguían una compleja vida ritual. Creían que los seres estaban hechos en parte con materia sagrada y que, mediante cultos, podrían entrar en contacto con el ámbito divino.

La pirámide majestuosa

Así que erigieron un templo para engrandecer a su dios patrono, Hutzilopochtli. Al principio, el monumento no era más que un pequeño adoratorio hecho con materiales sencillos (paja y hierba). Pero, debido a que cada gobernante acometía una nueva etapa constructiva, acabó convirtiéndose en una majestuosa pirámide.

El Recinto del Templo Mayor (maqueta del MNA)

El Templo Mayor se alzó dentro de un complejo político-sagrado formado por cerca de ochenta construcciones más. La fachada de aquella gran pirámide se orientaba hacia poniente, donde cae el sol. Se asentaba sobre una plataforma que representaba el nivel terrestre. En ella nacían unas escalinatas que conducían a la parte superior del templo, el nivel celestial, que solo podían pisar los sacerdotes y las víctimas de los sacrificios.

La parte superior del templo solo podía ser pisada por los sacerdotes y las víctimas de los sacrificios.


El Templo Mayor fue reconstruido siete veces, poniendo una capa sobre la anterior, como una cebolla.
El Recinto del Templo Mayor era un cuadrado aproximado de 500 metros de lado (250,000 m²) que se situaba en el centro de la isla de Tenochtitlán y en él confluían las tres calzadas principales hacia los puntos cardinales: la de Ixtapalapa que iba al Sur y tenía una bifurcación que dirigía a Coyoacán; la de Tacuba que iba al Oeste y la de Tepeyac que dirigía al Norte, una de sus bifurcaciones dirigía a la ciudad de Tlatelolco que sería posteriormente absorbida por Tenochtitlán. En la actualidad, el área que ocupaba recinto ceremonial colindaría hacia el este con la calle de Correo Mayor, al norte con Luis González Obregón, al oeste con la calle de Palma y al sur con el circuito vehicular que divide la Catedral Metropolitana del Zócalo.

Como, según la creencia azteca, todos los dioses favorecen la existencia armónica del universo, la pirámide no solo rendía culto a Huitzilopochtli, dios del Sol y de la guerra, sino también a Tláloc, divinidad de la lluvia y patrono de los agricultores. Por eso, en la parte alta se diferenciaron dos adoratorios, uno para cada uno.

El Templo Mayor o Gran Templo de México (denominación empleada por fray Bernardino de Sahagún) es un recinto que comprende una serie de construcciones, edificios, torres (a cada una de estas construcciones piramidales la denomina él torre​ o cu —éste sería el adoratorio indígena, pudiendo haber varios adoratorios por torre— y fray Toribio de Benavente las describe como una gran cepa cuadrada y esquinada coronada por uno o dos altares) y un patio, el espacio físico donde se ubicaban las mismas, cercado por una pared que contaba con unas puertas que daban acceso a las calzadas principales de la ciudad.
El Templo Mayor era la mayor estructura de la ciudad, ubicado en el centro ceremonial de la capital del imperio, en lo que fue el islote original de su fundación. En realidad era un templo doble, formado por la típica pirámide trunca, pero de doble escalinata y con un templete anexo en cada esquina frontal de su base, que tenía unos 42-45 metros de alto, y en su cima los dos templos, dedicado uno al culto de Tláloc, dios de la lluvia (al norte, con pintura azul), y el otro a Huitzilopochtli, dios de la guerra (al sur, con pintura roja).

Bernardino de Sahagún (Sahagún, España, c. 1499 - Tlatelolco, México, 5 de febrero de 1590)1​ fue un misionero franciscano, autor de varias obras en náhuatl y en castellano, consideradas hoy entre los documentos más valiosos para la reconstrucción de la historia del México antiguo antes de la llegada de los españoles. De entre sus escritos destaca la Historia general de las cosas de la Nueva España, verdadero monumento etnográfico, compuesto de doce libros, que apenas tiene precedentes comparables en ninguna lengua. Sahagún fue, a juicio de Jerónimo de Mendieta, el más experto de todos en náhuatl.

En el meridional, perteneciente a Huitzilopochtli, las estancias se pintaron de color rojo y negro, y en el septentrional, correspondiente a Tláloc, de azul y blanco. Frente al acceso a la capilla del primero había una piedra de sacrificios, y a sus pies, la gran escultura de la diosa lunar Coyolxauhqui; frente a la del otro, un chac mool (figura escultórica reclinada de piedra típica de Mesoamérica) policromado. Diversas serpientes descansaban sobre la plataforma del templo.

Monolito de Coyolxauhqui

Se trata de un monolito de cantera, de 320 cm de diámetro, con forma de escudo, y se piensa que por la forma redonda de la piedra, similar a la luna llena, esta encarna a la diosa lunar.

En la gran piedra se observa a la diosa descuartizada, con la cabeza, brazos y piernas separadas alrededor de su cuerpo. En ella se distinguen pequeñas bolas de plumas de águila en el cabello, un símbolo en forma de campana sobre su mejilla, y una pestaña, con el símbolo mexica para año, en su oreja. Como en las imágenes de su madre, se le muestra con unos cráneos atados a su cinturón.

Los estudiosos también opinan que la decapitación y el desmembramiento de Coyolxauhqui se reflejan en el patrón de los sacrificios rituales de los guerreros. Estos constaban, en primer lugar, en extraer los corazones de los cautivos del pecho. En segunda, en ser decapitados y desmembrados. Finalmente, en que sus cuerpos eran arrojados desde el templo, por las escalinatas de la pirámide, quizás sobre la gran piedra de Coyolxauhqui.

Su ubicación original recrea el mito, pues se situaba en la parte frontal del Templo Mayor, en el edificio dedicado a Huitzilopochtli, de la antigua Tenochtitlan, igual que en el cerro de Coatepec.

Relieve de Coyolxauhqui descuartizada por su hermano, encontrado en el Templo Mayor

El mito sobre el nacimiento de Huitzilopochtli, narra que Coyolxauhqui, furiosa al sospechar que su madre, Coatlicue, estaba embarazada de un desconocido (la cual en realidad fue embarazada por una bola de plumas que cayó desde el cielo y guardó en su vientre), guio a sus hermanos (los cuatrocientos surianos) hacia Coatepec, donde se encontraba su progenitora, para matarla, y así redimir la ofensa.

Al llegar los hijos a Coatepec, Coatlicue dio a luz a Huitzilopochtli, quien vestido de guerrero y armado, nació listo para defender a su madre. El dios venció a sus hermanos, decapitó a su hermana, mandó su cabeza al cielo para que su madre pudiera verla cada noche y arrojó su cuerpo montaña abajo, por lo que este quedó desmembrado.

Así fue como Coyolxauhqui se convirtió en la representación de la Luna y sus hermanos pasaron a representar a la estrellas; así como el propio Huitzilopochtli se convirtió en una representación del Sol, que cada día vence a la Luna.

Entre las salas del Museo se encuentra la de los Dioses Huitzilopochtli y Tláloc. Aquí se muestran las 8 salas que pertenecen al Museo del Templo Mayor:

  • Antecedentes Arqueológicos
  • Ritual y Sacrificio
  • Tributo y Comercio
  • Huitzilopochtli
  • Tláloc
  • Flora y Fauna
  • Agricultura
  • Periodos colonial y moderno
Tlaltecuhtli se describe como un monstruo marino que vivió en el océano después del cuarto diluvio; es una encarnación del caos que asolaba antes de su creación.3​ Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, en su forma de serpientes, lo partieron a la mitad: arrojaron una mitad hacia arriba para crear el cielo y las estrellas y tiraron la otra mitad para que se convirtiera en la tierra. Sin embargo, sobrevivió y exigió sangre humana. Aunque el nombre de la deidad es una forma masculina en la lengua náhuatl, la mayoría de las representaciones de Tlaltecuhtli exponen claramente las características femeninas, y se representa a menudo en la posición de parto característica de una mujer al dar a luz.

Tlaltecuhtli (el señor o señora de la tierra)
Este impresionante relieve monolítico fue localizado el 2 de octubre de 2006, en el área del predio que ocupa la esquina de Guatemala y Argentina, frente al Templo Mayor. Se trata de una pieza tallada en andesita de lamprobolita, roca volcánica extrusiva de tonalidades rosáceas y violáceas. Sus grandes dimensiones hacen de ella una pieza espectacular, ya que mide 4,17 por 3,62 m Y alcanza un peso de 12 toneladas.
La calidad de la talla es sumamente refinada. Pueden notarse detalles como el cabello rizado, propio de las divinidades de la oscuridad, la tierra y el inframundo. En su rostro se observan ojos en forma de media luna, nariz ancha, y círculos en sus mejillas, boca descarnada y orejas prominentes adornadas con joyas circulares de las que penden paneles de tala, todos ellos distintivos de la deidad de la tierra.

Tláloc
En este punto nos encontramos a la mitad de nuestro recorrido por el Museo del Templo Mayor: en el mundo agrícola, de la fertilidad de la tierra junto con sus implicaciones económicas que permitía al hombre alimentarse y en el que intervenían muchas deidades presididas por Tláloc.
El dios Tláloc, "el que hace brotar", era la representación del agua divinizada y de la fecundadora de la tierra, que residía en las más altas montañas donde se forman las nubes. Era una deidad benéfica que tenía también su lado negativo al enviar rayos, heladas, inundaciones y granizo, todo lo cual podía destruir las cosechas. Su más importante adoratorio se ubicaba en el Templo Mayor de Tenochtitlán, al lado de Huitzilopochtli y su culto era muy importante ya que de él dependía el sustento de las sociedades agrícolas. A Tláloc generalmente se le dedicaba el sacrificio de niños (en su mayoría, enfermos), por su similitud física con los tlaloque, diosecillos de cuerpo pequeño, ayudantes de este numen.

Huitzilopochtli o "Colibrí Zurdo" es el dios de la guerra, advocación solar y patrono de los mexicas. Bajo su tutela, este pueblo se convirtió en el más poderoso del ámbito mesoamericano durante el periodo Posclásico. Era hijo de Coatlicue, hermano de Coyolxauhqui, la Luna, y de las estrellas, los Centzonhuitznahua, todos ellos dioses de inspiración mexica. Su sitio tan relevante en el Templo Mayor, da cuenta de la importancia que Huitzilopochtli representaba para los mexicas: la guerra y el tributo como parte del sustento económico.
En esta sala se exhiben diversos objetos relacionados con Huitzilopochtli. Destaca entre ellos la escultura conocida como el “Guerrero Águila” encontrada en La Casa de las Águilas, edificio religioso ubicado al norte del Templo Mayor. Los estudios del doctor Leonardo López Luján dan otra interpretación a estas figuras, llamándolos Hombre Águila, que representan al sol ascendente, o al Tlatoani que nace después de su elección como gobernante. Asimismo, la representación del dios de la muerte, Mictlantecuhtli, destaca entre las piezas exhibidas.

El asedio fue imparable, hasta que, el 13 de agosto de 1521, la ciudad al fin se rindió. Hernán Cortés ordenó la completa demolición de los pocos edificios que aún se mantenían en pie. Sobre sus ruinas se construirían los cimientos de la capital de la futura Nueva España.

La zona arqueológica capa a capa

Los restos arqueológicos del Templo Mayor, así como los de los otros complejos del recinto sagrado, permanecieron ocultos durante siglos. En 1900, el arqueólogo Leopoldo Batres dio con una escalinata, pero no la relacionó con el templo. Trece años después, el antropólogo Manuel Gamio la identificó como parte de la fachada de poniente del monumento precolonial, estableciéndose así su verdadera ubicación.

Chac Mool, restos de la Etapa II
Este tipo de estatuas hizo su aparición en Mesoamérica al inicio del posclásico, y es asociada a los toltecas. Varios ejemplares se han encontrado en Tollan-Xicocotitlan (Tula) y Chichén Itzá, y este hecho es uno de los argumentos utilizados en los debates sobre las relaciones entre estos dos sitios.

Las excavaciones iniciadas por el arquitecto Emilio Cuevas en 1933 culminaron con el hallazgo de varias piezas. Pese a los hallazgos, el gobierno prefería no intervenir arqueológicamente en el sitio. No obstante, el descubrimiento de 1978 dio un giro a la situación. El multidisciplinar Proyecto Templo Mayor, puesto en marcha aquel mismo año, se marcó el ambicioso propósito de reconstruir la cultura de la capital del Imperio azteca.

El proyecto ha logrado ubicar una quinta parte de los 78 edificios que probablemente albergaba el recinto sagrado. Ciudad de México ha ido desempolvando tantos tesoros de su centro histórico (más de siete mil) que, en 1987, la Unesco declaró el sitio Patrimonio de la Humanidad. Ese mismo año, el Museo del Templo Mayor abría sus puertas como guardián de esos valiosos bienes.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 540 de la revista Historia y Vida.

El Tzompantli, altar recubierto de calaveras humanas. Como puede verse en la imagen, estos restos óseos en la actualidad se encuentran completamente petrificados.

En 1545, décadas después de la llegada de Hernán Cortés a las costas mexicanas, los nativos de aquel lugar comenzaron a sufrir de fiebres altas y a sangrar por la boca, nariz y ojos. Muchos presentaban manchas rojas en la piel y, por lo general, fallecían al cabo de tres o cuatro días. “Desde la mañana hasta el atardecer, los sacerdotes no hicieron otra cosa que cargar los cadáveres y arrojarlos a las fosas comunes”, describió el historiador y misionero español Juan de Torquemada. Fue una de las epidemias más devastadoras de la historia humana. Aquel brote y la segunda oleada de 1576 redujeron el número de personas que vivían en México y Guatemala de 20 millones a tan solo 2 y contribuyeron a la desaparición del Imperio Azteca.

La antropóloga Íngrid Trejo en el yacimiento de Templo Mayor (Tenochtitlán). (Reuters/Henry Romero)
Después de dos años de excavaciones, arqueólogos mexicanos han dado con restos humanos que desvelan que la función de estos sacrificios puede no ser la que se pensaba.
Han tenido que pasar casi 500 años para que un grupo de investigadores por fin haya dado con lo que puede ser el gigantesco osario del que López de Gómara hablaba en su libro. Durante todo este tiempo muchas teorías defendieron que se trataba únicamente de las cabezas de los guerreros enemigos de los aztecas, colocadas a la vista de todos para amedrentar a los invasores y enemigos. Los nuevos hallazgos, como ha informado 'Reuters', matizan dicha teoría, ya que entre los 676 cráneos recién encontrados (un número que probablemente aumentará en el futuro) hay también restos de niños y mujeres.
Lo más probable, dados los últimos hallazgos, es que los cráneos tuviesen una función religiosa, relacionada con el proceso de la vida y la muerte. Como explica Raúl Barrera Rodríguez, arqueólogo de dicho instituto en 'El Economista', “es el elemento que reivindica la identidad guerra del pueblo mexica y su centro de poder político, religioso y económico, y su descubrimiento puede considerarse como uno de los más importantes que han ocurrido en el Templo Mayor”. Se trata, por lo tanto, “de un culto a la vida, no un rito de muerte”. El hecho de que los cráneos expuestos se colocasen mirando hacia el templo de Huitzilopochtli probablemente significaba que se trataba de una ofrenda al Sol.
Por Héctor G. Barnés


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