En la ciudad holandesa de Hertogenbosch vivió uno de los grandes pintores, Hieronymus Bosch, llamado el Bosco, acerca de quien es muy poco lo que se sabe. Ignoramos la edad que tenía cuando murió, en 1516, pero debió hallarse por los cincuenta, ya que al menos en 1488 estaba establecido como maestro. Al igual que Grünewald, El Bosco demostró que los métodos de la pintura, que habían evolucionado en el sentido de representar la realidad de manera más verosímil, podían volverse del revés, es decir, ofrecernos un reflejo de las cosas que nadie ha visto jamás.
El Bosco se hizo famosos por sus representaciones del Infierno y sus moradores. Acaso no sea casual que, acabado el siglo, el melancólico rey Felipe II de España sintiera predilección por este artista al que tanto le preocupaba la maldad humana. Los paneles izquierdo y derecho muestran una de las alas de un retablo del tríptico adquirido por él y que se encuentra en España. A la izquierda observamos el mal invadiendo el mundo. Tras la creación de Eva, sigue la tentación de Adán y el momento en que ambos son expulsados del Paraíso, mientras en lo alto del cielo vemos la caída de los ángeles rebeldes que están siendo arrojados de la corte celestial cual enjambre de repulsivos insectos. En el otro panel se nos muestra una visión del Infierno. Aquí vemos amontonarse horror sobre horror, llamas y tormentos y toda suerte de demonios, medio bestias, medio hombres o medio máquinas, que castigan y atormentan a las almas de los pecadores por toda la eternidad. Por primera y acaso por única vez un artista consiguió dar forma concreta y tangible a los temores que obsesionaron al hombre del medievo. Fue un logro posible acaso únicamente en el momento en que las viejas ideas se hallaban aún en vigor mientras el espíritu y la nueva técnica proporcionaban al artista medios para representar lo que quería. El Bosco pudiera haber escrito sobre uno de sus cuadros del infierno lo que Jan van Eyck en la apacible escena de las nupcias de los Arnolfini: "...estuvo presente (fuit hic)."
El Bosco se hizo famosos por sus representaciones del Infierno y sus moradores. Acaso no sea casual que, acabado el siglo, el melancólico rey Felipe II de España sintiera predilección por este artista al que tanto le preocupaba la maldad humana. Los paneles izquierdo y derecho muestran una de las alas de un retablo del tríptico adquirido por él y que se encuentra en España. A la izquierda observamos el mal invadiendo el mundo. Tras la creación de Eva, sigue la tentación de Adán y el momento en que ambos son expulsados del Paraíso, mientras en lo alto del cielo vemos la caída de los ángeles rebeldes que están siendo arrojados de la corte celestial cual enjambre de repulsivos insectos. En el otro panel se nos muestra una visión del Infierno. Aquí vemos amontonarse horror sobre horror, llamas y tormentos y toda suerte de demonios, medio bestias, medio hombres o medio máquinas, que castigan y atormentan a las almas de los pecadores por toda la eternidad. Por primera y acaso por única vez un artista consiguió dar forma concreta y tangible a los temores que obsesionaron al hombre del medievo. Fue un logro posible acaso únicamente en el momento en que las viejas ideas se hallaban aún en vigor mientras el espíritu y la nueva técnica proporcionaban al artista medios para representar lo que quería. El Bosco pudiera haber escrito sobre uno de sus cuadros del infierno lo que Jan van Eyck en la apacible escena de las nupcias de los Arnolfini: "...estuvo presente (fuit hic)."
En el panel central el artista muestra a la humanidad arrastrada por el pecado, yendo tras ese carro de heno con el que se ilustra el versículo de Isaías 40, 6: Toda carne es heno y toda gloria como las flores del campo, que alude a lo efímero y perecedero de las cosas terrenales. A la vez también se recrea un proverbio flamenco: El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede. Bajo la atenta mirada de Cristo Redentor, todos los estamentos quieren coger un puñado de ese heno, incluido el clero, que aparece aquí censurado por vicios como la avaricia y la lujuria. Para lograr su objetivo no dudan en cometer todo tipo de atropellos. Mientras, en el primer plano transcurre la vida cotidiana: desde las mujeres que cuidan de sus hijos y realizan sus tareas diarias hasta el sacamuelas. Por su parte, los que intentan por todos los medios subirse al carro no ven a los seres demoníacos que lo guían y los llevan directos al Infierno. Y menos aún los puede ver la multitud que sigue al carro, encabezada por los grandes de la tierra a caballo: el papa; el emperador, con una corona similar a la de Dios Padre; un rey, al que las flores de lis de su corona -añadidas en la fase de color- asocian con el rey francés; y un duque, con un tocado a la borgoñona. Entre la desesperación del ángel de la guarda que eleva su mirada hacia Cristo y el demonio que toca la trompeta, encima del carro triunfa la lujuria, favorecida por la música con la que se entretiene la rica pareja sentada sobre el heno, mientras sus dos sirvientes retozan entre los arbustos.
En el panel derecho el Bosco representa el Infierno de forma igualmente novedosa. A diferencia de sus otros Infiernos, este está construyéndose aún. Los demonios se afanan por concluir la torre circular como si fueran albañiles, transportando el material por la elevada escalera -situada en la misma posición que la que se apoya sobre el carro de heno- o preparando la argamasa para seguir levantando en altura sus muros. Atentos a su labor, están de espaldas a los demonios, que siguen trayendo a nuevos pecadores para sufrir su castigo. En el panel izquierdo se muestra su origen, desde la caída de los ángeles rebeldes hasta la expulsión del Paraíso. Digno de destacar es el modo en que el pintor representó a esos seres angélicos que, al desobedecer a Dios, fueron arrojados del cielo y experimentaron una metamorfosis que acabó por convertirlos en monstruosas figuras híbridas. En primer plano, el Bosco hizo también hincapié en la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. El arcángel, con su espada levantada, les impide franquear la elevada puerta antropomorfa que separa el Paraíso -escenario de la creación de Eva y de su tentación por la serpiente- del mundo en el que transcurrirá la vida del hombre tras su pecado. |
La vida de Jheronimus van Aken está ligada a ’s-Hertogenbosch (Bolduque, en castellano), la ciudad que lo vio nacer, donde murió y donde, según todo parece indicar, pasó gran parte de su vida, si no prácticamente toda. Situada al norte del ducado de Brabante, era una de sus cuatro ciudades más importantes, más pequeña que Bruselas y Amberes, pero mayor que Lovaina. En la época en la que vivió el Bosco era una ciudad próspera. Su actividad económica, vinculada al comercio y la industria —particularmente la metalúrgica, con sus famosos cuchillos, conocidos en España como "bolduques"—, se vio favorecida por su emplazamiento geográfico. Gracias a pequeños ríos como el Dommel, el Dieze y el Aa, a la cercanía de otros más grandes como el Mosa y el Rin, así como a una importante red de caminos, estaba bien conectada con los grandes centros comerciales y adquirió una posición fuerte en los intercambios entre el norte y el sur.
Detalle del mercado de las telas en 's-Hertongenbosch hacia 1530. ANÓNIMO FLAMENCO / HET NOORDBRABANTS MUSEUM |
El centro de la actividad económica de la ciudad era la plaza del Mercado, donde se encontraban las casas del pan, de los paños y de la carne. En ella se celebraban ferias anuales en las que se vendían mercancías traídas de muy diversos lugares, algunos muy lejanos. El más importante era el de junio, después de la procesión de la Virgen, que tenía lugar el domingo siguiente a San Juan. También existían mercados semanales los jueves, y lugares donde se podía comprar cada día, dentro y fuera de la plaza, como el mercado del pescado, al comienzo de la Orthenstraat, en el que había una gran grúa de madera con la que se descargaban los productos desde los barcos.
Desde el año 1462 en que su padre compró su casa en la plaza del Mercado, el Bosco vivió en esta misma plaza hasta su muerte en 1516. Como se ha reseñado en distintas ocasiones, durante los 54 años en los que residió en ella —primero con sus padres y luego con su mujer— los acontecimientos de los que fue testigo tuvieron un papel fundamental en su mundo visual, y más si se tiene en cuenta que cuando se mudó allí tenía como máximo doce años.
Probablemente uno de los que más le afectó fue el pavoroso incendio que se declaró en la ciudad en el verano de 1463. Aunque su casa no se quemó (si bien por estudios recientes parece que el fuego afectó al tejado), no cabe la menor duda de que el Bosco guardó en su retina el recuerdo de este trágico suceso, como se constata en ese gusto por los incendios que se aprecia en algunas de sus obras, y de forma obligada en las que tratan temas de demonios y del Infierno, como la tabla central del Tríptico de san Antonio de Lisboa o la tabla derecha del Jardín de las delicias.
Bolduque es la capital de la provincia de Brabante Septentrional, en el sur de los Países Bajos. Su nombre oficial en holandés es 's-Hertogenbosch o bien Den Bosch; en francés: Bois-le-Duc; en alemán: Herzogenbusch y en latín: Silva Ducis o Buscum Ducis. Todos estos topónimos significan literalmente «bosque ducal», salvo Den Bosch («el bosque»). |
La plaza también fue escenario de todo tipo de fiestas, religiosas y profanas. Entre las primeras cabe destacar la procesión en honor de la imagen de la Dulce Santa María (Onze Lieve Vrouwe) que, desde el año 1381 en que tuvo lugar un milagro ante ella, fue objeto de veneración por parte de multitud de peregrinos que acudían a su capilla en la iglesia de San Juan.
Plaza del mercado |
La catedral de San Juan de Bolduque (o 's-Hertogenbosch) es un edificio religioso católico de arquitectura gótico brabantino en el Brabante Septentrional, en los Países Bajos. Cuenta con un amplio interior y esta ricamente decorada, sirve como la catedral para el obispado de Bolduque.
La catedral tiene una longitud total de 115 m y una anchura de 62 metros. Su torre llega a los 73 metros de altura. |
En 1985, recibió el título honorífico de basílica según lo dispuesto por el entonces papa Juan Pablo II |
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