jueves, 24 de octubre de 2013

Edward Hopper

(Nyack, 22 de julio de 1882 - Nueva York, 15 de mayo de 1967) fue un famoso pintor estadounidense, célebre sobre todo por sus retratos de la soledad en la vida estadounidense contemporánea. Se le considera uno de los pintores de la escuela Ashcan, que a través de Arshile Gorky llevó al expresionismo abstracto posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Edward Hopper
Los viajes al extranjero 
En 1906, viaja a Europa por primera vez. En París, experimentará con un lenguaje formal cercano al de los impresionistas. Después, en 1907 fue a Londres, Berlín y Bruselas.
El estilo personal e inconfundible de Hopper, formado por elecciones expresivas precisas, comienza a forjarse en 1909, durante una segunda estancia en París de seis meses, durante la cual también pinta en Saint-Germain y Fontainebleau.
Su pintura se caracteriza por un peculiar y rebuscado juego entre las luces y las sombras, por la descripción de los interiores, que aprende en Degas y que perfecciona en su tercer y último viaje al extranjero en 1910 a París y a España, y por el tema central de la soledad.
Mientras en Europa se consolidaban el fauvismo, el cubismo y el arte abstracto, Hopper se siente más atraído por Manet, Pissarro, Monet, Sisley, Courbet, Daumier, Toulouse-Lautrec y por un pintor español anterior a todos los mencionados: Goya.
Entre 1915 y 1923 abandona temporalmente la pintura, dedicándose a nuevas formas expresivas como el grabado, usando la punta seca y el aguafuerte, con los que obtendrá numerosos premios y reconocimientos, incluso alguno de la prestigiosa National Academy. 
El éxito conseguido con una exposición de acuarelas (1923) y otra de lienzos (1924) hacen de Hopper el autor de referencia de los realistas que pintaban escenas estadounidenses.

Habitación de hotel 1931
En una anónima habitación de hotel, una muchacha reposa al borde de una cama. Es de noche y está cansada. Se ha quitado el sombrero, el vestido y los zapatos, y sin apenas fuerzas para deshacer las maletas, consulta el horario del tren que habrá de tomar al día siguiente. La soledad de las ciudades modernas constituye uno de los temas centrales de la obra de Hopper. En Habitación de hotel, la pared del primer término y la cómoda de la derecha constriñen el espacio, mientras que la gran diagonal de la cama dirige nuestra mirada hacia el fondo, donde una ventana abierta nos convierte en voyeurs de lo que sucede dentro. La figura femenina ensimismada contrasta con la frialdad de la estancia, en la que predominan las líneas netas y los colores brillantes y planos, avivados por la fuerte luz cenital.
1944 El "Martha Mckeen" de Wellfleet
Su resolución es un lienzo impresionante con fuertes tonalidades de azul en contraste con las blancas velas y el banco de arena. La luz del sol dramatiza toda la composición y las gaviotas proyectan sombras azules. La acción aparece como congelada en el tiempo pero Hopper capta eficazmente la enorme fuerza del mar y la armonía momentánea del hombre con él
Muchacha cosiendo a máquina 1921
Como en la mayoría de las escenas de interior de Hopper, la luz se convierte en protagonista del cuadro. En este caso la acción transcurre en un día claro y soleado y los rayos entran con fuerza hacia el interior, proyectando un reflejo sobre la pared encarnada del fondo, lo que contribuye a crear un efecto geométrico incrementado por las formas cuadrangulares del marco de la ventana. La luz, además, convierte la figura de la joven vestida de blanco en un destello en medio de la oscuridad interior. De esta forma, lo que podría ser una simple escena cotidiana adquiere una nueva dimensión, y la mujer solitaria y ensimismada pasa a convertirse en efigie de la alienación del ser humano.
Árbol seco y vista lateral de la casa Lombard 1931
Lo que da originalidad a esta acuarela y la distingue de otras de temática similar es la silueta del árbol seco a la izquierda de la edificación. Recortado sobre el luminoso cielo, sus ramas oscuras y retorcidas se contraponen al mástil blanco y recto del centro de la composición. Además, su imagen, tan poco frecuente en pleno verano, da al ambiente un aire de desolación y muestra la habilidad de Hopper para otorgar un aspecto y un contenido extraño a un tema tan sencillo y cotidiano. La presencia de árboles muertos que asoman en acuarelas anteriores y posteriores ha sido generalmente interpretada como un signo del pesimismo existencial del pintor. Sea como fuere, su esqueleto añade una nota de melancolía a la solitaria casa y al silencio del lugar, un silencio que casi podemos escuchar al contemplar esta obra.
Queensborough-Bridge
Todos sus cuadros suelen tener estructuras muy lineales, con una cuidada composición geométrica y un nihilismo latente muy adelantado a su época. A través de grandes áreas de color o de elementos arquitectónicos introduce las líneas verticales, horizontales y diagonales que marcan todos sus cuadros.




Sus paisajes interiores están habitados por el vacío, por la soledad, por el frío y, sobre todo, por el silencio, ese silencio que ahoga las voces y los desgarrados gritos de un mundo que desaparece irremisiblemente. Ante nosotros aparece reflejado el estado de ánimo de un mundo agonizante, de una sociedad destruida por el aislamiento del egoísmo y la falta de comunicación. Nadie habla con nadie. Sus personajes no se dicen nada, porque nada tienen ya que decirse, si es que lo tuvieron alguna vez. Eso es lo aterrador, encontrar a seres humanos que habitan este mundo sin tener nada que decir, nada que compartir.  Son náufragos, seres desterrados, seres sin universo, sin rumbo y sin hogar. Les vemos en la habitación de un hotel, pensativos, cabizbajos, sumidos en ese terrible silencio que es su único lenguaje. No hay felicidad en sus rostros. No la puede haber. Ni alegría. Ni sonrisas. Su vida no es más que una espera, una terrible, solitaria y sempiterna espera. 


Hopper conoce bien a todos los Willy Loman de este mundo, por eso los elije para pintarlos. Sabe que pueden ser hombres, y también mujeres, porque para él el universo de la mujer puede estar tan seco y vacío como el de los hombres, víctimas, como ellas, del sinsentido de una sociedad que renunció al sueño de la  libertad por la pesadilla de la seguridad. Los paisajes urbanos de Hopper son los paisajes del desierto en que hemos convertido el mundo en que vivimos. Calles solitarias, bares solitarios, hoteles solitarios, corazones solitarios…
Willy Loman - Muerte de un viajante o La muerte de un vendedor  es una obra teatral del dramaturgo y escritor Arthur Miller. Es vista por muchos como un ataque al sueño americano de progresar en la vida sin considerar los principios éticos, en contraposición a la tragedia de Aristóteles.

La utilización de la luz y del color, siempre fríos, para resaltar esa sensación de vacío y soledad es uno de los recursos más recurrentes en la pintura de Hopper. Su universo está poblado de negros, grises y azules. Sus personajes también. Sólo en sus paisajes marinos la luz del sol y la intensidad  azul del mar parecen empeñarse en dar vida a unos seres que siguen aislados en su descarriado viaje por el mundo. Hopper es consciente de que el mundo interior del artista aparece ya en sus primeras obras y que luego su arte y su técnica pueden ir perfeccionándose, pero no hará más que crear variaciones sobre un mismo tema:” En el desarrollo de todo artista siempre se encuentra el plan de la obra futura ya en la obra primeriza. El núcleo en torno al cual el artista levanta su obra es él mismo; es el yo central, la personalidad o como se la quiera llamar, y esto apenas cambia desde el nacimiento hasta la muerte. Lo que una vez fue el artista, lo es siempre con leves variaciones. Los vaivenes de las modas en relación con los métodos o los temas le cambian poco o nada.”



La  influencia que Hopper ha ejercido sobre la cultura occidental ha sido extraordinaria. Uno de sus cuadros más conocidos,” Los halcones de la noche”, ha sido utilizado una y mil veces sustituyendo incluso a sus solitarios personajes por iconos cinematográficos como Humphrey Bogart o James Dean, televisivos como los personajes de los Simpsons, o cinematográficos como los de “La guerra de las galaxias”. Otro de sus cuadros más famosos, “Casa junto a las vías del tren”,  fue utilizado por el mismísimo Alfred Hitchcok para diseñar el tétrico hotel de Norman Bates en “Psicosis”. Viendo el cuadro de Hopper y la terrible sensación de soledad y desasosiego que sugiere esa casa se entiende perfectamente que Hitchcok la escogiera como modelo. 
La estructura del cuadro es sorprendente ya que Hopper interpone entre el espectador y la casa una vía de ferrocarril que separa ambos mundos. Frente a la solidez de esa casa, Hopper antepone la idea de la ligereza del viaje, de que todo es pasajero… porque nosotros mismos estamos de paso. El estilo arquitectónico de la casa y su propia ubicación, en medio de la nada y con una entrada principal que da a la vía del tren, sugieren que es anterior a la construcción del ferrocarril, lo que le da al cuadro ese aire de fantasma solitario empeñado en vivir anclado en un tiempo que ya no ha de volver… Algunas de las ventanas todavía están abiertas, la mayoría ya cerradas.
Otras películas, como “Matar a un ruiseñor”, también han diseñado sus decorados tomando como referencia los cuadros de Hopper. El propio estilo de Hopper, su particular forma de utilizar la luz y su manejo del ángulo de visión son, muchas veces, un lenguaje que es muy próximo al cinematográfico y al teatral.

“Casa junto a las vías del tren”

La soledad de la mujer que comentaba antes es algo de la pintura de Hopper que me ha impactado profundamente. Uno de sus cuadros más famosos, “Cine de Nueva York”, refleja perfectamente la soledad del mundo en el que vivimos. En la semioscuridad de una sala de cine vemos la solitaria figura de una acomodadora apoyada en la pared bajo la luz de un pequeño aplique. 

“Cine de Nueva York”
Está totalmente absorta en sus pensamientos ajena a todo lo que ocurre a su alrededor. El tono amarillento de las paredes hace destacar el intenso azul del uniforme que lleva. También vemos sus ribetes rojos y sus altos zapatos de tacón. Ella parece estar en otro mundo mientras los espectadores, a los que vemos de espaldas mirando la pantalla, permanecen aislados y absortos ante lo que pasa en ella. La luz en blanco y negro de la película que proyectan ilumina la sala. Ella no mira la película. Es la única que no lo hace. Quizá porque ya la ha visto, o quizá porque sabe que, como en la caverna de Platón, lo que esos espectadores están viendo no es la vida real, sino su sombra. 
Son muchas las referencias a Platón que podemos encontrar en los cuadros de Hopper, como el libro abierto que tiene junto a él el solitario personaje que está sentado en la cama junto a una mujer dormida en “Excursión a la filosofía”. El propio Hopper dijo en alguna ocasión que el ser humano ha estado releyendo a Platón, pero que lo ha hecho tarde en su vida, demasiado tarde. ¿Qué hace ese hombre vestido y calzado sentado con el libro junto a él dando la espalda a la mujer semidesnuda que está tendida en la cama?, ¿Por qué está ella casi desnuda y él vestido?, ¿Por qué tienen la ventana abierta?, ¿Por qué no hablan?, ¿ Por qué ni se miran?, ¿Dónde está la ropa de ella?, ¿Qué queda del desnudo de él?, ¿Son amantes?, ¿Lo habrán sido alguna vez?, ¿Dónde han ido todos sus sueños…? 
Los personajes de Hopper viven perdidos en medio de ninguna parte, una ninguna parte que nos resulta muy cotidiana y familiar y a la que, precisamente por eso, raramente hacemos caso. Todos parecen estar esperando que pase algo ¿El qué? Eso poco importa. Son muchos los que han convertido su vida en espera, en solitaria, triste y callada espera. Nunca les pasa nada. Poco les importa. Ellos siguen esperando, hasta que llega un día en que mueren… La vida es viaje, no es espera, eso es lo que nos grita Hopper desde sus cuadros: “Lo más importante para mí es la sensación de estar de paso. Descubriendo la intensa belleza de todas las cosas cuando estás viajando, cuando tu vida se transforma en una especie de película”. 



Para Hopper lo importante no es pintar lo que ve, sino la imagen que él tiene de lo que ve: “Es muy bueno representar lo que se ve. Es muchísimo mejor representar lo que uno tiene guardado en la memoria. Es una transformación en la que trabajan juntas la capacidad imaginativa y la  memoria. Solo se reproduce lo que es apremiante, es decir, lo necesario. Así que el recuerdo propio no es otra cosa que el hallazgo liberado de la tiranía que ejerce la naturaleza.”



Las casas que aparecen en los cuadros de Hopper siempre están llenas de ventanas, ventanas a través de las que pasa la vida,  por las que entra el aire y por donde se cuela la luz que ilumina el desolado mundo de los personajes que habitan en ellas. Son ventanas que siempre están abiertas. Son personajes que siempre están cerrados. Es a través de esas ventanas por donde los personajes de Hopper viven su vida y donde Hopper aprovecha para romper los trazos rectilíneos que les encierran, dejando que unos visillos, casi siempre blancos, sean aireados por el viento para hacer sentir a los espectadores una bocanada de aire fresco que es la vida.  La pintura de Hopper es una terrible metáfora del mundo que hemos construido, un mundo de silencio y de soledad que Hopper conoce bien y contra el que se rebela, porque para Hopper,”el arte importante es la expresión exterior de la vida interior del artista, y esta vida interior tendrá como resultado su visión personal del mundo…” Viendo los cuadros de Hopper nos transformamos en voyeurs de ese para siempre roto sueño americano.




A lo largo de toda su vida Hopper utilizó siempre un único modelo femenino: su mujer, Jo. Pintora como él, existía entre ellos una complicidad absoluta al tiempo que una sana rivalidad en la tranquila vida que, sin sobresaltos de ningún tipo, viveron en el Village de Nueva York. A lo largo de toda su obra vamos viendo el paso del tiempo en esa mujer que le ha acompañado siempre. Lo irónico del caso, además, es que el último cuadro que pintó Hopper, en 1965, muestra a dos cómicos saliendo a saludar desde el proscenio despidiéndose de los espectadores, y que esos dos cómicos que parecen reírse del mundo al que le están diciendo adiós no son otros que el propio Hopper y su  mujer.
 

“Edward Hopper, ¿de qué color es la soledad…?”
Alegoría de la caverna

La Alegoría de la caverna (también conocida por el nombre de Mito de la caverna, aunque está mucho más cerca de ser una alegoría que un mito) es la más célebre alegoría de la historia de la filosofía junto con la del carro alado, fama debida, sin duda, a la utilidad de estos mitos para que, a propósito de su narración, se expliquen las partes más importantes del pensamiento platónico.
Se trata de una explicación metafórica, realizada por el filósofo griego Platón al principio del VII libro de La República, sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. En ella Platón explica su teoría de cómo con conocimiento podemos captar la existencia de los dos mundos: el mundo sensible (conocido a través de los sentidos) y el mundo inteligible (sólo alcanzable mediante el uso exclusivo de la razón).
En este diálogo participan: Sócrates, Adimanto, Alcibíades, Aristófanes, Callicles, Glaucón, Gorgias, Hippias, Pitágoras, Parménides, Teeteto, Trasímaco y Timeo de Locri.
(Escrito por: Carlos Olalla)
Descripción 

Recreación de parte del mito. Se observa cómo el prisionero sólo puede observar proyecciones del mundo que son meras apariencias de las esencias
Platón describió en su alegoría de la caverna un espacio cavernoso, en el cual se encuentran un grupo de hombres, prisioneros desde su nacimiento por cadenas que les sujetan el cuello y las piernas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos, se encuentra un muro con un pasillo y, seguidamente y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Por el pasillo del muro circulan hombres portando todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver.

Estos hombres encadenados consideran como verdad las sombras de los objetos. Debido a las circunstancias de su prisión se hallan condenados a tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas.

Un ejemplo concreto de caverna en la actualidad 
Continúa la narración contando lo que ocurriría si uno de estos hombres fuese liberado y obligado a volverse hacia la luz de la hoguera, contemplando, de este modo, una nueva realidad. Una realidad más profunda y completa ya que ésta es causa y fundamento de la primera que está compuesta sólo de apariencias sensibles. Una vez que ha asumido el hombre esta nueva situación, es obligado nuevamente a encaminarse hacia fuera de la caverna a través de una áspera y escarpada subida, apreciando una nueva realidad exterior (hombres, árboles, lagos, astros, etc. identificados con el mundo inteligible) fundamento de las anteriores realidades, para que a continuación vuelva a ser obligado a ver directamente "el Sol y lo que le es propio", metáfora que encarna la idea de Bien.

La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al prisionero al interior de la caverna para "liberar" a sus antiguos compañeros de cadenas, lo que haría que éstos se rieran de él. El motivo de la burla sería afirmar que sus ojos se han estropeado al verse ahora cegado por el paso de la claridad del Sol a la oscuridad de la cueva. Cuando este prisionero intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, Platón nos dice que éstos son capaces de matarlo y que efectivamente lo harán cuando tengan la oportunidad, con lo que se entrevé una alusión al esfuerzo de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la verdad y a su fracaso al ser condenado a muerte.

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