jueves, 3 de octubre de 2013

La Europa de la Restauración

Desde el punto de vista  cronológico la Europa de la Restauración abarca un periodo corto, desde la caída de Napoleón en 1814 hasta las revoluciones europeas de 1830. Durante estos dieciséis años se intentó, por parte de muchos gobiernos europeos, reaccionar frente a los logros de la Revolución Francesa y volver a los presupuestos del Antiguo Régimen. De ahí, deriva la denominación Restauración, es decir, borrar las transformaciones de las monarquías y estados del XVIII, así como los cambios revolucionarios que había expandido Napoleón por Europa.



Se trata de una época compleja. Gran parte de esta complejidad se explica por la heterogeneidad de las fuerzas que vencieron a Napoleón: unos luchaban contra el intento imperial de romper el equilibrio de occidente; otros, los nacionalistas, se levantaron contra el proyecto unitario que suponía; por último, estaban los que se oponían al ideal girondino napoleónico de extender los principios revolucionarios por toda Europa.

Estas fuerzas eran contradictorias entre sí, pero la política del equilibrio europeo consistirá en no permitir la formación de una gran potencia territorial europea. La Restauración interpretó que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto ese equilibrio y era necesario volverlo a construir. Las potencias debían ayudarse para mantener a sus gobernantes legítimos y abortar cualquier conato de revolución.

El nombre de Restauración, entre 1814 y 1830, tan sólo es aplicable a un espacio geográfico muy concreto: la Europa continental. En el Reino Unido (Gran Bretaña e Irlanda), el Imperio otomano, los continentes Americano y Asiático, no se restaura nada.



Principios sobre los que se asienta la Restauración

La política internacional europea de la época queda configurada por los principios de legitimidad, equilibrio e intervención. En virtud del principio de legitimidad se restaurarán las dinastías del Antiguo Régimen, recuperando los territorios que antes le pertenecían. Sin embargo, el nuevo mapa político no se configuró exactamente como antes de la Revolución Francesa. Los espacios alemán e italiano fueron discutidos y repartidos buscando compensaciones. Rusia se fortaleció por el Este y Prusia por el Oeste. También se crearon estados-tapón. Se entendía que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto el equilibrio europeo y había que reconstruirlo. Así entraba en juego el segundo principio: el del equilibrio.

La clave de la política europea acabó siendo la aplicación del principio de intervención. Consistía en el compromiso entre las potencias de intervenir en cualquier país donde surgiera un estallido revolucionario.

Rasgos del sistema político de la Restauración

La aplicación de los tres principios citados, da origen a los dos rasgos que caracterizaron el sistema político de la Restauración.

El primero consiste en la fórmula de Directorio. Se trata de la dirección mancomunada de la política europea por parte de las grandes potencias. Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria-Hungría, que en un primer momento constituyeron la Cuádruple Alianza. Poco después la conveniencia política incluiría a Francia en la Alianza, formándose así una Pentarquía. En Europa se imponía la supremacía de las grandes potencias.

El segundo es la convocatoria de Congresos o Conferencias. Para poner en práctica la política mancomunada de las grandes potencias había que ponerse de acuerdo. En ocho años se celebraron seis grandes Congresos Internacionales: nunca hubo tantos en tan poco tiempo. En octubre de 1814 dio comienzo el Congreso de Viena, en los últimos meses de 1818 se celebró el de Aquisgrán, al que sucedieron hasta 1812 los de Carlsbad, Troppau, Liubliana y Verona.


El Congreso de Viena

Se celebró entre octubre de 1814 y junio de 1815, aunque las dificultades de concentración obligasen a aplazar una y otra vez las fechas de las sesiones. Hubo también numerosas reuniones parciales y entrevistas privadas. Al Congreso asistieron emperadores y reyes, ministros, intelectuales y artistas.

Los protagonistas


El emperador de Austria Francisco I y su canciller Metternich desempeñaron respectivamente los papeles de anfitrión y principal negociador.
El zar de Rusia, Alejandro I, el cual, sorprendió a todos con un proyecto de Santa Alianza.
El rey de Prusia, Federico Guillermo III, delegó en su activo colaborador el príncipe Hardenberg, que a su vez se apoyaba en Humboldt. Para equilibrar el engrandecimiento ruso se ampliarán los dominios del reino prusiano con los territorios de Renania y Westfalia; desde entonces habrá dos Prusias: la Oriental y la Occidental.

Castlereagh, por parte de Gran Bretaña, es una pieza clave en el Congreso. Fue el primero en hablar de la necesidad de un sistema de equilibrio europeo.
Por parte de Francia, el ministro de Asuntos Exteriores, Talleyrand, hombre de extraordinaria capacidad diplomática.

Los representantes de las medianas y pequeñas potencias tuvieron poco que hacer en el Congreso de Viena. Entre ellos no destacó especialmente el representante español Gómez Labrador. Hay que tener en cuenta que España aunque había figurado entre los primeros y más decisivos vencedores de Napoleón, tenía mermado su potencial por la guerra de la Independencia y el conflicto americano que terminaría con la independencia de sus colonias.

Las decisiones 

En junio de 1815 se firmó el acta final del Congreso. Apenas se trataron más de dos cuestiones fundamentales de derecho internacional. Una se refería a la libre navegación de los grandes ríos, garantizada por todos los países ribereños, y otra fue la abolición de la trata de esclavos, aunque no se arbitraron medidas para hacerla efectiva.

El capítulo más amplio fue el de las decisiones. Se centró en la reorganización del mapa europeo. La creación de fronteras artificiales, en muchos casos, provocará problemas nacionalistas en un futuro próximo.




Rusia  se anexionaba Finlandia y el Reino de Polonia quedaba bajo la soberanía del zar. Austria retenía por el norte la Galitzia polaca, mientras que conseguía una especie de tutela sobre todo el territorio italiano. Controlaba de forma efectiva Lombardía, Venecia y las provincias Ilíricas. En los reinos de Italia la aplicación del principio de legitimidad permitió a Víctor Manuel I recuperar Saboya y Génova; Fernando V volvió a Nápoles; el Papa a los Estados Pontifícios; Fernando III a Toscana y Francisco IV a Módena. En el conjunto del mundo alemán se procedió a una simplificación del mapa, reduciendo a 39 el complicadísimo mosaico de pequeños Estados que pasaron a configurar la Confederación de Estados Germánicos. Se redactó un Acta Federal y se prometió un parlamento alemán en Francfort.

Prusia adquiría Posen, Dantzig , la Pomerania sueca, parte de la orilla del Rin, Westfalia, algunas plazas del Elba y parte de Sajonia. El engrandecimiento de Prusia frenaba el expansionismo ruso, a la vez que preparaba vías para la unidad de Alemania.

Suecia obtuvo la soberanía sobre Noruega, mientras que Bélgica, Holanda y Luxemburgo constituían un estado-tapón en la zona que más interesaba proteger a Gran Bretaña.

Suiza volvió a su configuración cantonal.

En cuanto a España, nadie discutió los derechos de Fernando VII al trono. Recuperaba lo que le habían arrebatado los sucesos anteriores a las revoluciones, pero no le atendieron en sus peticiones de ayuda para calmar la situación en las colonias españolas en América.

Estas fronteras se mantendrán en algunos casos, muchos años como, por ejemplo, en Polonia, país que no conseguirá la independencia hasta los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial en 1918. Sin embargo, en otros, cambiaron muy pronto, como por el ejemplo el caso belga.

El segundo congreso, después del de Viena, fue el de Aquisgrán. Se celebró en los últimos meses de 1818. El principal tema del congreso fue regularizar la situación de Francia, excluida inicialmente de la Cuádruple Alianza. En Aquisgrán se facilitó a Francia el pago de las reparaciones de guerra en cómodos plazos e ingresó en el Directorio, es en este momento cuando la Cuádruple se convierte en Pentarquía.

Gran Bretaña durante el periodo que nos ocupa está cubierta de gobiernos tories que rechazarán cualquier tendencia revolucionaria en las Islas y que practicarán una política ajena a los asuntos del continente europeo. Gran Bretaña favoreció la emancipación de las colonias españolas en América. Se convertirá en el principal productor y exportador mundial de algodón y siderurgia del planeta.

En 1820 murió Jorge III, y ocupó el trono Jorge IV; un cambio sin mayores efectos políticos.
Las Oleadas revolucionarias

1820 fue la fecha en la que el sistema político de la Restauración atravesó el momento más crítico, es en esta fecha cuando tienen lugar movimientos revolucionarios en España, Portugal, Piamonte, Nápoles y Grecia. Estas oleadas revolucionarias deben interpretarse como la reacción a la Europa de la Restauración que había dejado pendientes graves problemas de nacionalismo.
Las potencias del Directorio, para impedir que estos brotes revolucionarios llegasen a la implantación del liberalismo, acaban progresivamente con estos nuevos regímenes constitucionales. Los únicos que se mantendrán serán los gobiernos de Portugal y Grecia, esta última será reconocida como estado independiente del imperio turco. En estos mismos años, la América española continúa luchando por su emancipación y los nuevos Estados norteamericanos introducen instituciones liberales en su organización política.
En torno a 1830 una nueva oleada de mayor envergadura asola Europa; el punto de partida de estas agitaciones  es el alzamiento de orleanistas y republicanos en París en julio de 1830; triunfan los primeros, los cuales hacen abdicar a Carlos X, último rey francés de la casa de Borbón y proclaman a Luis Felipe de Orleáns como rey de Francia.
Desde Francia la revolución se extiende a Bélgica, que obtiene la independencia de Holanda, con la que formaba hasta entonces el reino de los Países Bajos.
Los Estados centrales de la confederación germánica serán los siguientes en sufrir la oleada revolucionaria, seguidos de Polonia y los pequeños Estados de la Italia central.
Las revoluciones de 1830 acabarán dando el triunfo al liberalismo en la Europa Occidental. El siguiente ciclo revolucionario, en 1848, liberalizará los regímenes de Europa Central




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