jueves, 31 de diciembre de 2020

AMÉRICA LATINA ENTRE LO REAL Y LO FANTÁSTICO - (III) Los espacios del mundo Moche - Museo Larco: la colección erótica de memoria inca más grande de Perú - Trujillo

AMÉRICA LATINA ENTRE LO REAL Y LO FANTÁSTICO - (II) Los espacios del mundo Moche - La tumba de la Señora de Cao, líder del pueblo mochica - ‘Mural de los Mitos’ - El Brujo Hoy, pincha aqui

Un tumi de oro lambayeque. Colección del Museo Etnográfico de Berlín
Los ejemplares arqueológicos más conocidos son los que proceden de sitios arqueológicos de la costa norte peruana, especialmente los del período Lambayeque (700-1300 d. C.) (también llamado Sicán). La sección del mango de estos Tumis muestra una elaborada figura de forma humana y ojos almendrados (figura que tradicionalmente se ha identificado con Naylamp, un dios-rey de los mitos lambayeque) , a veces con incrustaciones de piedras semipreciosas. Los Tumis lambayeque son algunas de las piezas más famosas del arte precolombino peruano.

El Tumi es un tipo de cuchillo ceremonial usado en el Antiguo Perú por la cultura Sicán. Habitualmente está formado por una sola pieza metálica. El mango de un tumi tiene forma rectangular o trapezoidal. Aunque su longitud es variable, esta siempre excede el ancho de una mano. En uno de los extremos del mango está la marca característica de los tumis: una hoja cortante en forma semicircular (donde el lado curvo es el que tiene el filo y el lado recto es perpendicular al mango).

Los ejemplares arqueológicos más conocidos son los que proceden de sitios arqueológicos de la costa norte peruana, especialmente los del período Lambayeque (700-1300 d. C.) (también llamado Sicán). La sección del mango de estos Tumis muestra una elaborada figura de forma humana y ojos almendrados (figura que tradicionalmente se ha identificado con Naylamp, un dios-rey de los mitos lambayeque) , a veces con incrustaciones de piedras semipreciosas. Los Tumis lambayeque son algunas de las piezas más famosas del arte precolombino peruano.

La representación es la de un personaje mítico, que algunos estudiosos sostienen que es la del antiquísimo Naylamp. La cabeza del personaje en su parte superior termina en una diadema en media luna que en su campo medio presenta ocho esmeraldas incrustadas y rodeada por adornos circulares en el mismo metal, sobre las esmeraldas aparece en arco una hilera de catorce dibujos en forma de “S” en posición horizontal y entrelazadas unas con otras sobre la cual hay otra fila de adornos en zig-zag y se remata la parte superior y enmarcada entre dos hileras de adornos globales, una fila de doce figuras en forma de “S” horizontales.

Usos del tumi

El arte andino precolombino (especialmente el arte moche) muestra claramente el degollamiento de prisioneros con tumis. Se sabe que los antiguos peruanos curaban a sus heridos con traumatismos craneales severos (algo común en la guerra, que utilizaba las mazas contundentes como una de sus principales armas) practicando cortes y extracción de la parte dañada del cráneo (trepanaciones craneanas). Estas operaciones muchas veces permitían que el herido siguiera viviendo, tal como lo demuestra la evidencia arqueológica de cráneos trepanados encontrados sobre todo en la costa sur peruana (especialmente de las culturas paracas y nazca). Es una idea común que esos cortes se practicaban con cuchillos de pedernal y con tumis metálicos.

Ello ha influido en la simbología médica contemporánea. De hecho, la famosa Vara de Esculapio con una serpiente enroscada, uno de los símbolos universales de la práctica médica, es sustituida en el Perú contemporáneo por la silueta de un tumi, como se puede ver en los isotipos de instituciones médicas del país (Gremios médicos, clínicas, etc.). En algunas entidades el tumi va acompañado de las clásicas serpientes entrelazada.

Vara de Esculapio

Atributo de Asclepio, la serpiente en la vara.
En la mitología griega, Asclepio o Asclepios, Esculapio para los romanos, fue el dios de la medicina y la curación, venerado en Grecia en varios santuarios.
El nombre del símbolo deriva de su precoz y extensa asociación con Asclepio, hijo de Apolo, quien era un practicante de la medicina en la antigua mitología griega. Sus atributos, la serpiente y la vara, a veces por separado en la antigüedad, se combinan en este símbolo.

La vara es el símbolo de la profesión médica, y la serpiente, que muda periódicamente de piel, simboliza, por lo tanto, el rejuvenecimiento. Fue instruido en la medicina por el centauro Quirón.

La vara de Esculapio en el logotipo de la Organización Médica Colegial de España.

La vara de Esculapio en la bandera de la Organización Mundial de la Salud.

El mundo de los moches estaba regido por un calendario ceremonial que emulaba el ciclo de la naturaleza, las estaciones, el movimiento de los astros y los principales fenómenos naturales, como el inicio de la época de lluvias, los solsticios, equinoccios y eclipses de sol y luna. En la Huaca de La Luna los sacerdotes y gobernantes Moches celebraron las principales fechas de este calendario ceremonial, adornando esta pirámide con bellos frisos y altorrelieves multicolores. Su extensión es de 290m. por 210 m.

Reconstrucción tridimencional computarizada de Huaca de La Luna y las partes que la forman.
Los arqueólogos que han estudiado por largos años este sitio arqueológico han determinado que los mochicas tenían un modelo establecido para el diseño de las pirámides ceremoniales, el que consiste en una pirámide (la Plataforma I) con un amplio espacio delantero cercado por un muro (Plaza 1). Al lado derecho una larga plataforma (Anexo). Para llegar a la cima de la pirámide una larga rampa (Rampa Principal). En la cúspide, una plataforma (Nivel Alto) que cobija al altar, el lugar más sagrado de todo el conjunto, y un patio (Nivel Bajo). Este mismo modelo es posible verlo en otro importante sitio de la cultura Moche, como es el Complejo Arqueológico El Brujo (valle de Chicama, al norte de Huaca de La Luna)(Uceda y Tufinio 2003).
La complejidad en la construcción, observable en este monumento, se debe a la variedad de ceremonias celebradas en este edificio lo que explica la presencia de muchos otros ambientes, como la Terraza 1 y 2, los patios 2 y 3, la Plataforma 2, la Plataforma 3, entre otros que complementan el modelo básico de Pirámide + Plaza + Anexo.

Después de muchos años de investigación los arqueólogos Santiago Uceda y Ricardo Morales del proyecto arqueológico Huaca de La Luna han llegado a conocer que esta pirámide no estuvo dedicada a este astro, sino al dios de las montañas: Aiapaec. Los antiguos peruanos relacionaban a objetos de la naturaleza (como cerros, piedras o ríos) como poseedores de voluntad divina. Los cerros eran los proveedores del agua, muy necesaria para la agricultura. El Cerro Blanco, sobre cuya falda esta Huaca de La Luna, era la montaña sagrada de los moches.

La Huaca del dios de la Montaña (Huaca de La Luna) tiene plazas, patios, rampas y pirámides, todas muy necesarias para las ceremonias en honor a esta divinidad. Muchos de los ambientes de esta huaca estaban decorados con hermosos frisos de muchos colores. Las imágenes en los muros tenían relación con los ritos y ceremonias practicados en dichos lugares.

Dibujo de un combate entre guerreros moches. Iconografía dibujada sobre cerámica.

El agua es escasa en la desértica costa peruana. Sin embargo los estrechos río, que descienden raudos desde las alturas de los andes, irrigan fértiles valles en avenidas estacionales. Pero este equilibrio es precario en los andes, pues los años de abundante agua son sucedidos por otros de escasez total. Es por eso que para los moches era muy importante predecir el comportamiento del agua, sujeto a la "voluntad" del dios de la montaña. Por eso los moches consultaban oráculos, hacían adivinaciones y ofrendaban sacrificios para de ese modo mantener el orden y la venida del agua.

Lo primero era hacer una ceremonia adivinatoria en donde los chamanes (brujos) consultaban, usando coca u otro alucinógeno, cual será la voluntad del dios y que tipo de ofrendas exigirá. El dios de la Montaña pedía sacrificios humanos. En las pampas desérticas próximas a Moche se realizaba una batalla, los prisioneros serán sacrificados. Los que caían capturados eran despojados por sus captores de todas sus armas y ropa. Luego eran llevados desnudos y amarrados a la gran plaza delantera (Plaza 1) donde eran presentados ante los sacerdotes y el soberano. Un friso sobre la fachada de la pirámide representa este momento.

Fachada de la Plataforma 1 que da hacia la Plaza 1. A la derecha, dibujos de los frisos.

Subían a la cima de la pirámide por una larga rampa. Luego eran llevados a una pequeña habitación en el patio trasero, en la cima de la pirámide, allí eran adoctrinados por mujeres como una preparación para el sacrificio. Luego de varios días eran sacados al patio en donde serán degollados. Este patio está decorado con frisos donde destaca, al centro el rostro del dios de las montañas. En el nivel más alto de la fachada de la pirámide está también la imagen, en cuerpo entero, del dios de la montaña: aiapaec, también conocido como "el degollador" pues es frecuentemente representado con un tumi (cuchillo) en una mano y una cabeza cercenada en la otra (Uceda y Tufinio 2003).

La sangre vertida por el sacrificado era depositada en una copa, y presentada al gobernante moche que esperaba de pie sobre un altar. El Curaca (gobernante) moche ofrendaba esta sangre al dios de la montaña (Uceda y Tufinio 2003).

Friso en el patio del Nivel Bajo de la Plataforma 1 en Huaca de La Luna, representa al dios Ai Apaec.

Línea de tiempo que relaciona a la cultura Moche con los estilos alfareros y la Huaca de La Luna con sus respectivas fases constructivas.

Fuente: Textos, fotos y dibujos: Lizardo Tavera

La antara es un instrumento sonoro frecuentemente representado en el arte moche, particularmente asociado a rituales y ceremonias ambientados tanto en el mundo de los vivos (kay pacha) como en el mundo de los muertos (hurin o uku pacha). 

Museo Larco: la colección erótica de memoria inca más grande de Perú.


Una casona virreinal del siglo XVII alberga la colección de huacos prehispánicos más grande del mundo. Son 45.000 piezas de barro, y otras tantas de orfebrería en oro, plata y cobre.
El conjunto permite acercarse a la cosmovisión de los antiguos peruanos y su relación con la naturaleza. También, su vínculo con la sexualidad. En la famosa Sala Erótica, la cerámica dibuja las más variadas posiciones y formas del amor compartidas por mujeres, hombres y animales. ¡Y entre los muertos!


La colección fue fundada en 1926 por Rafael Larco Hoyle, uno de los pioneros de la arqueología peruana. Nació en su hacienda de Trujillo, Chiclín, a partir de un primer ceramio que le regaló su padre, Rafael Larco Herrera, y allí creció hasta que él decidió trasladarla a la capital del Perú para que fuera más accesible al público. Nadie debería perderse este museo, considerado el número 1 en Sudamérica y 20 del mundo según el ranking de TripAdvisor. 

Los cerámicos de la Sala Erótica muestran el sexo explícito sin tapujos en un sinfín de posiciones sexuales que hacen ruborizar a más de uno. Pero no es lo que pensamos: para la cultura Moche, que vivió en el norte del país andino del siglo I al VIII d. C. aproximadamente -y a la cual pertenecen la mayoría de los huacos eróticos-, el arte de amar se relacionaba con la tierra, la prosperidad y la fecundidad. Su representación tenía que ver más con ritos que con el placer en sí: propiciar la lluvia o detenerla, lograr una buena cosecha, detener una desgracia, lograr un buen nacimiento

Para la cultura Moche, el arte de amar se relacionaba con la tierra, la prosperidad y la fecundidad. Fuente: Lugares - Crédito: Mariana Roveda

¿Cómo podemos explicar esto? Para el antiguo Perú, a grandes rasgos, existían tres mundos: el mundo de arriba o de los dioses, representado por las aves; el mundo terrenal o de los vivos, caracterizado por los felinos; y el mundo de abajo o de los muertos, a partir de las serpientes. Había interacciones entre los tres mundos: incluso, había actividad sexual en el mundo de abajo; esa cosmogonía se recompuso a través de estas artesanías.

Las uniones sexuales se pueden entender como intercambios en donde hay entrega de fuerzas y fluídos entre seres que pertenecen a géneros o mundos distintos. En las vasijas se plasmó la vida ritual, la mitología, el cuerpo femenino y la maternidad (lo que hoy llamaríamos partos humanizados), la unión sexual, la fertilidad y el mundo de abajo. También hay representaciones detalladas de órganos genitales masculinos y femeninos que hacen alusión a la dualidad: la unión de fuerzas opuestas pero complementarias que hacen posible la vida.

Pero aún es mucho más compleja su forma de ver el universo. Isabel Collazos, curadora de las colecciones del museo, lo describe de esta manera: "a partir de estas representaciones sexuales en los huacos podemos acercarnos a la cosmovisión Mochica, pues están vinculadas a los rituales de fertilidad, sacrificio y culto a los ancestros.

Entre las representaciones mitológicas más destacadas tenemos la unión sexual primigenia entre Ai Apaec la deidad suprema, también llamado el degollador-, y la madre tierra. El fruto de esta unión es el inicio de la vida, representado por el árbol. Por otra parte, las representaciones de unión sexual entre hombre y mujer, simbolizan la unión de opuestos complementarios que generan vida. Finalmente, la fertilidad de la tierra es asegurada por los ancestros, quienes son representados sexualmente activos y masturbándose, propiciando la emisión del semen, líquido fertilizador".

Orejeras de la cultura Moche expuestas en el museo. Fuente: Lugares - Crédito: Mariana Roveda

Pero aún es mucho más compleja su forma de ver el universo. Isabel Collazos, curadora de las colecciones del museo, lo describe de esta manera: "a partir de estas representaciones sexuales en los huacos podemos acercarnos a la cosmovisión Mochica, pues están vinculadas a los rituales de fertilidad, sacrificio y culto a los ancestros.

Entre las representaciones mitológicas más destacadas tenemos la unión sexual primigenia entre Ai Apaec la deidad suprema, también llamado el degollador-, y la madre tierra. El fruto de esta unión es el inicio de la vida, representado por el árbol. Por otra parte, las representaciones de unión sexual entre hombre y mujer, simbolizan la unión de opuestos complementarios que generan vida. Finalmente, la fertilidad de la tierra es asegurada por los ancestros, quienes son representados sexualmente activos y masturbándose, propiciando la emisión del semen, líquido fertilizador".
Dentro del sector hay una sala dedicada a los ritos de unión sexual no reproductiva de formas no tradicionales. Todo es bastante explícito, no apto para mojigatos. La cerámica muestra también otros actos que no llevan a la fecundación, como masturbaciones y felaciones: estas tres prácticas, en general, vinculan simbólicamente el mundo de los vivos con el de los muertos.

Por último, hay una sala de propiciación sexual y cuerpo masculino donde este se representa como fertilizador: toca, acaricia y besa pero también recibe lo mismo.

Trujillo es una ciudad peruana, capital de la provincia homónima y del departamento de La Libertad. Es la tercera ciudad más poblada del Perú y la más poblada de la entidad subnacional peruana de la Macro Región Norte (MRN) albergando una población de  914 mil habitantes según estimación y proyección del INEI, 2018 - 2020, hecho en enero de 20203​ y extendiéndose sobre una superficie aproximada de 111 km².

La ciudad es el núcleo del área metropolitana conocida como Trujillo Metropolitano; que integra a nueve distritos 20​, incluyendo al distrito homónimo, sede del gobierno de la ciudad y región, siendo la más importante y poblada del norte peruano.


En el territorio actualmente ocupado por la ciudad de Trujillo se desarrollaron diversas culturas precolombinas como la Cupisnique​, la Mochica, o la Chimú.
La cultura Moche o Mochica se desarrolló entre el 100 a. C. y el 700 d. C. en el valle Moche teniendo como sede el territorio que hoy se denomina Huacas del Sol y de la Luna​, complejo arqueológico que abarca aproximadamente 60 hectáreas de extensión y fue el centro de poder de la cultura Mochica; esta cultura se extendió hacia los valles de la costa norte del actual Perú. Las sociedades moche desarrollaron una compleja tecnología de canales de riego, con lo cual evidenciaron amplios conocimientos en ingeniería hidráulica y ampliaron la frontera agrícola. Además, hicieron uso intensivo del cobre en la fabricación de armas, herramientas y objetos ornamentales.

Arquitectura del Paseo Pizarro una de las calles de más alto tránsito en el centro histórico de Trujillo, al fondo se observa la histórica y tradicional Plazuela el Recreo y su alta alameda.

La Catedral de Trujillo (también conocida como Catedral basílica de Santa María) es la catedral y principal iglesia de Trujillo, Perú. Su construcción duró 19 años, desde 1647 hasta 1666. En 1967, fue elevada a la categoría de "Basílica menor", por el papa Paulo VI.

lunes, 30 de noviembre de 2020

AMÉRICA LATINA ENTRE LO REAL Y LO FANTÁSTICO - (II) Los espacios del mundo Moche - La tumba de la Señora de Cao, líder del pueblo mochica - ‘Mural de los Mitos’ - El Brujo Hoy

AMÉRICA LATINA ENTRE LO REAL Y LO FANTÁSTICO - LA CIVILIZACIÓN MOCHICA - PERÚ (El Señor de Sipán) - El descubrimiento del tesoro de Sipán, pincha aqui

LOS ESPACIOS DEL MUNDO MOCHEpincha aqui

Las cerámicas son un soporte de la pintura, pero también objetos que se usan para transmitir contenidos. Varios siglos antes de los inkas, el lenguaje gráfico de la cultura Moche de la costa norte del Perú (100-800 d.C.) muestra episodios rituales y míticos en escenas simples y complejas. Se representa en ellas el mundo de los muertos, el acompañamiento de los difuntos, sus enterramientos y el mar, la ‘montaña del sacrificio’, los seres celestes y animales como aves, felinos, lobos marinos y serpientes. Los mundos de los vivos, de los muertos y de los ancestros no están separados, sino que son una unidad donde seres vivos y muertos danzan y tocan música, junto a seres con rasgos de animales.

El sacrificio ritual mochica de prisioneros aparece representado en infinidad de cerámicas y relieves pintados en las huacas. En la escena que aquí se reproduce, cuatro personajes de elevada posición social presiden la ceremonia. Debajo, guerreros de alto rango sacrifican a quienes han perdido el combate ritual.

Ceremonia del sacrificio Mochica

Botella de cerámica -  Costa norte del Perú - Época Auge (1 – 800 d.C.)

En la naturaleza, la muerte es necesaria para dar paso a la vida. Es probable que el sacrificio humano representado en esta botella esté asociado al equinoccio primaveral, el paso del invierno a la primavera. Este es un momento importante en el calendario agrícola, al ser el anuncio de la época de lluvias.
En esta botella de cerámica se representan ritos propiciatorios: sacrificio de guerreros cautivos y presentación de la copa a los dioses.
  • Una serpiente de dos cabezas parece sostener en sus manos el corazón de los sacrificados. Su cuerpo divide la botella en dos hemisferios: uno superior y otro inferior.
  • En la sección inferior se observa el sacrificio: el sacrificador acerca sus manos al cuello del hombre desnudo, que está sentado y con las manos atadas; toma la sangre del sacrificado para ser ofrecida a los dioses del mundo de arriba.
  • En la sección superior, tenemos a los dioses: Dios Radiante, personaje con colmillos de felino y casco cónico con tumi (símbolo solar) y rayos en forma de serpiente recibiendo la copa del Águila Pescadora, ave rapaz que puede volar y a la vez sumergirse en el agua del océano para pescar, vinculando el mundo de arriba y seco con el mundo interior y húmedo. Seguido por la Diosa Luna, personaje con vestido más largo y con trenzas que terminan en cabezas de serpiente. La diosa avanza llevando la copa desde el mundo nocturno hacia el mundo donde rige el Dios Radiante. Finalmente, el Dios Búho, personaje con tocado de media luna y dos elementos en forma de orejas de búho, que rige sobre el mundo oscuro y húmedo. Se le conoce también como el Dios de la Vía Láctea, por su vinculación con el cielo nocturno, las estrellas y la lluvia.
  • El Dios Búho es opuesto complementario del Dios Radiante. Son dos fuerzas que animan épocas distintas del año, la época seca y la época de lluvias, pero que son complementarias a la vez. Esta oposición está enunciada por las posiciones opuestas que adoptan ambos personajes en la botella.
  • Esta botella parece representar una ceremonia de encuentro entre ambos dioses, quizás marcando un momento importante del calendario agrícola, como podría ser el equinoccio de primavera, que es cuando se da inicio a la época de lluvias.
Cerámica mochica que representa a un sacerdote mochica realizando una libación. Museo Británico, Londres.

Cao, líder del pueblo mochica


En 2005, arqueólogos peruanos encontraron en el norte de Perú el sepulcro intacto de una gobernante mochica que vivió en el siglo V d.C.

Un arqueólogo restaura un mural en el patio ceremonial de la huaca Cao Viejo donde se localizó la tumba intacta de la Señora de Cao.

Estatuilla de madera con un mazo de guerra, enterrada tal vez como un simbólico guardián cerca de la tumba de la señora de cao.

Reina y sacerdotisa
Bajo las telas que cubrían el cuerpo de la Señora de Cao apareció una armadura de 1.100 piezas de cobre dorado de 200 kilos, dos bastones ceremoniales y armas. Todo ello, emblemas de poder sólo encontrados antes en tumbas de personajes masculinos de alto rango como el Señor de Sipán. Pero, además, los tatuajes de arañas y serpientes que adornan el cuerpo de la Señora indicarían, según Régulo Franco, que se le atribuían poderes sobrenaturales, ya que estos animales son símbolos de la fertilidad de la tierra.

Lo que más llamó la atención de los investigadores fueron ciertos elementos que detectaron en el patio y que habían sido quemados: madera, cerámica, agujas de cobre, pescado, figuritas de madera y cinabrio, así como vasijas, textiles, y ornamentos de plata y cobre dorado. Parecían indicios de que allí se ocultaba la tumba de un personaje importante de la élite mochica. Y, en efecto, la métódica exploración de los arqueólogos sacó a la luz las tumbas de cuatro individuos que flanqueaban la que parecía ser una tumba principal.
Los arqueólogos concentraron sus esfuerzos en este sepulcro, que tenía una estructura compleja. Cuando lo abrieron, el 15 de mayo de 2006, encima de todo apareció una gran vasija en forma de búho enterrada hasta el cuello. A continuación se encontraba una cubierta de caña sustentada por un relleno de adobe y tierra. Debajo, unas maderas de algarrobo desbastadas, a modo de vigas, servían para proteger el entierro. Alrededor de éste se habían dispuesto diversas vasijas. Finalmente, el 15 de mayo de 2006, ante la emoción de Régulo Franco y su equipo, se extrajo un fardo funerario intacto, que pesaba unos cien kilos y tenía una longitud de 1,80 metros. El fardo había sido colocado con la cabeza mirando hacia el sur, algo habitual en los enterramientos mochica. A la derecha del fardo descansaba el cuerpo de una joven de unos 15 años.
"Tenemos que hacer otro descubrimiento así". Eso fue lo que el millonario Guillermo Wiese le dijo al arqueólogo Régulo Franco mientras agitaba en su mano el artículo publicado por National Geographic sobre el descubrimiento en 1987, en la huaca Rajada, de la tumba intacta de un gobernante mochica, el Señor de Sipán, realizado por Walter Alva. Tras ese fabuloso hallazgo, los arqueólogos soñaban con hacer otro descubrimiento de características similares en la región de Lambayeque, en el norte de Perú.
Wiese era presidente de la fundación que lleva su nombre, dedicada al estudio y puesta en valor de lugares arqueológicos en todo Perú. Con su apoyo, Régulo Franco estaba excavando desde 1990 en la huaca Cao Viejo, uno de los cuatro «lugares sagrados» (tal es el significado de la palabra quechua huaca) que forman parte del complejo arqueológico El Brujo, situado 60 kilómetros al norte de Trujillo. Cao Viejo es un centro ceremonial perteneciente a la cultura mochica, una sociedad guerrera que entre los años 100 y 800 d.C. desarrolló una civilización rica y compleja a lo largo de la árida franja costera peruana del Pacífico.
En esos años, Franco tenía que trabajar acompañado por guardaespaldas para hacer frente a las amenazas de muerte y a los continuos sabotajes de los huáqueros o ladrones de tumbas. Pero eso no lo detuvo, y por fin obtuvo su recompensa. En los primeros días de 2005, el equipo de Franco estaba excavando en el patio noroeste del recinto ceremonial. Este recinto destaca por sus paredes pintadas con diseños geométricos y con la representación de un ser con rasgos de felino y tentáculos de pulpo, rodeado de cóndores y serpientes: Ai Apaec, el dios principal del panteón mochica, también llamado «el Decapitador».

LA PRIMERA SORPRESA

Durante seis meses, el equipo científico dirigido por Régulo Franco, la especialista textil Arabel Fernández y John Verano, experto en bioantropología, se dedicó a desvendar cuidadosamente el fardo funerario. Éste estaba formado por 26 capas de tela, entre las cuales se hallaron mantos cubiertos con láminas de cobre dorado y restos de algodón. Cuando los arqueólogos lograron retirar las últimas capas encontraron collares, diademas, coronas y 44 narigueras de oro y plata, algunas de ellas guardadas en estuches de tela. Junto al cuerpo había también dos cetros o bastones ceremoniales de madera forrados de cobre dorado, de 1,75 m de alto. Dentro del fardo se habían dispuesto también 23 estólicas o propulsores para lanzar dardos. Cuando los investigadores llegaron a las últimas capas de tela que cubrían el cuerpo se encontraron con la mayor sorpresa de todas: el cuerpo, que medía 1,45 metros, estaba perfectamente conservado… y era una mujer.

Los mochicas no momificaban a sus muertos, pero en este caso el cuerpo fue untado con cinabrio, un mineral rojo que ayudó a su desecación y permitió que se conservara perfectamente. La piel de los antebrazos, los tobillos y los dedos estaba cubierta de tatuajes en forma de arañas y serpientes. La Señora de Cao, que fue el nombre que dio Régulo Franco a esta mujer, conservaba intacto su cabello, dividido en dos pesadas trenzas, y sobre su rostro se había colocado el cuenco de metal que contuvo el cinabrio con que se cubrió su cuerpo. La autopsia efectuada reveló que la Señora murió aproximadamente a los 25 años, al parecer debido a las complicaciones de un parto.


¿QUIÉN FUE LA SEÑORA DE CAO?
Esta mujer, que vivió hacia el año 400 d.C., unos 150 años después que el Señor de Sipán, fue enterrada con diversos símbolos de poder, entre ellos una corona de oro decorada con una cara salvaje sobrenatural y dos grandes mazas o bastones ceremoniales, así como varias armas. Además, algunos de los individuos enterrados junto a ella, como la joven que se encontraba a su lado, fueron sacrificados para acompañar a su señora al más allá.

Reconstruyen el rostro de la Señora de Cao

Todo esto hace del descubrimiento de la Señora de Cao algo único en la arqueología peruana, ya que es la primera gobernante femenina de la que se tiene constancia. Su hallazgo echa por tierra muchas de las teorías que se habían formulado hasta entonces, según las cuales la mochica era una sociedad guerrera y teocrática, y gobernada por hombres. Walter Alva, el descubridor de Sipán, manifestó su sorpresa al ver que «muchos de los atuendos y símbolos de poder se encuentran en el ajuar de una mujer, ya que hemos considerado a los mochicas una sociedad patriarcal gobernada por varones». Según afirmó Régulo Franco, la Señora posiblemente «fue una mujer líder en su época» y desempeñó un papel político y religioso importante en su sociedad; entre otras cosas habría dirigido los sacrificios humanos que demandaban los rituales mochicas.

MUSEO CAO

MUSEO CAO

Como en el caso del Señor de Sipán, la revista National Geographic también se hizo eco del descubrimiento y en julio de 2006 publicó un artículo titulado «El misterio de la momia tatuada». Y en 2009 se inauguró el moderno Museo de Cao, junto a la huaca Cao Viejo, que entre otros hallazgos realizados en el yacimiento alberga el ajuar funerario y los restos de la Señora de Cao. En el museo se ha dispuesto una sala especial para que los visitantes puedan maravillarse con la visita a la Señora y su rico ajuar, magníficos testimonios de la cultura mochica, una de las más complejas y sofisticadas de América.

Cultura MOCHE (200 a.C. - 700 d.C.) TEJIDO BORDADO con LAGARTIJAS. Tejido plano de algodón, bordado en anillado cruzado, fibra de camélido. Esta EXTRAORDINARIA pieza está compuesta de doce pequeñas lagartijas en volumen apoyadas sobre una tela de algodón.

La Huaca del Sol
Esta construcción monumental se ubica muy cerca de la ciudad de Trujillo -a 6 kilómetros del mar- al pie de un promontorio rocoso llamado Cerro Blanco, en la margen izquierda del río Moche, en un punto entre el valle bajo y el valle medio. La pirámide tiene básicamente una forma rectangular a la que se le han agregado algunas otras formas geométricas. Su tamaño es monumental: 345 metros de largo por 160 metros de ancho y 42 metros de altura. Gran parte de este volumen fue destruido durante la colonia. Con la finalidad de buscar tesoros en su interior, el río Moche fue desviado para que partiera en dos la pirámide. El resultado fue peor de lo esperado, pues el río se llevó cerca de dos tercios de la Huaca. Pero en su interior no se encontró ningún tesoro.

Reconstrucción Isométrica de como pudo verse la Huaca del Sol, en el momento de mayor esplendor. Este dibujo se basa en reconstrucciones aerofogramétricas y propuestas de varios autores.

El corte ha permitido ver que toda la pirámide está construida con adobes. Se ha estimado que se usaron 140 millones de adobes en su construcción. Como el río cortó la pirámide desde su base, se ha podido observar que la Huaca del Sol no fue construida toda en un solo momento, sino que sufrió muchas modificaciones y ampliaciones hasta tener el volumen que actualmente le conocemos. El arqueólogo norteamericano Moseley ha visto en el corte 8 etapas en las que se construyó el monumento. Las primeras remodelaciones se habrían producido durante las fases I, II y el inicio de la III, y la gran masa de la pirámide se habría construido durante la fase III y IV. El volumen de la pirámide (a lo largo, ancho y alto) era ampliado construyendo grandes columnas de adobes adosadas unas a otras.

Las Huacas del Sol y de la Luna son un complejo arqueológico ubicado en la costa norte del Perú, considerado como un santuario moche. Está constituido por un conjunto de monumentos situados a unos cinco kilómetros al sur de la ciudad de Trujillo, en el distrito de Moche. Este sitio arqueológico representó físicamente la capital de la cultura mochica desde el siglo I a. C. hasta el siglo IX d. C.

Reconstrucción tridimensional por computadora de la pirámide de Cao Viejo tal como pudo ser en sus tiempos de mayor esplendor. Se indican sus principales componentes.
Los trabajos de investigación arqueológica llevados a cabo a lo largo de varios años (desde 1990) por el PACEB determinaron, como ya se ha mencionado líneas arriba, que los principales componentes arquitectónicos de esta huaca son: (1) Pirámide de bordes escalonados, sobre la cual se ubican el Patio Ceremonial, el Recinto Ceremonial, la Plataforma Principal y el Altar. (2) Plaza Ceremonial, con el Recinto Ceremonial en una de sus esquinas, (3) Anexo junto con la rampa por la que ascendía desde el nivel de la Plaza Ceremonial a lo alto de la pirámide.
Las pirámides mochicas estuvieron decoradas con frisos y murales policromos, no solo en los lugares más visibles si no también en espacios privados o de uso restringido. Los motivos representados van desde diseños que imitan en lo posible a los modelos reales (como los prisioneros o los danzantes) hasta motivos estilizados representando seres sobrenaturales. Así, a medida que se va subiendo en altura hacia la cima de la pirámide los frisos se van tornando más complejos y abstractos, como representando un tránsito desde el mundo real al mundo ceremonial mochica (Franco, Gálvez y Vásquez 2001b).


 ‘Mural de los Mitos’




Sobre un muro de la gran plaza ceremonial de la pirámide moche Huaca de la Luna (costa centro norte de Perú, 1- 700 D.C.), se encuentra este magnífico mural pintado en alto relieve. Ha sido llamado ‘El mural de los mitos’, pues en él se han representado variadas historias míticas de la sociedad moche, con escenas de guerreros, de humanos y seres fantásticos, además de plantas y animales que interactúan entre sí. Destacan particularmente dos personajes que sostienen lazos que terminan en una cruz andina o ‘chakana’ y un felino azul, respectivamente. Este mural es un buen ejemplo del Modo Escena de representación, caracterizado por la coexistencia de distintos elementos que constituyen toda una narrativa visual.

Trabajo realizado para el Museo Precolombino en Chile. Mural trazado a partir del  ‘Mural de los Mitos’ en la pirámide Huaca de la Luna. Cultura Moche, costa centro norte del Perú, 1-700 d.C.


Era en la Huaca de la Luna donde se desarrollaba todo el ceremonial del sacrificio –los combates rituales se llevaban a cabo fuera de la ciudad, en el desierto y no había público presente según las representaciones en cerámica–: desde la preparación de los «elegidos» con cactus de San Pedro, hasta la ofrenda de su sangre por parte del señor. Tanto es así que se ha encontrado una plaza con más de 70 cadáveres entre animales y hombres –los sacrificios humanos tenían lugar sólo en ocasiones especiales relacionadas con el clima: largos periodos de sequía o intensas lluvias–.

El Brujo Hoy
Las pirámides de Cao Viejo y Huaca Cortada fueron los más importantes edificios para los Mochicas en el valle de Chicama (norte de Perú), como centro del poder y la religión en su tiempo, hoy en día El Complejo Arqueológico el Brujo es una de las más importantes huacas del Perú como centro de las principales investigaciones arqueológicas, motivo de orgullo y centro de atracción para los visitantes del mundo.



Ai – Apaek “El Decapitador” - Cultura Moche. El decapitador por su lado cumplía la función de degollar, estrangular o asestar el golpe mortal al prisionero para obtener la sangre que a su era vertida en una copa y llevaba a la ceremonia para ser bebida por divinidades “Señor de Sipan”. Es por ello que el degollador era representado sosteniendo en una mano el cuchillo ceremonial y en el otro una cabeza trofeo.

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LA CIVILIZACIÓN MOCHICA

Al norte del Perú, donde las olas del Pacífico baten una árida región costera, floreció un pueblo tenaz y belicoso que entre los siglos I y VIII creó la primera organización política compleja de la zona andina. Eran los mochicas, grandes ingenieros que excavaron canales en medio del desierto para regar sus cultivos, y levantaron palacios, templos y enormes pirámides de adobe. Estas últimas construcciones, conocidas como huacas –palabra que en lengua quechua designa un lugar de culto–, fueron el centro religioso y político de cada comunidad.

Los mochicas también eran excelentes artesanos, y elaboraron una cerámica de extraordinaria belleza y perfección, así como delicados ornamentos de oro, plata y cobre para sus dirigentes. Establecieron, además, amplias y prósperas redes comerciales que se adentraban en los actuales territorios de Chile y Ecuador. Pero hacia finales del siglo VIII, esta sofisticada y rica cultura conoció un final repentino. Una serie de cataclismos naturales, provocados por un drástico cambio climático, afectaron a la zona costera donde la sociedad mochica se había desarrollado y contribuyeron a su desaparición.

EL CONTROL DEL TERRITORIO

En el norte, los mochicas se habían extendido por el valle del río Jetepeque, cuyos asentamientos principales fueron San José de Moro y la Huaca Dos Cabezas, y por el valle del río Lambayeque, donde se encuentran Sipán y Pampa Grande. Esta cultura norteña destacó en el desarrollo de la metalurgia del cobre, de la que se han encontrado magníficos ejemplos en algunas tumbas de gobernantes, como la famosa sepultura del Señor de Sipán, descubierta en 1987 por el arqueólogo peruano Walter Alva, y que proporcionó un espectacular tesoro de piezas de orfebrería de gran belleza. Los mochicas conocieron las técnicas del laminado, dorado, repujado y vaciado, y dominaron la aleación de metales. Usaron oro, plata, cobre, plomo, estaño e incluso mercurio.

En el sur, los mochicas ocuparon el valle del río Moche, donde se localizan la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna, y el valle del río Chicama, donde se halla el complejo ceremonial de El Brujo. Los mochicas sureños destacaron por su dominio de las técnicas de alfarería, ya que mientras en el norte las formas cerámicas son más sencillas, en colores crema y rojo, en esta zona se han encontrado la mayoría de las cerámicas de formas animales elaboradas por este pueblo.

Tanto el sur como el norte son zonas de gran aridez, y los mochicas tuvieron que vencer al desierto mediante la irrigación artificial. Desviaron el agua de los ríos que bajan de los Andes y, con ladrillos de barro, crearon un extenso sistema de acueductos, muchos de los cuales siguen en uso. De esta forma desarrollaron una agricultura, con más de treinta variedades de cultivo, que les permitió contar con una amplia gama de excedentes agrícolas. También explotaron ampliamente los recursos marinos, de los que el océano Pacífico les proveía en abundancia, así como la caza.

UNA SOCIEDAD MUY JERARQUIZADA

Los mochicas se establecieron en núcleos urbanos que constituían el centro de pequeños Estados con una estructura social muy jerarquizada. El núcleo principal de estos Estados eran las huacas. El soberano, que recibía el título de cie-quich, pertenecía a la nobleza militar y desempeñaba un importante papel en los rituales que tenían lugar en las huacas. Su vida estaba dedicada por completo a la guerra, a los ritos religiosos en honor a la principal divinidad mochica, Ai Apaec, y a engrandecer su prestigio frente a los líderes rivales.

Por debajo de los grandes señores se encontraban los sacerdotes, guardianes de los conocimientos astronómicos, arquitectónicos y metalúrgicos, y que también podían curar enfermedades. En un nivel más bajo se encontraban los artesanos, los mercaderes y el pueblo llano, compuesto por campesinos, pescadores y soldados. Los esclavos, normalmente prisioneros de guerra, formaban el peldaño inferior de la sociedad mochica.

En el siglo VI, esta sociedad íntimamente enraizada en su medio físico empezó a sentir los estragos de un fenómeno meteorológico conocido como El Niño: una corriente oceánica cálida impide el afloramiento de las aguas más frías de la corriente de Humboldt, lo que favorece la evaporación del agua marina, que luego cae en forma de precipitaciones torrenciales. El Niño afecta a esta zona con regularidad, pero por entonces fue inusualmente fuerte y prolongado: intensas e interminables lluvias asolaron la región durante treinta años.

Vasijas mochicas encontradas en Sipán. Foto: Wikimedia Commons / Santiagostucchi / CC BY-SA 4.0. TERCEROS

El descubrimiento del tesoro de Sipán

La tumba del Señor de Sipán. Foto: Wikimedia Commons / Bernard Gagnon / CC BY-SA 3.0. 
Hasta hace pocos años, la ciudad de Lambayeque, en la costa norte de Perú, vivía al margen de los circuitos turísticos. Alejada de los símbolos del Imperio inca, como Cuzco y Machu Picchu, apenas veía pasar viajeros. Hoy el cambio es radical: cada año la visitan unas ciento cincuenta mil personas. Esta transformación se debe al hallazgo, el 26 de julio de 1987, de la tumba del Señor de Sipán, un poderoso soberano de la cultura moche, o mochica.
Se trata del sitio arqueológico más rico aparecido en América y de uno de los principales hitos de esta disciplina de las últimas décadas. Las tumbas de Sipán –en plural, porque, de hecho, son varias– constituyen un descubrimiento formidable, a la altura del sepulcro de Tutankhamón en el Valle de los Reyes de Egipto.
Los tesoros hallados en las tumbas de Sipán revelan que los mochicas fueron unos magníficos joyeros.
Las excavaciones tuvieron que iniciarse con escolta policial armada y en medio de fuertes tensiones e incluso de un tiroteo.
El Señor de Sipán había sido sepultado envuelto en once capas sucesivas de emblemas, estandartes, atuendos y una profusión de ornamentos de oro, plata y cobre dorado.

Las investigaciones de la fiscalía llevaron hasta una banda de huaqueros encabezada por varios miembros de una misma familia, los Bernal. Ellos habían sido los primeros en excavar en el sitio correcto y en hallar las primeras joyas. La pista condujo a la policía a las inmediaciones de la aldea de Sipán. En Huaca Rajada, los agentes se encontraron con la dolorosa escena de un saqueo generalizado. Centenares de vecinos intentaban hacerse con piezas de oro similares a las que habían conseguido los Bernal. Por ello, consideraron al equipo de arqueólogos desplazados hasta allí como un obstáculo para su oportunidad de salir de la pobreza. Las excavaciones tuvieron que iniciarse con escolta policial armada y en medio de fuertes tensiones. No en vano, los arqueólogos recibieron amenazas personales por parte de los traficantes y se produjeron tiroteos en el yacimiento. El propio Ernil Bernal, líder del clan, había caído abatido por una bala de la policía.

El Museo de las Tumbas Reales de Sipán, donde se exponen los hallazgos. Foto: Wikimedia Commons / Bernard Gagnon / CC BY-SA 3.0. TERCEROS

El arqueólogo en jefe, Walter Alva, trató de transmitir la idea de que, si todo salía bien, el tesoro del Señor de Sipán se revelaría tan espectacular que, convertido en un bien nacional, sería beneficioso para todos. Logró convencer a la mayoría. Algunos de los miembros de la banda de huaqueros incluso entraron a trabajar en las excavaciones, integrándose con el equipo de especialistas. Finalmente, el 26 de julio de 1987 hallaron la tumba del Señor de Sipán. El personaje que los arqueólogos tenían frente a ellos se mostró con toda su majestuosidad. Vivió en el siglo III, y debió de morir cuando contaba entre 35 y 45 años. Medía 1,67 m y presentaba una estructura muscular débil y una dentadura sana. Se le había sepultado envuelto en once capas sucesivas de emblemas, estandartes, atuendos y una profusión de ornamentos de oro, plata y cobre dorado. Desde el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón en 1922 no se había visto nada semejante. Hoy día, las excavaciones siguen en marcha –cada año se realizan campañas de abril a noviembre– gracias al apoyo del Estado peruano. Y en los próximos años se esperan hallazgos reveladores. Sipán aún no ha dicho la última palabra.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 543 de la revista Historia y Vida. 

EL DEVASTADOR EL NIÑO

Estas terribles inundaciones contaminaron los cursos de agua y los manantiales, y erosionaron miles de hectáreas de terreno cultivable

Los aguaceros destruyeron palacios y pirámides, edificados con barro y por ello muy vulnerables a la acción disolvente del agua. Los ríos se salieron de sus cauces y el lodo arrasó tanto grandes extensiones de tierra cultivable como pequeños poblados construidos con adobe y caña, ahogando a sus habitantes. Estas terribles inundaciones contaminaron los cursos de agua y los manantiales, y erosionaron miles de hectáreas de terreno cultivable. Las fiebres tifoideas y otras epidemias camparon a sus anchas, sembrando la muerte y la destrucción.

A tan intensas y devastadoras precipitaciones siguió un ciclo de sequía de tres décadas, que entre los años 563 y 594 redujo de manera drástica la cantidad de manantiales de montaña cuyas aguas llegaban hasta la costa. Ello resultó catastrófico para la agricultura, con la consiguiente hambruna, y provocó una creciente desertización que causó que las dunas de arena se tragasen numerosos asentamientos.

En el año 602 volvieron las lluvias torrenciales, y entre 636 y 645 la sequía asoló de nuevo con fuerza la región. Kilómetros de canales permanecieron secos y se llenaron de arena, las cosechas murieron y las reservas de alimentos se agotaron. El Niño también provocó un cambio en las corrientes marinas que redujo las capturas de peces, sobre todo de anchoas, que eran parte esencial de la dieta costera y un importante elemento de comercio. De este modo, a la quiebra de la agricultura siguió la ruina de la pesca, con lo que desapareció el último recurso alimenticio de los mochicas. A consecuencia de todo ello, miles de personas murieron de hambre.

EL DERRUMBE DE LA SOCIEDAD

Esta situación causó un trastorno considerable en la vida económica y social mochica, hasta el punto de que en muchas ocasiones sus líderes tuvieron que abandonar sus centros políticos, religiosos y administrativos a causa de la destrucción que comportaron estos drásticos cambios climáticos. Los arqueólogos, por ejemplo, han descubierto que las precipitaciones que cayeron en la zona de Sipán obligaron a sus jerarcas a trasladarse al vecino asentamiento de Pampa Grande para seguir controlando desde allí el valle de Lambayeque.

También los señores de Cerro Blanco tuvieron que dejar el lugar para trasladarse al asentamiento de Galindo, situado en la estratégica garganta del río Moche. Desde Galindo, que se convirtió en el mayor centro de la zona, los caudillos mochicas podían controlar los sistemas de irrigación y el acceso a las fértiles tierras del valle del río Moche. El pueblo se instaló junto a sus señores para tener lo más cerca posible las fuentes de agua y evitar las dunas que amenazaban cultivos y poblados río abajo.

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Fuente; National Geographic