El Museo de Navarra (Pintores navarros) - Julio Martín Caro - Jorge de Oteiza Enbil - Mariano Royo Jiménez - Pedro Salaberri Zunzarren - Juan José Aquerreta Maeztu - Pedro Manterola Armisen, pincha aqui
AÑOS SETENTA
La década de los setenta supone el desarrollo y madurez de los artistas que en 1966 se habían constituido en Escuela Vasca (grupos Gaur, Hemen, Orain). También los más jóvenes que se unieron a ese impulso colectivo consolidaron en esta década un vocabulario personal. Si en el caso de la escultura se fue asentando una retórica de estilo vasco geométrico, de resonancias arcaicas, en el terreno pictórico el relevo generacional resultó más problemático ya que no hay un testigo que pasara de mano en mano, sino más bien un corte radical. Los artistas mayores dejaron de hablar con los jóvenes y la brillante pintura informalista de los años sesenta tuvo escasa continuidad.
Desde comienzo de la década surgieron nuevas formas de pintura narrativa, entre un pop testimonial o simplemente cercano al fenómeno urbano, y escenarios más afines a la psicodelia o las mitologías personales. Gipuzkoa y Pamplona fueron los focos de este nuevo tipo de pintura.
FRANCISCO CALVO SERRALLER
(Madrid, 19 de abril de 1948-16 de noviembre de 2018) fue un historiador, ensayista, crítico de arte y catedrático universitario español. Entre los años 1993 y 1994 fue director del Museo del Prado, y académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 2001.
Obra de Isabel Baquedano en la Galería Guillermo de Osma. Madrid
¡Qué difícil es poner adjetivos a la personalidad y a la obra de una artista, como Isabel Baquedano, tan bien remetida en su mundo interior! ¡Tan discreta, tímida y ensimismada! Nacida en la localidad navarra de Mendavia en el fatídico año de 1936, Baquedano fue, por tanto, una “niña de la guerra y, desde luego, que creció en la empobrecida posguerra española. Años de tribulación y miseria, de total incertidumbre, los menos aptos para el florecimiento de una sensibilidad artística, y, menos, si quien la posee pertenece a un carácter introvertido.
Despedida, 1976. Colección Mercedes Navarro Latorre
En 1960, a los 24 de edad, presentó su primera exposición individual en Pamplona, mostrando a continuación, en esta y las siguientes décadas, su obra con cierta regularidad en diversas galerías y centros de exposiciones de Madrid, a través de lo cual obtuvo un cierto reconocimiento crítico, aunque quizás no el suficiente para la original calidad de su arte, por esa su tendencia a encerrarse discretamente en su mundo íntimo.
Isabel Baquedano posa junto a su mesa de trabajo en el año 1989. JAVIER SESMA (DIARIO DE NAVARRA) (Fallece a los 82 años)
Sea como sea, al margen de las circunstancias, Baquedano fue dando forma a su particular universo de manera constante, sintetizando cada vez más las formas y logrando dar una peculiar pátina sorda a sus colores aplanados de estirpe matissiana, un poco como retractivamente quedándose solo con lo esencial. Con ello su pintura se hizo etérea y muy espiritualizada, concordante con una temática en la que la realidad cotidiana se fue girando hacia asuntos clásicos en la representación de la intimidad femenina, como las Anunciaciones de la Virgen María, tratadas muy próxima a los maestros del siglo XV italiano.
En este sentido, Isabel Baquedano consiguió la reducción de lo simbólico a los momentos y gestos esenciales de la narración, mientras que formalmente destiló una composición apurada al extremo, las figuras silueteadas con una afilada trama, el aplanamiento cromático y la apurada atmósfera en luminosa sordina. Esta economía de medios estuvo siempre al servicio de intensificar al máximo el testimonio de lo que creía verdadero, una virtud tan moral como estética.
Obra de Isabel Baquedano en la Galería Guillermo de Osma. Madrid
Por último, hay que destacar el hecho de que Isabel Baquedano estuvo centrada en su obra hasta el momento mismo en que le sorprendió la muerte, hace unos días el año en que cumplía 82, y mientras preparaba una exposición para el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Su arte, embebido en el silencio, deja tras de sí una estela cantarina, como el eco de las notas musicales de un canto de maitines de un convento. Una resonancia purificadora que se queda indefinidamente fijada en el aire. Fue Baquedano un ejemplo de recogimiento.
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